El obispo de Málaga, Jesús Catalá, ha
forzado el cese de José Antonio Villalba como Hermano Mayor de la
Hermandad de Humillación y Estrella. Según el señor obispo no cabía otra
alternativa, pues se trataba de hacer cumplir, estrictamente, el
derecho canónico y el reglamento interno de la Agrupación de Cofradías,
que contemplan la expulsión de los responsables cofrades caso de que
estos se hallen incursos en graves pecados, como puede ser la situación
contaminada personal del finiquitado, al haber consumado recientemente
el divorcio de su matrimonio. El obispo Catalá se ha lavado las manos,
al más rancio estilo de Poncio Pilatos.
La jerarquía, que ya nos tiene acostumbrados a
sus continuas actuaciones disociativas, a ese ser a la misma vez doctor
Jekyll y señor Hyde, le aplica a Villalba la interpretación más
puritana de la ley del embudo. Sus actos son tamizados por el lado
estrecho del artefacto, mientras que son sonoros los casos del lado
espacioso y ancho por el que se da cabida a los católicos con pedigrí.
Un solo ejemplo sirve para ilustrar este
doble rasero en la aplicación de la norma. María Dolores de Cospedal,
actual Secretaria General del PP se divorció, para protagonizar un
sonado embarazo por el sistema de fecundación in vitro heterólogo, que
ha supuesto, entre otras cosas, la fecundación de su óvulo con un
espermatozoide de un varón que no era su marido, alcanzando el climax
del más difícil todavía con un matrimonio en segundas nupcias, a su vez,
con un señor divorciado. Ello no ha sido impedimento para que
recientemente el Primado le diera la comunión, públicamente, en el
Corpus toledano, a pesar de existir en su actual matrimonio una doble
infracción eclesiástica. El art. 915 del Derecho Canónico señala,
entre otras cuestiones, que: “No deben ser admitidos a la sagrada
comunión los excomulgados y los que están en entredicho después de la
imposición o declaración de la pena, y los que obstinadamente persistan
en un manifiesto pecado grave”, como es el caso de la situación conyugal
en la que se encuentra Cospedal.
Para la interpretación ortodoxa de la
Iglesia Católica, María Dolores Cospedal está incursa en una situación
objetiva de pecado porque Roma no admite el divorcio. La Santa Sede no
titubea al asegurar que los divorciados “están impedidos, según la
legislación vigente, de recibir la comunión”. O lo que es lo mismo,
pueden ir a misa, pero no comulgar.
Tiempo y espacio faltaría para hablar de los
divorcios de S.A.R. doña Leticia Ortiz, de la Infanta Elena, de Eugenia
Martínez de Irujo, de Carmen Martínez Bordiú, de Rodrigo Rato, de Norma
Duval, de Álvarez Cascos, de Julio Iglesias, de Cristóbal Montoro, de
Juan Villalonga o el más difícil todavía de la divorciada Alicia Sánchez
Camacho que fue madre soltera de Manuel Pimentel cuando este todavía
estaba casado, sin que ello haya sido impedimento para palios, regalías,
honores y demostraciones de respeto y afinidad.
Claro que como José Antonio Villaba no pasa
de ser un sencillo y humilde currelante, clase obrera en estado puro,
carne de cañón para la jerarquía, caterva de esa que habita en los
extramuros del Limonar o del Cerrado de Calderón, carente de casta,
linaje, nobleza, alcurnia o abolengo, se sabe que lo suyo será el llorar
y el crujir de dientes, quedando reservados los bonus
celestiales para aquellos otros que acumulan bulas y prerrogativas por
la gracia de Dios o como dijera el gitanito: “porque Dios es mu
gracioso”.
Ya lo cantó Manolo García y El último de la fila:
“Mi primo, que tiene un bar, desde siempre me ha dicho, y me consta que
todo lo dice de muy buena fe: tanto tienes, tanto vales, no se puede
remediar, si eres de los que no tienen, a galeras a remar…”. Pues eso.
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