Ha llegado el posfeminismo.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL.
NUESTRAS feministas y feministos -pues también los hay entre ellos- aún no se han enterado de que estamos en pleno posfeminismo.
Si el feminismo veía el hombre como depredador de las mujeres, el posfeminismo lo ve como el objeto de deseo y pieza a cobrar que antes eran ellas.
Las hijas de las feministas que quemaban sostenes usan hoy los que realzan sus senos, y se someten a todo tipo de torturas para resultar más deseables.
Las series televisadas norteamericanas nos presentan jóvenes atractivas, inteligentes, a la búsqueda desesperada de marido o por lo menos compañero.
Las consultas sentimentales chorrean historias de abandonos inexplicables.
Las librerías rebosan de manuales sobre el difícil arte de retener a un hombre y en las universidades se han creado cátedras sobre ello.
Si hace pocas décadas el problema era cómo salir del matrimonio, ahora lo es cómo entrar en él. Las chicas, claro, porque los chicos no entran ni a palos.
«¿Fue una victoria pírrica la alcanzada por las feministas?», se preguntan algunos.
Barbara Dafoe Whitehead, encargada de esa cátedra en la Universidad de Rutgers, ha escrito un libro cuyo título lo dice todo. «Por qué no quedan buenos hombres».
Es la cuestión que domina el 80% de las conversaciones entre norteamericanas, sin que ninguna, incluida la Dra. Whitehead, la haya contestado satisfactoriamente.
Tal vez porque la respuesta la tenía ante los ojos: no hay bastantes buenos hombres porque hay muchas buenas mujeres.
Dicho de otra forma, porque la mujer de hoy, preparada, atractiva, independiente, no se conforma, como sus madres y abuelas, con cualquiera.
Exige más de su pareja, y no hay tantos hombres que cubran sus requerimientos.
Está, por otra parte, el factor comodidad.
Las chicas se lo han puesto muy fácil a los chicos. Para gozar hoy de los beneficios de la vida conyugal, los hombres ya no tienen que casarse.
Las mujeres les permiten entrar en sus vidas sin ese requerimiento.
Algunas no lo necesitan.
Otras lo aceptan, tal vez pensando que conducirá al matrimonio.
Resulta que no es así, que excepto en los casos en que haya hijos, y no siempre, el chico no tiene prisas en casarse.
Con lo que la chica se encuentra con las presiones de su trabajo, de las labores domésticas -pues nuestra ayuda suele ser más teórica que otra cosa- y con el peligro siempre presente de otra mujer más joven le birle el compañero.
Nada de extraño que para muchas de ellas resulte demasiado.
Y que algunos cínicos empiecen a decir que los verdaderos liberados han sido los hombres.
Pienso, sin embargo, que la liberación es mutua.
Es más, como la mujer estaba mucho más sometida, su avance ha sido infinitamente mayor. Ahora bien, esta liberación, como todas, conlleva cargos y desencantos inevitables.
No todo es rosado en la vida de la mujer liberada.
Pero que es mejor que la de no liberada no cabe duda.
Basta comparar con la que lleven en el Tercer Mundo. Aunque sea éste un flaco remedio.
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