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Presuntos culpables: Los que han desfilado últimamente por los medios han sido sometidos al prejuicio de ser considerados culpables.
16/04/10.Tiempo de hoy.
QUIEN NO HAYA COMETIDO el error de prejuzgar a un sospechoso que tire la primera piedra. Quizá sea inoportuno iniciar estas líneas con una frase tan vaticanizada en los últimos tiempos, pero es el modo más sencillo de resumir una actitud muy común: omitir la presunción de inocencia.
Todas las personas que han desfilado últimamente por los juzgados y, en consecuencia, por las portadas de los medios de comunicación, han sido sometidas al severo pre-juicio de ser consideradas culpables.
La ley francesa, muy rigurosa en este sentido, prohíbe publicar fotografías de una persona esposada antes de que exista una condena judicial.
En España, sin embargo, ningún artículo del Código Penal impide la llamada pena de telediario, es decir, el castigo añadido que supone la exposición pública de los detenidos a cara descubierta e incluso esposados, como les sucedió a los 8 implicados en la operación Pretoria cuando salían del furgón policial y se les vio recoger sus pertenencias en bolsas industriales de basura antes de declarar ante el juez de la Audiencia Nacional.
Las autoridades judiciales de Cataluña criticaron que no se respetase su derecho a la dignidad. Poco después, se repitió el mismo trato vejatorio con los detenidos por el caso Palma Arena, que fueron esposados, esta vez, unos a otros por la muñeca.
El abogado de Jaume Matas también denunció que su cliente fue sometido a la pena de telediario, porque los medios, en su opinión, se excedieron al valorar el sumario y anticiparon un juicio paralelo.
La diferencia es que, en esta ocasión, ha sido él mismo quien se ha prestado de manera voluntaria a proclamar su inocencia en un estudio de televisión y dar detalles sobre los 3 millones de euros que había logrado reunir en pocos días, gracias a sus amistades, para pagar la fianza que evitaría su ingreso en prisión.
¿A quién habrá convencido?
Quien tiene un amigo tiene un tesoro o, mejor viceversa, quien tiene un tesoro tiene un amigo.
¿Quién cree que los implicados en los casos Pretoria, Gürtel, Malaya, Palma Arena y demás escándalos de corrupción se librarán de sus respectivas condenas judiciales?
Ni siquiera lo piensan sus afines cuando aluden a otros casos emblemáticos en los que, contra todo pronóstico, se demostró la inocencia de un procesado.
El falso culpable ha merecido un buen puñado de magníficos homenajes cinematográficos y literarios.
Aun así, cuesta trabajo aceptar que exista un gramo de inocencia en esta serie de personajes insaciables que acumulan fincas, mansiones, coches deportivos, relojes, mayordomos y cajas fuertes colmadas de billetes de 500.
Las acusaciones por malversación de caudales públicos, falsedad documental, apropiación indebida, evasión de capitales, blanqueo de dinero y demás triquiñuelas financieras, huelen mal y apestan a culpabilidad.
Se les llama presuntos por precaución, sin un ápice de convicción.
Incluso sus correligionarios mencionan la presunción de inocencia con la boca pequeña, por temor a que dejen algún cabo suelto. Eso sí, hay que dejar a los jueces que digan la última palabra.
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