domingo, 23 de enero de 2022

El término «feminismo» y la estrategia «motte and bailey»

La lucha, con técnicas medievales, por la titularidad de una ideología
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«Feminismo
1.m. Principio de igualdad de derechos de la mujer y el hombre.». Diccionario de la Real Academia Española
neandergrand, 27 Febrero 2020
La tesis central de este artículo es que una parte del movimiento feminista está usando la falacia motte and bailey para apoderarse en exclusiva de los términos feminismo y feminista. Pero, antes de empezar, es justo reconocer que, buscando referencias sobre el tema, he descubierto que no soy ni mucho menos el 1º al que le llama la atención el uso de estas tácticas. Enlazo aquí, por ejemplo, este artículo de Quintana Paz, en el que expone ideas parecidas.
Empiezo, ahora sí, con mi propia explicación.
La estrategia motte and bailey (descrita originalmente por el filósofo Nicholas Sackel) consiste en mantener 2 conjuntos de postulados, de los cuales 1 es más extremista y dificil de defender (el cercado exterior del castillo), y otro, por el contrario, muy razonable y difícil de atacar (la fortificación sobre la mota o montículo). Eso permite mantener de forma habitual un discurso radical, pero, cuando este es atacado, retirarse rápidamente a la mota y desde allí mostrarse desconcertado o incluso ofendido por las críticas.
En el caso que nos ocupa, la mota fortificada es la definición de feminismo del diccionario de la R.A.E., porque, si feminismo es estar a favor de la igualdad de derechos entre hombres y mujeres, ¿cómo no vas a ser feminista?, ¿quién puede atacar eso?
Ahora bien, el truco está en, a partir de ahí, ir ampliando cada vez más el tamaño del castillo a base de adherir a ese postulado original otros mediante una serie de falsas dicotomías.
Así, si eres feminista, entre las mujeres víctimas de delitos y una justicia patriarcal, ¿cómo no vas a tomar partido por creer siempre e incondicional-mente a la mujer?
Y, si eres feminista, entre seguir negando que el machismo existe o reconocer de una vez por todas que cualquier agresión a una mujer por parte de su pareja es consecuencia de la cultura patriarcal, ¿cómo no vas a optar por lo 2º?
Y, si eres feminista y tienes que elegir entre los derechos de las mujeres y el capitalismo, ¿cómo no vas a posicionarte contra el capitalismo?
De esa forma, el cercado se va ampliando cada vez más, enterrando los matices, pero, en el momento en que alguien se rebela, siempre queda el recurso de retirarse a la mota, recordar que feminismo es defender la igualdad y acusar al crítico de machista por atreverse a cuestionar ese principio.
Es una estrategia simple y efectiva, que les ha permitido a quienes la usan registrar el término feminista a su nombre y, a partir de ahí, usarlo para promover sus propias agendas políticas o intereses particulares.
Sin embargo, en mi opinión, es también una estrategia que está teniendo efectos tóxicos para la lucha por la igualdad, porque su coste, que recae sobre el conjunto de la sociedad, es el incremento de la polarización y que se estén cavando trincheras donde bien podría haber puentes. 
Con demasiada frecuencia, se le está negando a otros, incluso de forma muy agresiva, el derecho a identificarse con ese término, hasta que hemos alcanzado un punto en que, por reacción, hay mucha gente que lo ve con hostilidad o cuando menos con desconfianza. Eso sí, cuando una mujer se atreve a decir en voz alta que no se siente feminista, lo primero que se hace, de nuevo, es echarle en cara la definición de la R.A.E., como si en vez del cercado estuviera cuestionando la mota.
¿Cómo reaccionar ante eso? Creo que hay 2 posibilidades.
La 1ª sería que todos asumiéramos que el término feminista ha mutado y que la definición del diccionario ya no es la válida. Así, ser feminista, como ser católico, no consistiría en creer en un único punto, sino en aceptar un bloque de dogmas, dogmas que no siempre están engarzados unos con otros a través de la razón, sino a menudo mediante saltos de fe.
Y la 2ª, que es de la que yo soy partidario, es reclamar que el término retorne al patrimonio común, y que todo aquel que crea sinceramente en la igualdad de derechos sea reconocido como feminista sin exigirle nada más.
Obviamente, eso no significa que no podamos criticar la forma que tengan los demás de entender o defender el feminismo. Si este es una ideología política y no una religión, la crítica es lícita y necesaria. Pero lo que sí que significa es que, por muy convencidos que estemos cada uno de nosotros de que nuestra versión es la buena, eso no nos convierte en la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre y no nos da el derecho a imprimir carnés.

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