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"Es injusto que vayan de casa en casa"
Yolanda y Carlos decidieron que su divorcio no tenía por qué destruir su hogar, y por eso se turnan cada 2 meses en el domicilio familiar, donde viven sus hijos.
La ex pareja está convencida de que el equilibrio entre padre y madre es fundamental para su desarrollo
Si el problema de la custodia compartida es mayoritariamente de hombres, la solución pasa siempre por las mujeres, pues este mecanismo sólo se activa si existe un acuerdo entre los ex cónyuges, algo que ocurre sólo en algo menos del 10% de los divorcios.
Encontrar un ejemplo dispuesto a narrar su experiencia en ese porcentaje residual es toda una hazaña.
Este diario logró contactar con una ex pareja que comparte la custodia de sus hijos en un gran municipio vizcaíno.
Carlos y Yolanda -nombres ficticios- se separaron hace 3 años.
"Se nos acabó el amor; a ella más que a mí", explica él con un sonrisa franca.
Llegaron a un acuerdo.
Los 3 niños del matrimonio -el mayor de 10 años, la pequeña de 5- siguen viviendo en el domicilio conyugal y, con ellos, uno de los padres, que van y vienen cada 2 meses.
Las visitas del que está fuera son flexibles y organizan actividades juntos, incluso viajes de turismo.
Yolanda y Carlos abrieron el pasado viernes con muchas reservas la puerta de su casa, que es de los 2 pero al mismo tiempo de ninguno.
Ambos recelan del encuentro, pues no desean desnudarse ante los lectores.
No habrá fotos. Los niños no están en casa, "su intimidad está por encima de todo".
La charla vence la resistencia del periodista a publicar un testimonio tan extraordinario sin una imagen.
El material señala con tanta nitidez cuál debe ser la actitud para con sus descendientes de unos padres que ya no desean vivir juntos que ha de ver la luz incluso al precio de no contar con una imagen ilustrativa.
Las declaraciones están reflejadas a vuelapluma en unas cuartillas sin la red de una grabadora, máquina nociva para una conversación distendida, y trasladadas posteriormente al papel de periódico con sosiego y cierta perspectiva literaria con el fin de redondear los diálogos.
"Teníamos claro que nuestros hijos no podían pagar el pato de nuestras broncas y que teníamos que divorciarnos; pero tampoco era justo que ellos fueran de una casa a otra. Lo mejor era que nos moviéramos nosotros", comenta Yolanda.
El plan suena bien y hasta sencillo.
A la hora de materializarlo, las buenas intenciones chocan con la aritmética: es necesario tener 3 casas y pagarlas.
Han sorteado ese obstáculo con una solución original. Ella vive de alquiler, él en una casa heredada que sus hermanos le han cedido.
Ambos tienen buenos trabajos y pagan de forma proporcional a sus ingresos el coste de su singular modelo familiar.
Son conscientes de que su situación financiera les ha permitido aplicar esta fórmula de custodia compartida.
Yolanda coge las riendas de la conversación, Carlos rubrica la explicación asintiendo con la cabeza: "Existe un equilibrio entre el padre y la madre si ambos están implicados en la educación, cualquiera que tenga hijos lo sabe. La Ley del Divorcio debería explotar ese contrapeso que proporciona armonía en el desarrollo de la personalidad de los niños".
Sus hijos se han adaptado sin problemas a ese clima relacional -"digo yo que será más difícil tener padres de fin de semana", remarca Carlos- y, en opinión de sus padres, han recibido una ejemplarizante lección de convivencia, porque así es como definen su relación, aunque sea sui generis. El fracaso de un matrimonio no tiene por qué degenerar en un enfrentamiento intestino que acabe por emponzoñar también a los niños, extraen como conclusión.
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