ANA ABELENDA, 31/08/2020
¿A las parejas felices se les ve venir de lejos?, ¿y a las infelices? «Había un psicólogo americano que invitaba a las parejas a dejarse grabar 24 horas juntas, y decía que al cabo de 15 minutos podía predecir qué parejas seguirían juntas al cabo de 5 años y cuáles no. El elemento determinante en las que veía juntas al cabo del tiempo era el reconocimiento. Y es algo sutil: una mirada, una sonrisa, un gesto, una escucha, una atención, un reconocer al otro», plantea el psicólogo Joan Garriga, que revela en su libro: "Bailando juntos las 12 claves que definen nuestras relaciones" e invita a no forzar la postura ni pisar al otro en el baile del amor. Lo que ven tus ojos en Instagram engaña, dice. «Hay mucha distancia entre lo que aparenta ser y lo que es», asegura el terapeuta que da a las relaciones la forma de una danza.
-¿La relación de pareja es una danza que solemos bailar mal?
-Es una danza que con un poquito de suerte, aprendizaje y crecimiento podemos bailar bien. Digamos que en las relaciones hay una danza que nos expande, y nos hace sentir tranquilos y seguros, un poquito libres, y hay otras danzas que nos contraen y que, con mala suerte, son estereotipadas. Hay danzas en las que a uno siempre le toca la postura del fuerte y al otro del débil, uno dirige y otro cede, y en estas todo es previsible. Todos los pasos muy estereotipados corresponden a posiciones infantiles. Hace días, por ejemplo, hablaba con una mujer que reconocía que su principal «paso de baile» en las relaciones de pareja era adaptarse y perderse en los deseos del otro. Es muy típico. Es ese modelo en el que uno se impone y el otro se adapta y finalmente se pierde a sí mismo.
-¿Hacer felices a otros nos puede hacer realmente felices?
-Es difícil llegar a la plena felicidad si uno se ve obligado siempre a adoptar una misma posición de danza. Si uno siempre dirige y el otro se adapta, ninguno de los 2 está bien. La mujer que te comentaba ha llegado a la conclusión de que debe ponerse límites y atender más a su necesidad; lo 1º es escucharse ella para saber qué quiere, qué necesita.
-¿Repetimos el modelo de los padres?
-Repetimos escenarios infantiles. Si de niño aprendí a ponerme salvador porque mi madre solía estar depresiva, hay muchas probabilidades de que, de adulto, busque a alguien que tenga una problemática para repetir mi papel. Hay varios modelos (padres, abuelos...) y una larga historia de asuntos pendientes en las familias. Y muchas mujeres enojadas con los hombres.
-¿Es normal que las parejas discutan?
-Todas las parejas tienen diferencias y es un arte solucionarlas sin dañarse. Hay discusiones creativas, pero otras que lastiman. La buena comunicación pasa por la expresión de las vivencias de uno, no por el juicio al otro. Tienes derecho a sentir lo que sientes y a expresarlo si lo deseas. A lo que no tienes derecho es a condenar a la otra persona.
En los jóvenes observo mucho la expresión: «¡Esto no es normal!». Vivimos tan confinados en nuestras pequeñas estructuras mentales que cualquier cosa que se salga de ellas nos parece anormal. Conviene esforzarse en comprender los modelos de otras personas. Como terapeuta he visto de todo y, en definitiva, siempre es lo mismo: cada uno trata de preservar su dignidad, de ser leal a sus orígenes, tiene heridas y defensas en su corazón y buenamente hace lo que puede. Así que no podemos decir qué es normal y qué no lo es. Es difícil manejar la frustración, el miedo y la inseguridad. Y muchas veces en lugar de decir: «Me da miedo que me dejes», uno se pone a controlar el teléfono del otro.
El temor a perder el amor lo tiene todo el mundo, pero otra cosa es volverse loco con ello. Hay que aprender comunicación en el ámbito de la pareja.
La desconfianza y la montaña rusa en una relación tiene un final infeliz.
-¿1º la pareja, después los hijos? Llama la atención lo que propones.
-Imagínate que tu madre te dijera: «Primero tú y luego tu padre». Piénsalo como hija, ¿qué te hace sentir? Los hijos no necesitan ser el centro, y hoy son excesivamente centrales en las familias. Toda la energía está volcada en ellos. Con los hijos hay que volcarse, sí, pero los hijos están más tranquilos cuando sienten que los grandes están en otro plano y los ven juntos como padres, incluso cuando se han separado. Ser el centro del mundo para un padre o una madre es, en realidad, un sacrificio para el hijo. Algo que regalamos a los hijos es seguir amando, en ellos, a su padre o a su madre, incluso tras una ruptura. Uno de los problemas habituales es que los padres se permiten alianzas con los hijos o darles primacía frente a la pareja. Los hijos necesitan sobre todo unos padres que estén bien, y si están juntos, mejor.
-¿Ellos no deben entonces ser el centro?
-La pareja sólida mira en la dirección de los hijos, claro, pero no es bueno que los hijos tengan la primacía en las familias. La primacía en la familia deben tenerla los adultos.
