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Los niños no se divorcian
Quisiera compartir tanto mi experiencia profesional, como un artículo en el que baso este escrito para que entendamos cómo el divorcio afecta a los hijos.
Los niños no se divorcian es el título de un libro escrito por la psicoanalista Beatriz Salzberg, quien nos introduce en el tema de cómo ayudar a los niños en la crisis de un divorcio.
El divorcio es un tema complicado del cual no nos gusta hablar, sin embargo es una realidad que a veces se vuelve ineludible y que puede, si es llevado a cabo de forma madura, ser una solución adecuada, pues permite a los niños crecer en un ambiente menos conflictivo.
El divorcio es una crisis que afecta a todo el grupo familiar, y como en toda crisis, se puede aprender de ella y superarla; sin embargo, vemos con frecuencia cómo las parejas divorciadas continúan peleando durante años porque no pueden concluir lo que llamamos el “divorcio emocional”, siguen “casados” pero con la pelea, detenidos repitiendo situaciones de dolor, ira, fracaso y venganza.
Y es que el divorcio emocional comienza mucho antes que el legal.
¿Cómo afecta un divorcio a los hijos?
Hoy por hoy no queda duda de las huellas que el divorcio deja en las experiencias emocionales de un niño o de un adolescente.
Hay que entender que la separación de los padres, aunque se lleve a cabo de la forma menos traumática, siempre conlleva dolor, ya que hay una pérdida real de la pareja de padres juntos dentro del hogar; el niño sigue teniendo a sus padres, y esto es central, pero no juntos.
A veces pensamos que los niños no se dan cuenta de lo que sucede, y menos si son pequeños, pero esto no es cierto porque la relación en conflicto genera un clima de ansiedad que el niño capta aun cuando los padres deseen disimularla.
En el matrimonio confluyen dos tipos de lazos: los conyugales y los parentales.
El divorcio sólo disuelve los primeros, sin embargo, a veces los ex esposos heridos dejan de lado su función de ser padre y se vuelven ajenos al dolor de sus hijos; perdidos en su rabia o su frustración, se olvidan de diferenciar entre el dolor propio y el de los hijos.
El niño, entonces, se encuentra que con la separación sus padres, estos adultos que deberían ser responsables y con quienes él siempre ha contado, se convierten en seres violentos, explosivos, infantiles e impacientes que lo castigan por algo que no hizo, cayendo a veces en la utilización de los hijos para sus fines personales, perjudicando su futuro y comprometiéndolos tácitamente a cumplir con funciones que no les corresponden, como cuidar de la seguridad física de unos de los cónyuges al que protegen de la violencia del otro;
“espiar” a uno contra el otro, cayendo a veces hasta de doble espía;
colocarlos de mediador de los problemas económicos;
ponerlos a escoger a quién quieren más o a encargarse de sus hermanos pequeños, etc.
Toda vez que se le coloca en medio de la batalla, escuchando las descalificaciones, mirando la violencia, se le está maltratando.
Como señala la doctora Salzberg:
“Los padres divorciados deberán saber que tienen que elaborar el duelo por el matrimonio muerto y asumir que se terminó —aunque uno no lo haya querido— y superar la posición de víctima o culpable”.
Un hombre y una mujer pueden haber sido incapaces de hacer un buen matrimonio, pero todavía pueden hacer del divorcio una experiencia positiva.
Es preferible que los padres estén bien separados a mal unidos.
Lo que más preocupa a un niño cuando se da un divorcio es la pérdida de la protección; también le asusta tener la culpa de lo que sucede, ya que los niños piensan que todo gira en torno a ellos. Durante el divorcio, es común observar en el niño tristeza, desinterés, apatía, temor ante el futuro, al rechazo, miedo, rabia, etc., así como problemas de conductas, dificultades para el buen rendimiento escolar, expulsiones, maltrato a sus compañeros y pesadillas.
Emociones y conductas que a veces no son comprendidas por los padres o el colegio, porque no lo relacionan con el divorcio.
No es que el hijo de padres divorciados sea siempre portador de una patología, pero sí depende su futuro de cómo lo ayuden a enfrentarlo.
Es importante que el niño pueda expresar lo que siente; hay que prepararlo con tiempo, hablar con él, decirle algo así como “papá y mamá tienen problemas, están buscando una solución, es posible que se separen para así poder estar todos más tranquilos”.
Frases como ésta son modos de enseñarles a expresar la dificultad por la que se está atravesando; la forma en que se dan esas explicaciones es fundamental.
Para hacer las cosas menos difíciles se deben promover fáciles y frecuentes encuentros con el padre que se va, hay que preservar su imagen, sin sobrevalorarlo o denigrarlo.
Los encuentros con el padre que se fue es mejor que se den, por lo menos al principio, fuera del contexto de la pareja, ya que ver a los padres juntos remueve la esperanza de que se vayan a volver a unir.
Por ello, debemos ayudar a nuestro hijo a no sentirse culpable ni creer que él es la causa del divorcio, no permitirle entrar a la batalla, ser escuchado como sujeto y no como un objeto a disponer arbitrariamente por uno u otro de los cónyuges, sentir que lo siguen queriendo como antes del divorcio, informarlo sobre lo que está ocurriendo y favorecer la expresión de sus opiniones, temores y angustias.
Los buenos acuerdos permiten un sano desarrollo emocional.
Prevenir y tomarse el tiempo para conversar con los hijos evitará tener que curar.
Proyecto vida. Programa de prevención comunitaria
Beatriz Poler / beaberpol@gmail.com
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