ROSA MONTERO 20/03/2007
Según datos de la Fiscalía de Madrid, el año pasado se perpetraron en esta Comunidad 2.589 delitos de violencia cometidos por mujeres contra sus parejas: 698 por esposas, 547 por ex esposas, 587 por parejas de hecho y 757 por ex parejas.
Es una cifra impresionante, aun teniendo en cuenta que algunos de estos delitos pueden estar basados en falsas acusaciones, pues no es raro que un maltratador denuncie a su víctima para protegerse. En cualquier caso, el monto de mujeres energúmenas vuelve a reafirmarme en mi desagrado ante la bienintencionada Ley de Violencia de Género.
Una ley que sólo contempla a la mujer como víctima y al hombre como verdugo está fuera de la realidad, es discriminadora y por lo tanto sexista, y puede producir más males que beneficios, porque probablemente agrave el sentimiento de frustración y la agresividad de esa horda de machistas descerebrados que sólo saben solventar su inseguridad siendo violentos.
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De hecho, en el último año he recibido varias cartas de lectores desesperados porque se sienten desprotegidos ante la ley. Hombres separados que no consiguen ver a sus hijos, o que dicen haber sido acusados de violencia falsamente.
Lo cierto es que entre los abogados y los jueces se sabe que en algunas demandas de divorcio la esposa denuncia automáticamente por maltrato para estrujar al cónyuge. Y sin duda se sigue priorizando en exceso a la mujer a la hora de quedarse con los niños.
Hace poco se le quitó la custodia de sus dos hijos a una madre que los explotaba como actores. La demanda la presentó una abogada y la sentencia la dictó una juez, y probablemente gracias a que el caso lo llevaron dos mujeres se consiguió salvar a los niños de ese abuso.
Porque si hubieran sido hombres tal vez no se hubieran atrevido, o no hubieran querido abandonar la hipervaloración del derecho materno, que no es más que machismo, y que en vez de protegernos nos encadena al papel tradicional de mujer-madre.
Sé bien que el horror constante de la violencia sexista, y el dolor atronador de tantísimas víctimas apaleadas, apuñaladas o quemadas vivas, nos obliga a exigir una respuesta social urgente. Pero no creo que discriminar a los hombres sea el camino.
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