En España el patrimonio familiar hemos optado por vincularlo a los hijos, como 3ª parte más necesitada de protección de la relación conyugal, lo que en la práctica supone que el 90% de los pisos queden en posesión de las mujeres.
Por Ramiro Grau Morancho, graduado Social, Licenciado en Ciencias del Trabajo y en Derecho, 20 Sept 2020.
El divorcio es un mal social. Los que más sufren son los hijos, sobre todo cuando son pequeños, y ven resquebrajarse la seguridad que les proporciona una familia unida, un hogar, en definitiva.
No sé si es cierto que los hijos de divorciados se separan con más frecuencia que los hijos de parejas unidas, contra viento y marea, pero no me extrañaría nada. La educación es en gran parte aprendizaje de quienes tenemos al lado, y quien siembra vientos recoge tempestades.
También es verdad que muchos matrimonios están formados por personas absolutamente incompatibles, por lo que no se sabe que ha podido llevarles a unirse, como no sea la atracción sexual, o la imbecilidad propia de la juventud (que en ocasiones se prolonga hasta edades avanzadas).
De cualquier forma, el asunto que hoy quiero abordar es qué hacer con el patrimonio familiar. En España hemos optado por vincularlo a los hijos, como 3ª parte más necesitada de protección de la relación conyugal, lo que en la práctica supone que el 90% de los pisos queden en posesión de las mujeres, por ser ellas quienes mayoritariamente se hacen cargo de la guarda y custodia de los hijos.
La liquidación del régimen económico familiar queda pendiente de la “independencia” de los hijos, que en estos tiempos que corren no se produce hasta los 40 años, poco más o menos, y en ocasiones con el padre ya fallecido, como acaba de sucederle a un amigo mío, que aspiraba a retornar a su piso pero ha llegado antes su deceso que la salida de casa de sus hijas, de su ex esposa y de su ex suegra…
Mientras tanto el ex marido puede irse a vivir debajo de un puente, o, si le llega el dinero, a cualquier pensión de mala muerte, a casa de su madre —si tiene la suerte de que viva—, o a la de algún hermano o familiar.
O, si es agraciado, tal vez encuentre una mujer necesitada de amor que le acoja gratis et amore en su casa.
Pero se queda con el coche, ese montón de chatarra que realmente no vale nada. Y encima él, tan tonto, se cree que ha hecho un magnífico negocio. Aunque no faltan las malas de verdad —que las hay y muchas—, que piden también el coche, y al preguntarles si tienen el permiso de conducción, te contestan que no. Al interrogar a la señora por qué motivo quería el coche, si no podía conducirlo, me contestó muy fresca ella: “por joderle”, en pleno juicio, lo que causó la estupefacción de todos los presentes.
En resumen, lo que quiero decir es que soy partidario de liquidar los bienes en el mismo acto del divorcio, procediendo a su adjudicación a uno de los cónyuges, previo abono a la otra parte del caudal correspondiente, o a su venta a 3ºs, mediante subasta o adjudicación directa a persona o entidad que ofrezca un precio razonable, según su valor peritado, o de mercado. Y aquí paz y después gloria.
Así las señoras no se divorciarían tan alegremente, dejando de paso a su marido en calzoncillos —pero eso sí, con un coche viejo—, y éstos podrían rehacer su vida, de la misma forma que su ex señora. Creo sería la solución más justa y razonable.
Pero también estoy seguro de que nunca se implantará en España, pues ya se preocuparán las feministas de impedirlo.
Y aprovecho la ocasión para manifestar mi afecto y más alta consideración al magistrado en excedencia don Francisco Serrano Castro, de Sevilla, y actual compañero en la abogacía. Cuando comenzaron a publicarse en la prensa sus opiniones, claramente contrarias a muchas normas legales en materia de divorcio, violencia de género, etc., y empezaron a atacarle todos los colectivos femi-marxistas, un magistrado de Zaragoza me dijo textualmente: “Van a ir todos a por él, empezando por el CGPJ, y ¡Acabará mal!”, como así ha sido.
Y es que en esta pseudodemocracia en la que vivimos, se penaliza, y muy duramente, a quienes vamos en contra de lo políticamente correcto. Pero me da igual. Total, solo se vive una vez.