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Los días vencidos:Jueces, no, gracias
Jueves, 22 de julio del 2010.Joan Barril
En tiempos de la antigua Roma se le reconoció a Petronio el título de arbiter elegantiarum, un título sin tradición, pero que comportaba un reconocimiento social de ese consejero imperial, no tanto por su forma de vestir ¿al fin y al cabo, las togas romanas no permitían muchas fantasías? cuanto por su manera de entender el mundo y sus valores.
A pesar de sus virtudes como ciudadano, Petronio fue perseguido por sus adversarios y decidió quitarse la vida en la bañera con esa elegancia que se le suponía.
Entre los partidarios de la vida, Marcial escribió en sus Epigramas una bella sentencia:
«Para escapar de un enemigo, Fanio se ha dado muerte. ¿No es locura, dime, morir por no querer morir?».
Las costumbres, afortunadamente para los virtuosos de hoy, han cambiado y ya no se conmina a nadie a quitarse la vida.
Pero lo cierto es que, cumpliendo y demostrando el rigor de las buenas obras, las cosas tampoco acaban bien.
Ahí tenemos el proceso del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.
Ya se pueden hacer las cosas correctamente, sin violencia y con debates, con dictámenes del Consell Consultiu, votaciones en Congreso y Senado, referendo y toda la parafernalia democrática, que luego llegan unos jueces caducados y presbitas y engendran en un instante el ejército de independentistas mayor de la historia del país.
Eso es lo que se lleva: unos cuantos leguleyos pueden más que el sentido común y las buenas virtudes.
Pero eso sería política, y la política, cuando está en manos de los que hoy la administran, es negligible.
Hablemos de otra cosa. Hablemos, por ejemplo, de Pep Guardiola.
Y no es casual que hablemos de él, porque en todas las sociedades aparece por méritos propios y por déficits ajenos algún personaje en el que depositamos todas nuestras confianzas.
Y ese es Pep Guardiola.
Guardiola es nuestro arbiter elegantiarum de hoy: pasión y reflexión, ni una palabra más allá de la otra.
Si lee poesía, Martí i Pol se vende como nunca.
Si aconseja un libro de filosofía por Sant Jordi, los culés se lanzan a la filosofía.
Un jersei en el cuerpo menudo de Guardiola deja a las hilaturas exhaustas.
Todo el orbe futbolístico le desea y él se deja querer de año en año.
O sea: que la palabra de Guardiola es ley y se escucha.
El otro día Guardiola se apareció a los gentiles y dio una rueda de prensa sobre sus proyectos, su equipo y sus esperanzas. Impecable, naturalmente.
Pero alguien le preguntó por la sanción de 15.000 euros que le va a caer de parte del Comité de Competición, refrendada por el Comité de Apelación.
Demasiados comités para un hombre solo.
Guardiola, que no suele despeinarse ni física ni verbalmente, dijo que uno de los árbitros había mentido en el acta. No debía de ser de la peña de los árbitros de la elegancia.
Perseveraron con la sanción y Guardiola dijo que la pagaría, pero que no pensaba recurrir a la justicia ordinaria porque ya estaba harto de cuando tuvo que demostrar su inocencia sobre un presunto dopaje.
Eso es lo más grave que se ha dicho de la justicia española.
El héroe contemporáneo, el deportista modelo, el cohesionador de valores, anuncia públicamente que prefiere pagar y tragar sapos y culebras antes que recurrir a la justicia para que le den la razón.
Esa renuncia de Guardiola al recurso ha puesto a la justicia española en las cotas más bajas.
El hombre cabal no quiere saber nada de esa justicia, porque ya no se fía.
No ha hecho como Petronio, pero, pudiendo recurrir a la justicia, prefiere ignorarla.
¿Acaso no es ese el gran problema del Poder Judicial?
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