Reggio’s. OPINIÓN: ¡QUIA!
Una Rihanna, cantante pop, ha dicho que ama al que le pegó una buena
paliza, un Chris Brown que fue juzgado y condenado por ello.
Las palizas
no son incompatibles con el amor, al menos con el amor proclamado.
Hay
gente que, igual que juega a médicos, juega con el sufrimiento.
Pero en
este caso no hubo juego, y la mujer denunció la conducta del hombre.
Al
que no ha dejado de amar, insiste.
Su confesión redunda en un asunto
escabroso.
Muchas mujeres son asesinadas porque no son capaces de
alejarse de sus maltratadores.
Sus muertes tienen un aire vago de
suicidio y de sobredosis.
Hay mujeres que siguen con su hombre a pesar
de que las mata. Otras, porque las mata.
No sucede nada demasiado
distinto con la heroína y el alcohol.
El feminismo ha querido convertir
la conducta sometida de algunas mujeres en un asunto político,
haciéndolas víctimas del macho.
Pero lo cierto es que estas mujeres,
equipadas socialmente con todo lo necesario para huir del peligro (y lo
principal: los dinerillos), son, ante todo, víctimas de sí mismas.
Se
trata de mujeres que no son normales.
Y utilizo este adjetivo de una
manera libre, tranquila y desenvuelta, porque el adjetivo normal,
después de haber estado recluido durante años en los campos de
concentración del politicalcorrectness ha vuelto triunfante ¡y
normalizado! gracias a monsieur Hollande, el presidente normal, es decir
ce qui ne souffre d’aucune trouble pathologique.
Rihanna es una pobre chica enferma que ama a su maltratador.
Digamos,
sin apartarnos ni un ápice de la semántica legitimada por monsieur
Hollande, que Rihanna es una pobre chica subnormal.
Los periódicos
pueden recoger declaraciones de personas que sufran este tipo de
patologías; pero con la severa condición stendhaliana de que solo sirvan
para mostrar la patología.
Lo relevante y veraz no es lo que Rihanna
dice sobre el amor y la violencia, sino que Rihanna es una enferma.
Por
desgracia, el tratamiento que los medios dan a sus declaraciones es
puramente romántico.
Las mismas crónicas que escarbando sobre los hechos
con las pinzas del deontólogo eluden incluir referencias a la
responsabilidad del alcohol (¡no fuera a ser un atenuante!) en los
crímenes de pareja vulgares, se empapuzan de ambigüedad sobre la
relación entre la violencia y el amor cuando la víctima no es una
cincuentona ama de casa de Albacete, que lo perdonó, sino una top pop.
Ya no se trata de la sórdida enfermedad de la dependencia; sino del
libérrimo y fértil amourfou.
Y me escandaliza que frente a estos relatos
el fiscal feminista calle, también sometido.
Y no pida, al menos, el
inmediato procesamiento de la protagonista, por apología de la violencia
y de la droga.