Romper una relación matrimonial presenta una serie de desafíos financieros. Las relaciones de pareja terminan, pero hay cargas económicas que no terminan con ellas.
Pau A. Monserrat (iAhorro.com)
29 OCT 2014
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2013 se
produjeron 95.427 divorcios, siendo la duración media de los matrimonios
de algo más de 15 años.
Un 75,4% fueron de mutuo acuerdo. Si analizamos las edades que más se divorcian, observamos que los hombres entre 40 y 49 años son los que más se separan, siendo la franja de edad de las mujeres divorciadas menor, entre 30 y 39 años.
Si nos fijamos en el afectado más débil de los matrimonios rotos, los hijos, el INE nos informa de que en el año 2013, del total de separaciones, en un 57,2% de los casos se asignó pensión alimenticia. La pensión compensatoria al otro cónyuge se fijó en un 10% de las sentencias, siendo el beneficiario casi siempre la mujer (9 de cada 10 casos).
Las madres siguen siendo las que mayoritariamente se quedan con los hijos, con 76,2% de custodias de los hijos menores.
En crecimiento está la fórmula de la custodia compartida, en un 17,9% de los casos.
Todos estos datos, analizados en su conjunto, nos permiten prever qué complicaciones económicas y cuándo pueden surgir en relación a la pareja y su eventual ruptura. A todos nos gusta pensar que el amor de nuestra vida es para siempre, y los afortunados así lo experimentarán, pero ello no es óbice para estar preparados por si las cosas vienen mal dadas.
Si uno de los miembros de la pareja no trabaja, siendo su aportación al matrimonio básicamente las labores domésticas y cuidado de los vástagos, se está generando un coste oculto para el que sí trabaja de forma remunerada: la probable pensión compensatoria a la parte más débil económicamente hablando. Lo mismo ocurre si hay una descompensación importante entre los ingresos de ambos. Por ello y aunque suene raro, el que más gana debería ahorrar una parte de su sueldo para este escenario económico, si queremos optimizar nuestras finanzas personales al máximo.
Por otro lado, está el gasto adicional que tendríamos que soportar de romperse la relación. Si se tienen varias viviendas, no tendremos gastos de alojamiento extras (aparte de los suministros y gastos domésticos de vivir solos), pero si solo tenemos una casa, hay que tener en cuenta los futuros gastos de alquiler, en su caso.
Si hemos comprado la vivienda habitual mediante un préstamo hipotecario, los conflictos financieros se disparan en caso de separación. Múltiple es la casuística, tan variada como tipos de financiaciones hipotecarias y propiedades del bien inmueble hay.
Si tenemos una vivienda propia comprada mediante un préstamo hipotecario, antes o después de casarnos, se producen diferentes escenarios según el régimen matrimonial.
Si estamos en separación de bienes y hemos comprado la casa antes del matrimonio, por ejemplo, la propiedad de la casa y la deuda es nuestra exclusivamente; pero si hay hijos menores y se otorga la custodia a la otra parte, podemos acabar viviendo de alquiler, pagando la hipoteca y la pensión que considere el juez. Un escenario de muchos gastos y una propiedad que no podemos usar.
También genera muchos problemas si el préstamo hipotecario está a nombre de los 2. Lo normal es que tras la separación solo uno viva en la casa hipotecada, pero la deuda siga siendo mutua. Por mucho que se pacte una extinción de condominio (la propiedad de la casa pasa a ser solo de un miembro de la pareja), la hipoteca sigue estando a nombre de los 2. Y el banco puede ir contra los 2 hipotecados, indistintamente. Solo negociando el beneficiario de la extinción de condominio una nueva hipoteca y saliendo el otro de la deuda, se rompe el vínculo económico realmente.
Casarse suele conllevar gastos importantes, pero divorciarse también.
Prever y pactar de la mejor forma posible las consecuencias económicas de una indeseada ruptura es la mejor forma de vivir tranquilamente la relación.
Un 75,4% fueron de mutuo acuerdo. Si analizamos las edades que más se divorcian, observamos que los hombres entre 40 y 49 años son los que más se separan, siendo la franja de edad de las mujeres divorciadas menor, entre 30 y 39 años.
Si nos fijamos en el afectado más débil de los matrimonios rotos, los hijos, el INE nos informa de que en el año 2013, del total de separaciones, en un 57,2% de los casos se asignó pensión alimenticia. La pensión compensatoria al otro cónyuge se fijó en un 10% de las sentencias, siendo el beneficiario casi siempre la mujer (9 de cada 10 casos).
Las madres siguen siendo las que mayoritariamente se quedan con los hijos, con 76,2% de custodias de los hijos menores.
En crecimiento está la fórmula de la custodia compartida, en un 17,9% de los casos.
Todos estos datos, analizados en su conjunto, nos permiten prever qué complicaciones económicas y cuándo pueden surgir en relación a la pareja y su eventual ruptura. A todos nos gusta pensar que el amor de nuestra vida es para siempre, y los afortunados así lo experimentarán, pero ello no es óbice para estar preparados por si las cosas vienen mal dadas.
Si uno de los miembros de la pareja no trabaja, siendo su aportación al matrimonio básicamente las labores domésticas y cuidado de los vástagos, se está generando un coste oculto para el que sí trabaja de forma remunerada: la probable pensión compensatoria a la parte más débil económicamente hablando. Lo mismo ocurre si hay una descompensación importante entre los ingresos de ambos. Por ello y aunque suene raro, el que más gana debería ahorrar una parte de su sueldo para este escenario económico, si queremos optimizar nuestras finanzas personales al máximo.
Por otro lado, está el gasto adicional que tendríamos que soportar de romperse la relación. Si se tienen varias viviendas, no tendremos gastos de alojamiento extras (aparte de los suministros y gastos domésticos de vivir solos), pero si solo tenemos una casa, hay que tener en cuenta los futuros gastos de alquiler, en su caso.
Si hemos comprado la vivienda habitual mediante un préstamo hipotecario, los conflictos financieros se disparan en caso de separación. Múltiple es la casuística, tan variada como tipos de financiaciones hipotecarias y propiedades del bien inmueble hay.
Si tenemos una vivienda propia comprada mediante un préstamo hipotecario, antes o después de casarnos, se producen diferentes escenarios según el régimen matrimonial.
Si estamos en separación de bienes y hemos comprado la casa antes del matrimonio, por ejemplo, la propiedad de la casa y la deuda es nuestra exclusivamente; pero si hay hijos menores y se otorga la custodia a la otra parte, podemos acabar viviendo de alquiler, pagando la hipoteca y la pensión que considere el juez. Un escenario de muchos gastos y una propiedad que no podemos usar.
También genera muchos problemas si el préstamo hipotecario está a nombre de los 2. Lo normal es que tras la separación solo uno viva en la casa hipotecada, pero la deuda siga siendo mutua. Por mucho que se pacte una extinción de condominio (la propiedad de la casa pasa a ser solo de un miembro de la pareja), la hipoteca sigue estando a nombre de los 2. Y el banco puede ir contra los 2 hipotecados, indistintamente. Solo negociando el beneficiario de la extinción de condominio una nueva hipoteca y saliendo el otro de la deuda, se rompe el vínculo económico realmente.
Casarse suele conllevar gastos importantes, pero divorciarse también.
Prever y pactar de la mejor forma posible las consecuencias económicas de una indeseada ruptura es la mejor forma de vivir tranquilamente la relación.
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