Raquel González González
Madrid
22 SEP 2013
Soy pareja de un padre divorciado y cada día recibo una muestra más de lo hostil que es la sociedad con este colectivo.
La última, ingresan de urgencias a su hija en el hospital de
Torrelodones. Al llegar, nos dicen que no le dan información por la Ley
de Protección de Datos.
A él, que es su padre y que ostenta la patria
potestad, demostrado con documentos que siempre lleva como es la
sentencia y el convenio regulador.
Le niegan datos sobre su propia hija
de apenas 3 años. Por supuesto, datos que sí dan a la madre. Solo
cuando ella reconoce que no hay orden de alejamiento alguna, la pediatra
nos recibe.
Es decir, lo primero que presuponen, solo por ser padre divorciado,
es que es un agresor. Y después, las enfermeras insisten en hablar solo
con la madre.
Es solo un botón de lo que vivo a su lado. La impunidad de una madre
que incumple las visitas con el visto bueno de los jueces; la siempre
prescindible figura paterna en la sociedad civil; denuncias falsas; el
abuso económico...
Los hombres responsables que quieren ejercer y sentirse padres se
topan con un muro una y otra vez.
Alguien tendría que ponerse con esto
ya porque es sangrante y francamente agotador.—
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