-¿«La familia no es una democracia», como apunta Eva Millet?
-Claro que no, no es una democracia, y si lo es, se paga. A los niños muy centrales, la vida no les va a confirmar que son tan geniales como sus padres creen. Hay que hacerles sentir seguros, pero no el centro del universo. Ojo, lo que también hacen los hijos es percibir las necesidades de los padres, y satisfacerlas. A veces un hijo se convierte en eficaz o exitoso solo porque así necesitan verlo sus padres.
-¿Existe la media naranja?
-La media naranja existe como fantasía. Es una idea platónica, la de completarnos con otro que nos hace falta. Pero sería absurdo pretender que existe un alma gemela. Creo que no, pero es cierto que casi todo el mundo sentimos que nos falta algo... Y por otro lado hay una falta de tipo ontológico: la necesidad de vivir más en el ser y menos en las apariencias. Lo de la media naranja... no lo sé. Me parece que vale más la pena ocuparse de vivir plenamente en ti mismo y de relacionarse con otro que vive en sí. Otro no puede ocuparse de lo que a mí falta. Lo digo en El buen amor en la pareja. Tengo una mala noticia: «Nadie te va a hacer feliz». Pero tengo una buena noticia: «Nadie te hará infeliz».
-¿1º la pareja, después los hijos? Llama la atención lo que propones.
-Imagínate que tu madre te dijera: «Primero tú y luego tu padre». Piénsalo como hija, ¿qué te hace sentir? Los hijos no necesitan ser el centro, y hoy son excesivamente centrales en las familias. Toda la energía está volcada en ellos. Con los hijos hay que volcarse, sí, pero los hijos están más tranquilos cuando sienten que los grandes están en otro plano y los ven juntos como padres, incluso cuando se han separado. Ser el centro del mundo para un padre o una madre es, en realidad, un sacrificio para el hijo. Algo que regalamos a los hijos es seguir amando, en ellos, a su padre o a su madre, incluso tras una ruptura. Uno de los problemas habituales es que los padres se permiten alianzas con los hijos o darles primacía frente a la pareja. Los hijos necesitan sobre todo unos padres que estén bien, y si están juntos, mejor.
-¿Ellos no deben entonces ser el centro?
-La pareja sólida mira en la dirección de los hijos, claro, pero no es bueno que los hijos tengan la primacía en las familias. La primacía en la familia deben tenerla los adultos.
-¿«La familia no es una democracia», como apunta Eva Millet?
-Claro que no, no es una democracia, y si lo es, se paga. A los niños muy centrales, la vida no les va a confirmar que son tan geniales como sus padres creen. Hay que hacerles sentir seguros, pero no el centro del universo. Ojo, lo que también hacen los hijos es percibir las necesidades de los padres, y satisfacerlas. A veces un hijo se convierte en eficaz o exitoso solo porque así necesitan verlo sus padres.
-¿Existe la media naranja?
-La media naranja existe como fantasía. Es una idea platónica, la de completarnos con otro que nos hace falta. Pero sería absurdo pretender que existe un alma gemela. Creo que no, pero es cierto que casi todo el mundo sentimos que nos falta algo... Y por otro lado hay una falta de tipo ontológico: la necesidad de vivir más en el ser y menos en las apariencias. Lo de la media naranja... no lo sé. Me parece que vale más la pena ocuparse de vivir plenamente en ti mismo y de relacionarse con otro que vive en sí. Otro no puede ocuparse de lo que a mí falta. Lo digo en El buen amor en la pareja. Tengo una mala noticia: «Nadie te va a hacer feliz». Pero tengo una buena noticia: «Nadie te hará infeliz».
No conviene darle a otro el poder de nuestra felicidad.
-¿La pareja no da la felicidad?
-La pareja no da la felicidad, pero podemos ser felices en pareja.
-¿Existe la pareja perfecta?
-... en América sí, ¿no? jajaja. No sé quién decía que «lo perfecto no puede ser amado». Es mejor una pareja real que se vaya haciendo bien. La pregunta es: «¿Hay alguien perfecto?». En un sentido existencial profundo somos perfectos en nuestra realidad, pero también lo somos en nuestras miserias.
-¿Estamos muy marcados por los modelos familiares y sociales, por nuestro propio historial de fracasos?
-Tenemos una larga historia del corazón. Conviene trabajar en el autoconocimiento, atreverse a encarar cómo son las cosas, para ser un poquito más libres. Una pauta prototípica hoy es la de la lucha entre hombres y mujeres, quizá la más fuerte. La pareja posmoderna orbita alrededor del yo. La pareja de hoy en día es quebradiza, un poco líquida, como decía Bauman, e incluso gaseosa. Y esto genera inseguridad. Uno de los retos para la pareja es lograr el pleno respeto, la confianza, y ver en la mujer a la mujer, no a todas las mujeres anteriores; y en el hombre al hombre, no a todos los hombres.
-¿Amamos igual a los 20 que a los 40?
