Un feminismo que también existe.
Más Información:
Empar
Pineda|18 MAR 2006.Firman este artículo Empar Pineda, María
Sanahuja y Manuela Carmena, juezas, Justa Montero y Cristina
Garaizabal, feministas, Paloma Uría, Reyes Montiel y Uxue
Barco, diputadas, y 200 mujeres más de toda España.
En los 2 años del Gobierno Zapatero,
la actividad legislativa en asuntos que conciernen específicamente a las
mujeres ha sido intensa: Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra
la Violencia de Género, Ley que modifica el Código Civil en el derecho a
contraer matrimonio, Ley que modifica el Código Civil en materia de separación
y divorcio. Y están pendientes las leyes de Dependencia, de Igualdad, de
Mediación familiar, de Identidad de género y la creación de un Fondo de
Garantía para los impagos de pensiones de divorcio.
Aplaudimos el interés del Gobierno por
abordar estos problemas, pero no podemos dejar de mencionar la preocupación que
nos suscita el desarrollo de una excesiva tutela de las leyes sobre la vida de
las mujeres, que puede redundar en una actitud proteccionista que nos vuelva a
considerar incapaces de ejercer nuestra autonomía. Una legislación adecuada
puede, sin duda, ayudar a mejorar la vida de las personas, pero es la
movilización, el compromiso, la educación y la toma de conciencia individual y
colectiva, de mujeres y de hombres, lo que puede finalmente hacernos conseguir
nuestros objetivos.
Las leyes aprobadas que provocan mayor
controversia dentro del feminismo son la ley contra la violencia de género y a
ley de divorcio. Las discrepancias son tan importantes que cabe hablar de
diferentes concepciones del feminismo y distintos modos de defender los
derechos de las mujeres. Hay un enfoque feminista que apoya determinados
aspectos de la ley contra la violencia de género de los que nos sentimos
absolutamente ajenas, entre ellos la idea del impulso masculino de dominio
como único factor desencadenante de la violencia contra las mujeres.
En nuestra
opinión, es preciso contemplar otros factores, como la estructura familiar,
núcleo de privacidad escasamente permeable que amortigua o genera todo tipo de
tensiones; el papel de la educación religiosa y su mensaje de
matrimonio-sacramento; el concepto del amor por el que todo se sacrifica; las
escasas habilidades para la resolución de los conflictos; el alcoholismo; las toxicomanías...
Todas estas cuestiones, tan importantes para una verdadera prevención del
maltrato, quedan difuminadas si se insiste en el "género" como única
causa.
Otro de los problemas de enfoque preocupantes en este feminismo y
claramente presente en la ley es la filosofía del castigo por la que
apuesta: el castigo se presenta como la solución para resolver los problemas y
conflictos. Así, el Código Penal adquiere una importancia desmesurada y se
entienden como más eficaces aquellas leyes que contemplan penas más duras. Las
situaciones de maltrato han de castigarse, pero la experiencia demuestra que
más castigo no implica menos delito ni mayor protección para las víctimas.
La polémica ha vuelto a manifestarse
con la ley de divorcio. Las reacciones críticas de estas feministas no se
hicieron esperar. Una, absolutamente razonable: no se plantea solución al
impago de pensiones, uno de los grandes problemas que afrontan muchas separadas
o divorciadas. En cambio, otras críticas parecen derivarse de esa concepción
del feminismo que no compartimos. Se ha dicho que un divorcio sin causa deja a
las mujeres al albur de los deseos masculinos, que equivale al repudio o que
priva a las mujeres de conseguir ventajas señalando un culpable. Se ha mostrado
desconfianza ante la mediación familiar, por considerar que la mediación sólo
se puede dar entre iguales y las mujeres siempre están en inferioridad; pero la
mayor oposición se ha manifestado ante la custodia compartida de los hijos e
hijas menores de edad. Contra ella se ha argumentado que privar a las mujeres
de la exclusividad en la custodia equivale a privarlas del derecho al uso del
domicilio conyugal y a la pensión de alimentos, con lo que su situación
económica puede llegar a ser dramática. Ciertamente, la situación de bastantes
mujeres tras un divorcio puede ser muy difícil, pero no está de más señalar
que, frecuentemente, es la custodia exclusiva de hijos e hijas la que dificulta
que la mujer pueda rehacer su vida o mantener su actividad laboral, adquirir
formación, encontrar trabajo, sin olvidar lo difícil que resulta enfrentarse en
solitario a la responsabilidad de su cuidado y educación.
Además, parece
comprobado que hay un mayor compromiso paterno en el pago de las pensiones
cuando la custodia es compartida.
También se ha argumentado que las
madres tienen una relación más estrecha con sus hijos que los padres, pues son
las que habitualmente se ocupan de ellos, y que los padres solamente tratan de
evitar pagar la pensión de alimentos. Partiendo de la mayor relación de las
madres con los menores, parece aventurado afirmar que han de estar siempre
mejor con la madre que con el padre. También nos parece abusivo atribuir a los
hombres, con carácter general, intenciones espurias al solicitar la custodia y
pensar que a las mujeres sólo las mueve el amor filial. Sabemos que se puede
intentar utilizar la ley en provecho propio, pero ha de ser labor de la
justicia proteger a las personas más indefensas.
Finalmente, contemplamos con
preocupación las posiciones del Instituto de la Mujer sobre la prostitución, a
la que considera una actividad indigna y degradante. Estas ideas, en línea con
el feminismo puritano de reforma moral de fines del XIX, brindan una excusa
para mantener las pésimas condiciones en las que las prostitutas ejercen su
trabajo.
Las opiniones que venimos criticando
nos parecen poco matizadas y excesivamente simplificadoras. Tienden a presentar
a los hombres y a las mujeres como dos naturalezas blindadas y opuestas: las
mujeres, víctimas, los hombres, dominadores. La imagen de víctima nos hace un
flaco favor a las mujeres: no considera nuestra capacidad para resistir, para
hacernos un hueco, para dotarnos de poder y no ayuda a generar autoestima y
empuje solidario. Lo mismo se puede decir de la visión simplificadora de los
hombres: no existe, en nuestra opinión, una naturaleza masculina perversa o
dominadora, sino rasgos sociales y culturales que fomentan la conciencia de
superioridad y que, exacerbados, pueden contribuir a convertir a algunos
hombres en tiranos.
Desde nuestro punto de vista, el
objetivo del feminismo debe ser acabar con las conductas opresoras y
discriminatorias; debe ser conseguir la igualdad entre los seres humanos, no
aniquilar a quienes discriminan u oprimen. Nosotras no deseamos un feminismo revanchista
y vengativo, deseamos simplemente relaciones en igualdad, respetuosas,
saludables, felices, en la medida en que ello sea posible, relaciones de
calidad entre mujeres y hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario