La subida de los precios del alquiler en la capital y las circunstancias de quiebra familiar expulsan a muchos divorciados autónomos y profesionales liberales a vivir en áreas industriales
MARCOS GARCÍA REY, 04/10/2018
En los últimos tiempos, en Madrid, muchos divorciados, mayoritaria-mente hombres, se están mudando a instalaciones industriales y empresariales de la periferia. Esos espacios han perdido su sentido por la crisis y la evolución de la economía, pero encuentran un nuevo uso como vivienda. En multitud de casos, también se utilizan como casa y oficina. La razón esencial que explica el fenómeno es económica. Todo divorcio implica un empobrecimiento.
“Venimos a vivir gente solitaria a un lugar por el que no sentimos apego, sin identidad, porque buscamos la funcionalidad del formato: es económico, impersonal, nadie nos reconoce y hace las veces de casa y oficina. Te distancia del pasado porque aquí solo venimos los trasquilados por la vida”. Quien así habla es Kevin McColl, un chileno residente en España desde hace más de 20 años, que se ha divorciado de una española con quien comparte un hijo. Esta circunstancia lo amarra necesariamente a Madrid, más concretamente a un ‘loft’ de la localidad de Boadilla del Monte situado en una zona industrial. El condominio donde vive y trabaja estaba destinado originalmente a oficinas.
McColl paga 700 euros de alquiler al mes por un ‘loft’ de unos 60 m2s. Por ese precio no se encuentra nada digno en el centro de la capital. La parte de abajo es diáfana, ahí tiene su cocina, su oficina y salón. En el desván, escaleras arriba, su dormitorio y el baño. El conjunto es muy luminoso porque hay grandes cristaleras. Es la estructura típica de los ‘lofts’ que hemos visitado en los arrabales industriales de Madrid.
El fenómeno viene de lejos en ciudades industriales de EE.UU. y Europa: se rehabilitan antiguos almacenes, naves, fábricas y edificios de oficinas como viviendas y lugares de trabajo para profesionales liberales. A menudo, son edificios de ladrillo visto, grandes vanos y plantas de techos altos donde se crean espacios diáfanos para vivir y trabajar de modo confortable. En Madrid, ese patrón está dándose también, pero de manera más prosaica porque apenas existen esas construcciones tan idóneas para crear ambientes acogedores.
Los alquileres en el centro, por las nubesEn la capital, según datos de Idealista, los alquileres subieron más de un 10% entre junio de 2017 y el mismo mes de 2018. La curva de los precios que no para de escalar —Airbnb mediante— expulsa a los divorciados fuera del centro por la depauperización y las cargas económicas adicionales que implica toda separación. Pero en los portales más conocidos de alquiler de casas se pueden encontrar 'lofts' en polígonos a partir de 650 euros mensuales. Una ganga para como está el mercado. Más si uno ha visto reducida su capacidad económica después del divorcio.
“Aquí se ve una gran densidad de frustración entre los más de 20 vecinos solitarios que convivimos. Somos los excluidos del sistema, los divorciados nos sentimos fallos del sistema porque se nos exige seguir funcionando, pero hemos perdido muchos derechos que ofrece la sociedad, entre ellos, disfrutar de cierta holgura económica”, relata McColl.
Las palabras con Kevin McColl describen bien el patrón. Otros divorciados expulsados a los polígonos con los que hemos hablado vienen a contar algo similar, pero con menos elocuencia. En zonas industriales de Alcobendas, Tres Cantos, Valdebebas, Alcorcón o Boadilla del Monte, muchos divorciados encuentran su lugar en el mundo tras una quiebra familiar traumática. Entre otras razones, porque los 'lofts' son más baratos que los pisos del centro, pueden aunar en un mismo espacio trabajo y residencia, son espacios que procuran anonimato para remontar el vuelo vital y, en algunas ocasiones, tienen ubicaciones geográficas cercanas al chalé donde se han quedado viviendo sus mujeres e hijos.
Al respecto de esa última causa, al lado de la autovía de Burgos A-1 se sitúa la exclusiva urbanización de la Moraleja; al otro, y a la misma altura, en un polígono de Alcobendas, hay 2 conjuntos de edificios destinados en principio a oficinas que en muchos casos se han rehabilitado como ‘lofts’ donde residen principalmente divorciados.
Uno de ellos, Alejandro M., narra que ha dejado atrás casa y familia al otro lado de la carretera, pero en coche puede organizarse fácilmente la logística familiar de separado.
Unas vistas y unos vecinos singularesGrandes cristaleras proporcionan mucha luz a la mayoría de los ‘lofts’ visitados. ¿Las vistas? Esa es otra historia. O bien la mirada se dirige hacia el interior de un patio y a otras oficinas acristaladas, o se atisban naves de talleres y desgüaces de coches, almacenes de muebles, un Ikea o inigualables vistas a carreteras radiales como la M-40.
Mucha gente siente atracción por el ‘underground’ industrial para vivir y trabajar.
Una agente inmobiliaria nos conduce a un edificio industrial de la zona de Valdebebas, noreste de Madrid. Tradicionalmente, ha servido como almacén. Ahora, algunos de los espacios de las siete plantas del edificio siguen recibiendo ese uso, pero otros se han convertido en ‘lofts’ que se alquilan a particulares y a clientes de Airbnb.
El acceso a los ‘lofts’ se hace a través de unos pasillos desangelados que tienen el olor inconfundible a metal de cualquier nave industrial. La entrada a cada ‘loft’ es a través de puertas metálicas que recuerdan las de cualquier almacén de libros o de un matadero. Son grandes, de unos 200 m2s, con techos de unos 5 metros y se pisa suelo de hormigón. Hará falta mucha energía para calentarlos en invierno.
La mayoría de los 'lofts' aquí y en otros polígonos no tienen cédula de habitabilidad, pero los alquilan autónomos, artistas y empresarios que tienen la potestad de firmar un contrato de arrendamiento mercantil. Pagan el IVA, pero luego pueden imputar gastos a la vivienda-oficina para reducir la carga de impuestos.
Las vistas desde el último piso son alegres para superar cualquier desengaño amoroso y familiar: una fábrica de hormigón, la M-40 y el edificio gris y anodino de una importante hidroeléctrica.
Unas vistas y unos vecinos singularesGrandes cristaleras proporcionan mucha luz a la mayoría de los ‘lofts’ visitados. ¿Las vistas? Esa es otra historia. O bien la mirada se dirige hacia el interior de un patio y a otras oficinas acristaladas, o se atisban naves de talleres y desgüaces de coches, almacenes de muebles, un Ikea o inigualables vistas a carreteras radiales como la M-40.
Mucha gente siente atracción por el ‘underground’ industrial para vivir y trabajar.
Una agente inmobiliaria nos conduce a un edificio industrial de la zona de Valdebebas, noreste de Madrid. Tradicionalmente, ha servido como almacén. Ahora, algunos de los espacios de las siete plantas del edificio siguen recibiendo ese uso, pero otros se han convertido en ‘lofts’ que se alquilan a particulares y a clientes de Airbnb.
El acceso a los ‘lofts’ se hace a través de unos pasillos desangelados que tienen el olor inconfundible a metal de cualquier nave industrial. La entrada a cada ‘loft’ es a través de puertas metálicas que recuerdan las de cualquier almacén de libros o de un matadero. Son grandes, de unos 200 m2s, con techos de unos 5 metros y se pisa suelo de hormigón. Hará falta mucha energía para calentarlos en invierno.
La mayoría de los 'lofts' aquí y en otros polígonos no tienen cédula de habitabilidad, pero los alquilan autónomos, artistas y empresarios que tienen la potestad de firmar un contrato de arrendamiento mercantil. Pagan el IVA, pero luego pueden imputar gastos a la vivienda-oficina para reducir la carga de impuestos.
Las vistas desde el último piso son alegres para superar cualquier desengaño amoroso y familiar: una fábrica de hormigón, la M-40 y el edificio gris y anodino de una importante hidroeléctrica.
