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FAMILIAS // EL CHICO VUELVE A CASA
La crisis obliga a muchos separados con hipotecas altas a volver a casa de sus padres: Unos y otros deben aprender a convivir con nuevas reglas en esta IIª etapa
EVA MELÚS.25/10/09
Javi Bádenas, de 33 años, se separó hace 3.
Después de pagar los 800 euros de la hipoteca y los gastos del dúplex que compartía con su mujer, le quedaban 400 euros para alquilar una habitación y vivir.
No tuvo hijos, pero, de haber tenido que pasar una pensión alimenticia, debería de haber restado otros 200.
Como hacen otros separados agobiados por la crisis, Javi decidió regresar a casa de sus padres y volver a empezar.
"Te vas de casa siendo un niño y cuando vuelves no sabes bien qué eres. Sacas tu parte de niño, porque después de una temporada tan mala agradeces muchísimo que tus padres te den cariño, aunque cuesta un poco que te vuelvan a preguntar a dónde vas", admite.
Los padres y, sobre todo, las madres, a menudo insisten a sus hijos para que vuelvan a casa después de una separación.
"Nunca quise que regresara, pero si no tuvo suerte creo que estará mejor con su familia que en cualquier otro lugar. Cuando él encuentre una pareja o considere que debe irse, ya se irá", asegura Anita Pascual, la madre de Javi.
Ella fue quien acompañó a su hijo en un periplo médico que parecía interminable para solucionar una misteriosa alergia en la piel que apareció después de la separación.
"Arturo, mi marido, ya tiene bastante con su trabajo", argumenta ella, que tiene una jornada de 4 horas como limpiadora.
Algunas madres admiten que se sienten agobiadas al estar de nuevo sujetas a los horarios de comida y a la rutina de la lavadora llena.
Muchos separados retoman su adolescencia con más ganas que nunca, alargan las noches y saborean –sin cuestionarse ni intentar cambiar los viejos roles familiares– la comodidad de volver a tener un plato en la mesa y la ropa milagrosamente limpia y planchada en el armario.
De manera algo distinta, Anita también entiende el tiempo que Javi ha estado casado como un paréntesis:
"Para mí es como si no se hubiera ido nunca de casa. Cuando volvió, decidimos no hablar más de su pareja y empezar de nuevo como si nada hubiera pasado".
Su hijo, que trabaja en un taller mecánico universitario, ha vuelto al instituto.
"Es algo que era más difícil viviendo en pareja y que tampoco habría sido fácil si me hubiera ido a compartir piso con amigos en lugar de estar con mis padres", dice.
También recuperó las grandes jornadas en bicicleta, los domingos de escalada y la piscina. Admite que, cuando vivía en pareja, él se encargaba de las tareas domésticas y en casa de sus padres colabora algo, pero "menos de lo que debiera".
Ya no cocina, aunque su habitación la limpia y la ordena él.
Las relaciones se limitan. "Si quedo con amigos, lo hago fuera. Tampoco llevaría a una chica a casa de mis padres si no es una relación formal. Es lo que más me cohíbe. Si surge la oportunidad, vamos a su casa", explica.
Y añade: "No sé el porqué, pero las separadas no suelen querer volver a casa de sus padres, aunque lo pasen muy mal".
Su madre ha aprendido a preguntar menos.
"Sé que tiene alguna novia por ahí, pero no lo dice y me parece sensato que no lo haga", bromea. Pide, eso sí, que Javi le avise si no vendrá a dormir o llegará tarde, porque se preocupa.
Este verano, Javi vendió por fin su piso de casado.
Con más dinero que antes, acaba de redecorar la habitación, en la que ha colocado el home cinema que le tocó después de repartirse los restos del matrimonio naufragado.
Es su espacio.
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