La bajada generalizada y continua de los precios supone un gran riesgo para la economía.
JOSEP M. BERENGUERAS / Barcelona /Viernes, 28 de marzo del 2014
Cada vez que bajan los precios, el fantasma de la deflación (descenso generalizado y continuo de los precios
de bienes y servicios en una economía, según la definición económica)
sobrevuela. Lo que a priori podría parecer una buena noticia para las
familias (que bajen los costes de los bienes y servicios) puede
convertirse en todo lo contrario. Pero, ¿por qué?
Cuando bajan los precios, las empresas ven reducidos también sus márgenes, lo que implica que a medio plazo pueden presentar problemas en sus cuentas. Además, hace que tengan problemas para devolver las deudas, y como los costes laborales se mantienen estables, puede implicar reestructuraciones y reducciones de plantilla. Esto conlleva un incremento de la tasa de paro, más retracción del consumo y, por tanto, nuevas reducciones de precios.
Al mismo tiempo, hay un efecto psicológico: cuando hay deflación, los consumidores perciben que si los precios han bajado, pueden hacerlo aún más, lo que les hace retrasar sus decisiones de compra. Si esto ocurre, la demanda de bienes y servicios disminuye aún más, lo que conlleva un exceso de la oferta y, por tanto, fuerza a una nueva disminución de los precios. Y la espiral se repite.
Por último, si todo esto ocurre en una economía con mucha deuda (como es la española), otro sector que sufre la deflación es el de la banca. Al ser más difícil devolver las deudas, la morosidad aumenta, lo que se traduce en problemas para la banca, contracción de la concesión de créditos y, de nuevo, dificultades para las empresas y las familias.
¿Y cómo se puede combatir? Habitualmente se lucha contra ella con medidas de política monetaria: bajar el precio del dinero (los tipos de interés), devaluación de la moneda (medida poco factible) y política fiscal.
El problema viene cuando todo ello no sirve para mucho y la deflación se sigue produciendo.
Cuando bajan los precios, las empresas ven reducidos también sus márgenes, lo que implica que a medio plazo pueden presentar problemas en sus cuentas. Además, hace que tengan problemas para devolver las deudas, y como los costes laborales se mantienen estables, puede implicar reestructuraciones y reducciones de plantilla. Esto conlleva un incremento de la tasa de paro, más retracción del consumo y, por tanto, nuevas reducciones de precios.
Al mismo tiempo, hay un efecto psicológico: cuando hay deflación, los consumidores perciben que si los precios han bajado, pueden hacerlo aún más, lo que les hace retrasar sus decisiones de compra. Si esto ocurre, la demanda de bienes y servicios disminuye aún más, lo que conlleva un exceso de la oferta y, por tanto, fuerza a una nueva disminución de los precios. Y la espiral se repite.
Por último, si todo esto ocurre en una economía con mucha deuda (como es la española), otro sector que sufre la deflación es el de la banca. Al ser más difícil devolver las deudas, la morosidad aumenta, lo que se traduce en problemas para la banca, contracción de la concesión de créditos y, de nuevo, dificultades para las empresas y las familias.
¿Y cómo se puede combatir? Habitualmente se lucha contra ella con medidas de política monetaria: bajar el precio del dinero (los tipos de interés), devaluación de la moneda (medida poco factible) y política fiscal.
El problema viene cuando todo ello no sirve para mucho y la deflación se sigue produciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario