Las bicicletas son para el verano... y los divorcios
también. Según apuntan las estadísticas oficiales, de las casi 125.000
demandas de divorcio que se presentaron el pasado año 2015 en España más
de 1/3, 35.000, fueron en el último trimestre del año, tras las
vacaciones, y casi todas ellas en el mes de septiembre.
Los datos lo dejan claro y ya no sorprenden a los expertos porque es un
comportamiento que se repite cada año. “La explicación es relativamente
sencilla: Las rupturas se producen justo después del final de las
vacaciones, lo que hace pensar que el mayor tiempo de convivencia es lo
que lleva a aumentar el número de divorcios. Las vacaciones son, por
tanto, el momento en el que más pesan los problemas latentes en el matrimonio", explica Mª Teresa López López, de Acción Familiar y catedrática de la Universidad Complutense de Madrid.
Expectativas que no se cumplen
Otros expertos comentan que con la llegada de las vacaciones "creemos que vamos a tener más tiempo para comunicarnos y
mantener relaciones sexuales y fijamos en este sentido unas
expectativas muy altas y, cuando no se cumplen, la situación se vuelve
más frustrante y empeora".
Se supone que las vacaciones
son una época de relajación en la que se propician los momentos de
ocio, relax y tiempo libre, y tenemos más tiempo para compartir y estar
unidos. Estas características que, en principio, pueden parecer
positivas y agradables para cualquiera, se pueden volver negativas para parejas que ya estaban padeciendo malentendidos a lo largo del año.
Cambio de rutina... y caos
Hay que tener en cuenta que muchas parejas, sobre todo las que poseen
una relación estable, casadas y con niños, establecen una rutina a lo largo del invierno
en la que los roles están muy bien definidos. Como por ejemplo, las
tareas domésticas, el cuidado de los hijos y los trabajos de cada
miembro, requieren una organización de tiempos y horarios para que todo
marche adecuadamente.
Insatisfacción y falta de comunicación
A menudo, esto repercute en días exhaustos en los que la pareja no tiene tiempo ni para hablar,
mirarse a la cara, cada uno se dedica a lo suyo y los dos pasan poco
tiempo juntos, con lo que las cosas van funcionando porque hay poco
tiempo para discutir y/o para llegar a acuerdos. Esto, a la larga, puede
provocar muchas insatisfacciones por conflictos sin resolver para ambas
partes.
Cuando llegan las vacaciones, la cosa cambia
bastante y necesitamos recolocarnos ante la nueva situación, ya que hay
más tiempo libre y la pareja puede disfrutar de momentos de ocio y
relax. Precisamente, esta nueva rutina es la que puede minar la pareja,
que ya venía 'tocada' del resto del año y es que si durante todo el año
la comunicación es prácticamente inexistente durante el verano la situación, en vez de arreglarse se agrava.
Falta de convivencia
Desde luego, este tipo de parejas no han aprendido a vivir con tiempo libre y se dedican a discutir en vez de a disfrutar.
En invierno todo iba bien porque se había generado una rutina y había
pocas oportunidades para centrarnos en los defectos del otro. Pero el
verano es la época ideal para abrir los ojos ante ciertas cosas o para
darnos cuenta de muchas otras.
Durante el año, la pareja permanece prácticamente separada y en verano tiene que estar junta, y no saben qué hacer, no tienen el hábito y se generarán discusiones por cualquier tema. Los roles se confunden o se intentan mantener, y por eso no funciona.
Aprender a convivir y comunicarnos
En este sentido, Mª Teresa López López explica que "tenemos mucha facilidad para comunicarnos a través del móvil, las redes sociales,
pero no dedicamos tiempo para hablar con nuestra pareja. Vivimos
acelerados y cuando nos paran –por vacaciones– no sabemos utilizar
nuestro tiempo y se nos ha olvidado como se comparte".
Por eso, explica, "exigimos políticas que nos ayuden a conciliar porque
trabajamos mucho y estamos poco con nuestros hijos, pero no nos damos
cuenta de que las vacaciones son una magnífica oportunidad para
conciliar. No las desperdiciemos".