Dos jubilados disfrutan de la lectura en un parque. / Luis Ángel Gómez
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La convivencia de las parejas se deteriora tras la jubilación al pasar más tiempo juntos. Los varones dan el paso cuando ya tienen otra pareja porque "necesitan a alguien que les cuide". Las mujeres temen menos la soledad
Muchos se casaron jóvenes y por la Iglesia -ellas, de blanco
impoluto-, convencidos de que era para siempre. Sin embargo, el aumento
del tiempo compartido tras la jubilación laboral, la creciente esperanza
de vida y -en algunos casos, como consecuencia de lo anterior- la
ruptura del ideal del amor eterno tras un largo tiempo de convivencia
han acabado con su relación. Las disoluciones de matrimonios -divorcios,
separaciones y nulidades- cuyos cónyuges ya han cumplido los 65 años se
disparan en España. En apenas una década se han duplicado con creces.
En 2011 sumaron 3.507, frente a las 1.435 registradas en 2001, según un
reciente informe del Imserso. Es decir, un incremento del 144%, cuando
en ese periodo las cifras totales de parejas deshechas en el país apenas
crecieron un 4,8% al situarse en 110.651.
¿Por qué un hombre o una mujer deciden encarar un cambio radical precisamente en la recta final de sus vidas después de cohabitar durante décadas bajo el mismo techo? Cada caso es diferente, especialmente en función del género, explican psicólogos y sociólogos. Pero hay un objetivo común: “reinventarse y buscar de nuevo la felicidad”.
Un cambio que para muchos hombres se vincula con más sexo y compañía, mientras que para la mayoría de las mujeres se relaciona con una etapa de tranquilidad tras sentir que han gastado su vida al servicio del marido, apuntan los expertos consultados.
Esa generación que empieza a familiarizarse con las separaciones rondaba la treintena cuando en 1981 fue aprobada la Ley del Divorcio, lo que ha contribuido a que vivan las rupturas matrimoniales como algo normal y acepten sin grandes reparos los nuevos modelos de familia. “Nuestros mayores no han sido educados en el 'contigo pan y cebolla' para siempre, no ven el divorcio como un pecado”, explica Leire Iriarte, psicóloga y profesora de la Universidad de Deusto.
La esperanza de vida en España, cifrada actualmente en 82,29 años -la mayor del mundo después de Japón-, también estimula la búsqueda de nuevos rumbos en los años finales. “Los divorciados de 65 años todavía se sienten jóvenes y quieren afrontar las casi 2 décadas que les quedan por delante con una mejor calidad de vida”, comenta Amaia Bakaikoa, psicóloga clínica y sexóloga.
La crisis de los 40 se convierte en una frontera importante y determina los años venideros del matrimonio. Porque cruzando ese límite se suelen tomar algunas decisiones capitales en relación con la vida personal, familiar o profesional. “En la mediana edad, muchas personas empiezan a replantearse si su proyecto de vida se ha cumplido y entienden que, si no se divorcian ahora, ya no lo harán nunca”, apunta Iriarte. Sin embargo, tras haber puesto distancia de por medio, las mujeres y los hombres caminan por distinta dirección.
Ellas se divorcian para librarse de un marido mezquino o, en el peor de los casos, de un maltratador. Y no suelen plantearse nuevas relaciones, sino disfrutar más de sí mismas y de sus hijos y nietos. “Las mujeres que ponen fin a su matrimonio suelen aducir razones de tipo abusivo o dominante por parte de sus parejas o dicen estar cansadas de soportar infidelidades. La queja más común de los hombres es la incompatibilidad de caracteres y la pérdida del amor, la necesidad de ser felices, de buscar mayor satisfacción”, retrata la profesora de Deusto. No obstante, muchas mujeres ya no se dejan caer en brazos de un hombre dominante. “El matrimonio ha dejado de ser una relación de dependencia, normalmente de la mujer hacia el hombre. Se busca la realización personal de los dos miembros de la pareja”, celebra la sexóloga clínica.
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¿Por qué un hombre o una mujer deciden encarar un cambio radical precisamente en la recta final de sus vidas después de cohabitar durante décadas bajo el mismo techo? Cada caso es diferente, especialmente en función del género, explican psicólogos y sociólogos. Pero hay un objetivo común: “reinventarse y buscar de nuevo la felicidad”.
Un cambio que para muchos hombres se vincula con más sexo y compañía, mientras que para la mayoría de las mujeres se relaciona con una etapa de tranquilidad tras sentir que han gastado su vida al servicio del marido, apuntan los expertos consultados.
Esa generación que empieza a familiarizarse con las separaciones rondaba la treintena cuando en 1981 fue aprobada la Ley del Divorcio, lo que ha contribuido a que vivan las rupturas matrimoniales como algo normal y acepten sin grandes reparos los nuevos modelos de familia. “Nuestros mayores no han sido educados en el 'contigo pan y cebolla' para siempre, no ven el divorcio como un pecado”, explica Leire Iriarte, psicóloga y profesora de la Universidad de Deusto.
La esperanza de vida en España, cifrada actualmente en 82,29 años -la mayor del mundo después de Japón-, también estimula la búsqueda de nuevos rumbos en los años finales. “Los divorciados de 65 años todavía se sienten jóvenes y quieren afrontar las casi 2 décadas que les quedan por delante con una mejor calidad de vida”, comenta Amaia Bakaikoa, psicóloga clínica y sexóloga.
La crisis de los 40 se convierte en una frontera importante y determina los años venideros del matrimonio. Porque cruzando ese límite se suelen tomar algunas decisiones capitales en relación con la vida personal, familiar o profesional. “En la mediana edad, muchas personas empiezan a replantearse si su proyecto de vida se ha cumplido y entienden que, si no se divorcian ahora, ya no lo harán nunca”, apunta Iriarte. Sin embargo, tras haber puesto distancia de por medio, las mujeres y los hombres caminan por distinta dirección.
Ellas se divorcian para librarse de un marido mezquino o, en el peor de los casos, de un maltratador. Y no suelen plantearse nuevas relaciones, sino disfrutar más de sí mismas y de sus hijos y nietos. “Las mujeres que ponen fin a su matrimonio suelen aducir razones de tipo abusivo o dominante por parte de sus parejas o dicen estar cansadas de soportar infidelidades. La queja más común de los hombres es la incompatibilidad de caracteres y la pérdida del amor, la necesidad de ser felices, de buscar mayor satisfacción”, retrata la profesora de Deusto. No obstante, muchas mujeres ya no se dejan caer en brazos de un hombre dominante. “El matrimonio ha dejado de ser una relación de dependencia, normalmente de la mujer hacia el hombre. Se busca la realización personal de los dos miembros de la pareja”, celebra la sexóloga clínica.
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