¿Se alquilan este tipo espacios? “Mucha gente siente atracción por el ‘underground’ industrial para vivir y trabajar", cuenta la agente.
Máxima Escribano no está divorciada. Vive ahora con su marido y sus 2 hijos en una comunidad de Alcobendas donde hay decenas de oficinas y ‘lofts’ adaptados para el doble uso de vivienda y espacio de trabajo. Hace un par de meses, la familia de Escribano se vio abocada a encontrar una solución rápida ante un problema que hoy es habitual en Madrid: uno finaliza el contrato de alquiler como inquilino y al propietario le da por incrementar el precio de la mensualidad hasta el punto de que no puedes afrontarlo. A ellos les subió la mensualidad en 400 euros. Simplemente impagable.
Entonces, se mudaron temporalmente a un ‘loft’. Escribano confirma el fenómeno de los divorciados. “En nuestro caso, nos han recibido bien y sí que interactuamos con ellos. Además, como es un sitio sin ley —las comunidades de vecinos habituales están llenas de normas—, aquí la gente se siente más libre”, dice Máxima. ¿En qué se aprecia esa libertad? “Esto parece un modelo sueco, nadie te molesta ni te increpa. Por ejemplo, aquí hay unos 50 perros y cada uno los pasea por donde quiere, sin problemas”, asegura esta desterrada de la ciudad.
Kevin McColl no se relaciona con ningún vecino, discrepa de la opinión de la anterior entrevistada. Subraya que los vecinos tampoco hacen mucho esfuerzo por relacionarse con él. “El orden establecido está generando residuos en estado latente, aquí todos esperamos algo, que algo cambie… Pero al mismo tiempo llama la atención lo estéril de este lugar porque no hay interacción entre los residentes, seguramente porque todos venimos de situaciones familiares complicadas y no queremos alimentar nuestras miserias conversando con iguales”, concluye este chileno.
El aparcamiento de los edificios de 'loft' donde vive McColl está lleno de automóviles de marcas nobles: Audi, Porsche, Mercedes. Los divorciados de Boadilla del Monte han perdido el hogar familiar al otro lado de la M-40, pero conservan sus coches.
Máxima Escribano no está divorciada. Vive ahora con su marido y sus 2 hijos en una comunidad de Alcobendas donde hay decenas de oficinas y ‘lofts’ adaptados para el doble uso de vivienda y espacio de trabajo. Hace un par de meses, la familia de Escribano se vio abocada a encontrar una solución rápida ante un problema que hoy es habitual en Madrid: uno finaliza el contrato de alquiler como inquilino y al propietario le da por incrementar el precio de la mensualidad hasta el punto de que no puedes afrontarlo. A ellos les subió la mensualidad en 400 euros. Simplemente impagable.
Entonces, se mudaron temporalmente a un ‘loft’. Escribano confirma el fenómeno de los divorciados. “En nuestro caso, nos han recibido bien y sí que interactuamos con ellos. Además, como es un sitio sin ley —las comunidades de vecinos habituales están llenas de normas—, aquí la gente se siente más libre”, dice Máxima. ¿En qué se aprecia esa libertad? “Esto parece un modelo sueco, nadie te molesta ni te increpa. Por ejemplo, aquí hay unos 50 perros y cada uno los pasea por donde quiere, sin problemas”, asegura esta desterrada de la ciudad.
Kevin McColl no se relaciona con ningún vecino, discrepa de la opinión de la anterior entrevistada. Subraya que los vecinos tampoco hacen mucho esfuerzo por relacionarse con él. “El orden establecido está generando residuos en estado latente, aquí todos esperamos algo, que algo cambie… Pero al mismo tiempo llama la atención lo estéril de este lugar porque no hay interacción entre los residentes, seguramente porque todos venimos de situaciones familiares complicadas y no queremos alimentar nuestras miserias conversando con iguales”, concluye este chileno.
El aparcamiento de los edificios de 'loft' donde vive McColl está lleno de automóviles de marcas nobles: Audi, Porsche, Mercedes. Los divorciados de Boadilla del Monte han perdido el hogar familiar al otro lado de la M-40, pero conservan sus coches.