La prioridad en la custodia materna es un concepto sexista, una predeterminación social que nos vuelve a encerrar en el destino de madres y sólo madres.
Escribo este artículo todavía horrorizada por el caso de esa joven
rociada en Madrid con un ácido que le abrasó la carne hasta llegar al
hueso.
Días antes había iniciado los trámites de separación de su marido, cuya implicación aún no ha sido probada (está denunciado por malos tratos).
Este suceso atroz, y otros semejantes, aviva en muchas mujeres un núcleo instintivo de desconfianza y rencor hacia los hombres, aunque a la inmensa mayoría de ellos les espante lo del ácido tanto como a nosotras.
Pero el sexismo deja heridas que terminan convirtiéndose en prejuicios.
Digo esto por la reforma del Código Civil para que la custodia compartida deje de ser un régimen excepcional (hasta ahora prima la custodia materna: se otorga en el 90% de los divorcios).
Enseguida se ha reactivado la polémica y, para mi asombro, muchas mujeres y en general la izquierda se han declarado en contra, como si la custodia materna fuera algo progresista.
Es cierto que hay padres que reclaman la custodia sólo para fastidiar a la mujer, cuando jamás han hecho caso de los niños.
Pero también es cierto que hay mujeres que dificultan el contacto de los padres con sus hijos como venganza.
La prioridad en la custodia materna es un concepto sexista, una predeterminación social que nos vuelve a encerrar en el destino de madres y sólo madres.
¿Queremos que los padres cuiden más de sus hijos?
En primer lugar, ya lo están haciendo: hay un claro corrimiento de muchos varones hacia papeles menos machistas.
Pero, además, para que se desarrolle esa tendencia hay que cambiar las leyes, porque el marco legal nos da la forma social.
Superemos los prejuicios y reconozcamos estas obviedades:
los niños necesitan a sus padres y a sus madres. Los hijos no deberían ser munición de ataque. Los padres tienen el derecho y el deber de ser padres.
Días antes había iniciado los trámites de separación de su marido, cuya implicación aún no ha sido probada (está denunciado por malos tratos).
Este suceso atroz, y otros semejantes, aviva en muchas mujeres un núcleo instintivo de desconfianza y rencor hacia los hombres, aunque a la inmensa mayoría de ellos les espante lo del ácido tanto como a nosotras.
Pero el sexismo deja heridas que terminan convirtiéndose en prejuicios.
Digo esto por la reforma del Código Civil para que la custodia compartida deje de ser un régimen excepcional (hasta ahora prima la custodia materna: se otorga en el 90% de los divorcios).
Enseguida se ha reactivado la polémica y, para mi asombro, muchas mujeres y en general la izquierda se han declarado en contra, como si la custodia materna fuera algo progresista.
Es cierto que hay padres que reclaman la custodia sólo para fastidiar a la mujer, cuando jamás han hecho caso de los niños.
Pero también es cierto que hay mujeres que dificultan el contacto de los padres con sus hijos como venganza.
La prioridad en la custodia materna es un concepto sexista, una predeterminación social que nos vuelve a encerrar en el destino de madres y sólo madres.
¿Queremos que los padres cuiden más de sus hijos?
En primer lugar, ya lo están haciendo: hay un claro corrimiento de muchos varones hacia papeles menos machistas.
Pero, además, para que se desarrolle esa tendencia hay que cambiar las leyes, porque el marco legal nos da la forma social.
Superemos los prejuicios y reconozcamos estas obviedades:
los niños necesitan a sus padres y a sus madres. Los hijos no deberían ser munición de ataque. Los padres tienen el derecho y el deber de ser padres.
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