myriam z. albéniz, abogada
02.10.2014 |
Desde luego, hay que ver cómo ha cambiado el cuento de un tiempo a
esta parte. Quien más quien menos se había acostumbrado a recurrir al
concepto de matrimonio de conveniencia para definir aquel casamiento
fraudulento contraído en ausencia de vínculo sentimental para,
fundamentalmente, obtener los cónyuges beneficios jurídicos, económicos o
sociales. De hecho, al inicio de la década de los noventa, una película
del mismo título protagonizada por Andie MacDowell y Gérard Depardieu
obtuvo una notable repercusión abundando en una opción que sigue
teniendo lugar en determinados países del mundo.
Tampoco resultaba
infrecuente oír anécdotas relativas al cambio de domicilio de los niños
con el objetivo de asegurarles una plaza en el colegio de su
preferencia, aunque para ello sus progenitores llegasen al extremo de
simular una falsa separación matrimonial que, una vez inscrito el hijo,
se transformaba como por arte de magia en una sorprendente
reconciliación.
Pues bien, en este momento el fenómeno al alza es
otro. Se trata del denominado "divorcio de conveniencia", uno de cuyos
más mediáticos ejemplos estuvo protagonizado hace algunos años por el
mandatario guatemalteco Álvaro Colom y su entonces esposa Sandra Torres.
En aquel concreto caso, la disolución del vínculo se produjo por
motivos políticos, ya que la Constitución de Guatemala prohíbe que los
familiares del más alto dignatario de la nación puedan sucederle en el
cargo y la señora de Colom aspiraba por aquel entonces a la Presidencia
de su país. Finalmente, y salvaguardando así la innegociable higiene
democrática, los Tribunales estatales no admitieron tal fraude de ley y
frenaron las aspiraciones al cargo de tan peculiar dama.
A través
de estas líneas pretendo alertar de la deriva surgida alrededor de este
curioso fenómeno, nacido como consecuencia de la actual crisis económica
de la que casi todos, en mayor o menor medida, somos víctimas. Estoy
hablando de esas parejas asfixiadas por las deudas que fingen una
ruptura afectiva para salvar de los embargos judiciales sus bienes más
valiosos, principalmente el domicilio conyugal. Así, mientras una de las
partes asume las deudas y algunas pertenencias sobrevaloradas, la otra
pone a buen recaudo el contenido patrimonial más relevante. El trámite
es rápido y no entraña excesiva dificultad. Basta con hacer 2 lotes de
gananciales, firmar el documento correspondiente y presentarlo en el
Juzgado. La pareja se divorcia legalmente y listo. Sin embargo, el hecho
cierto es que ambos siguen conviviendo con normalidad y, con permiso de
los detectives privados contratados por los económicamente afectados (y
burlados), nadie tiene por qué enterarse. Además, en el hipotético caso
de ser descubiertos, ¿quién puede reprocharles que se estén dando una
segunda oportunidad?
A priori, parece tan simple como un juego de
niños. Pero, en honor a la verdad –y también a la legalidad–, no es tan
sencillo como parece. Existen cuestiones técnicas ineludibles para
salvaguardar el equilibrio y dotar al procedimiento de cierta
credibilidad, sin olvidar ulteriores obligaciones fiscales. Para ello,
resulta básico el asesoramiento de un experto en la materia. En caso
contrario, se estaría coqueteando con la ilegalidad y hasta con el
delito y conviene no olvidar que la mentira tiene patas cortas.
Cuando
la situación económica ha llegado a un punto tan delicado, la mejor
opción es acudir a un profesional que se ponga en contacto con los
acreedores, a fin de conseguir quitas parciales, negociar una mora o
gestionar un aplazamiento de los pagos. Decantarse por un divorcio
ficticio conlleva un riesgo elevado que se traduce en la posibilidad de
que los simuladores sean denunciados y condenados como culpables de un
delito de alzamiento de bienes y se vean, no sólo sin patrimonio, sino,
además, con sus huesos en la cárcel. Nos hallamos ante un fraude de ley,
puesto que se utilizan maliciosamente los medios que ofrece el
ordenamiento jurídico con una finalidad manifiestamente distinta al
objetivo esencial de un divorcio. Por lo tanto, mi posición en contra no
puede ser más contundente y desaconsejo abiertamente su contemplación.
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