-¡Hombre, el corazón es el mismo!... pero la biología no. Podemos amar más intensamente a medida que la vida avanza. El amor a los 20 está gobernado por el impulso sexual y a los 40 quizá matizado por la crianza de los hijos y el desarrollo personal. A los 60 es un amor más tranquilo, que ha hecho camino en la vida y está de vuelta, y a los 80 es quizá hacerse una compañía grata. Leonard Cohen decía que vivía con una mujer en habitaciones separadas, cada uno en una planta de la casa, y que al final lo que uno quiere es tener compañía para cenar.
-¿El amor es fiel, el deseo no?
-Yo pregunto: ¿quién estando en pareja no ha experimentado una pequeña atracción, un pensamiento, un gusto por una persona distinta a la pareja? Mucha gente responde que sí, que ha pasado por esto. La idea de la fidelidad en sentido absoluto es algo excesivo, que no corresponde a la propia naturaleza. Hay algo biológico incluso que determina que no te guste solo una persona durante toda la vida. La estadística hoy apunta a 3 o 4 parejas. La fidelidad es una elección, no una predisposición natural duradera. Lo que más veo yo que lastima en la pareja es incumplir un pacto. Lo que no conviene es ser demasiado hipócrita. Y hay muchas cosas que no son habladas, pero son aceptadas. La fidelidad es una elección por amor a otro, sabiendo que en algún momento puede aparecer alguien que te atraiga. Y luego las fronteras y los límites de qué es infidelidad son sutiles. Lo que no se puede es ser tan narcisista para pretender que uno se lleve el deseo absoluto del otro.
-¿Son más frívolas las relaciones en los jóvenes? ¿Es el consumo rápido su forma de relacionarse hoy?
-Yo suelo trabajar con parejas a partir de los 25-30 años y no sabría decirte. Pero me parece que quizá hace 10 años había un gran consumo de relaciones, en plan deporte sexual de fin de semana, pero que hoy los veinteañeros se han puesto un poco conservadores. Esta es mi impresión.
-¿La pareja no da la felicidad?
-La pareja no da la felicidad, pero podemos ser felices en pareja.
-¿Existe la pareja perfecta?
-... en América sí, ¿no? jajaja. No sé quién decía que «lo perfecto no puede ser amado». Es mejor una pareja real que se vaya haciendo bien. La pregunta es: «¿Hay alguien perfecto?». En un sentido existencial profundo somos perfectos en nuestra realidad, pero también lo somos en nuestras miserias.
-¿Estamos muy marcados por los modelos familiares y sociales, por nuestro propio historial de fracasos?
-Tenemos una larga historia del corazón. Conviene trabajar en el autoconocimiento, atreverse a encarar cómo son las cosas, para ser un poquito más libres. Una pauta prototípica hoy es la de la lucha entre hombres y mujeres, quizá la más fuerte. La pareja posmoderna orbita alrededor del yo. La pareja de hoy en día es quebradiza, un poco líquida, como decía Bauman, e incluso gaseosa. Y esto genera inseguridad. Uno de los retos para la pareja es lograr el pleno respeto, la confianza, y ver en la mujer a la mujer, no a todas las mujeres anteriores; y en el hombre al hombre, no a todos los hombres.
-¿Amamos igual a los 20 que a los 40?
-¡Hombre, el corazón es el mismo!... pero la biología no. Podemos amar más intensamente a medida que la vida avanza. El amor a los 20 está gobernado por el impulso sexual y a los 40 quizá matizado por la crianza de los hijos y el desarrollo personal. A los 60 es un amor más tranquilo, que ha hecho camino en la vida y está de vuelta, y a los 80 es quizá hacerse una compañía grata. Leonard Cohen decía que vivía con una mujer en habitaciones separadas, cada uno en una planta de la casa, y que al final lo que uno quiere es tener compañía para cenar.
-¿El amor es fiel, el deseo no?
-Yo pregunto: ¿quién estando en pareja no ha experimentado una pequeña atracción, un pensamiento, un gusto por una persona distinta a la pareja? Mucha gente responde que sí, que ha pasado por esto. La idea de la fidelidad en sentido absoluto es algo excesivo, que no corresponde a la propia naturaleza. Hay algo biológico incluso que determina que no te guste solo una persona durante toda la vida. La estadística hoy apunta a 3 o 4 parejas. La fidelidad es una elección, no una predisposición natural duradera. Lo que más veo yo que lastima en la pareja es incumplir un pacto. Lo que no conviene es ser demasiado hipócrita. Y hay muchas cosas que no son habladas, pero son aceptadas. La fidelidad es una elección por amor a otro, sabiendo que en algún momento puede aparecer alguien que te atraiga. Y luego las fronteras y los límites de qué es infidelidad son sutiles. Lo que no se puede es ser tan narcisista para pretender que uno se lleve el deseo absoluto del otro.
-¿Son más frívolas las relaciones en los jóvenes? ¿Es el consumo rápido su forma de relacionarse hoy?
-Yo suelo trabajar con parejas a partir de los 25-30 años y no sabría decirte. Pero me parece que quizá hace 10 años había un gran consumo de relaciones, en plan deporte sexual de fin de semana, pero que hoy los veinteañeros se han puesto un poco conservadores. Esta es mi impresión.
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