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SIETE X SIETE: Prohibido a los padres
NAJAT El Hachmi.11/05/2010
Solo una o dos generaciones atrás, los padres nunca iban a ver al niño a jugar a fútbol.
Apenas si les acompañaban a la escuela.
Vistos los frutos de los que crecieron con tal grado de independencia, no sabría decir si fue positivo o negativo.
Lo que está claro es que en algún momento se produjo un punto de inflexión y un grupo importante de padres y madres de todo el mundo occidental moderno empezaron a acompañar a sus hijos a todas partes hasta edades vergonzosas, cogiéndolos de la manita no fuera el caso de que se traumatizaran.
Son la generación con los progenitores más neuróticos de la historia que han asistido a todos, absolutamente a todos, los acontecimientos sociales de su descendencia.
¿Es necesaria realmente tanta participación?
¿Es necesaria de verdad la presencia de los familiares en las competiciones deportivas escolares, pongamos por caso?
Visto lo visto el pasado sábado en un partido de balonmano para alumnos de primaria, no solo diría que no hace falta, sino que habría que prohibirlo con urgencia.
Que sí, que está muy bien que animes a tus críos, pero de eso a convertirte en segundo entrenador, dar instrucciones continuamente mientras se disputa el partido como si a tu hijo le fuera la vida en ello o, el colmo de los colmos, ponerse a insultar al árbitro, a los jugadores del otro equipo y a los que no juegan demasiado bien del tuyo, ¿todo esto es necesario?
Sondeo a otras personas y me cuentan que todavía es peor el espectáculo que ofrecen los adultos en los partidos de fútbol.
La gran paradoja es ver que los jugadores son todo lo que promueve el deporte: solidarios, buenos compañeros, limpios en el juego, comprensivos y compasivos con los de su propio equipo, pero también del otro mientras escuchan, de fondo, el ruido ensordecedor de unos padres impresentables.
Lo más triste de todo es ver que aquellos más refinados, intelectuales y civilizados sean los que más chillan e insultan.
Y lo que es aterrador es descubrir que, al cabo de un rato de estar dentro de este caldo de cultivo, tú misma empiezas a afilar las palabras que hagan posible el hundimiento moral del otro y la victoria del tuyo.
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