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2/11/2008 Vivienda
JOAQUÍN Romero
El otro día oí a un banquero quejarse de la política de vivienda.
Decía que es incomprensible que en esta situación, cuando hay un exceso de oferta inmobiliaria, la respuesta del Gobierno sea poner más oferta en el mercado.
Desde su punto de vista, resulta ilógico porque contradice la más elemental de las leyes económicas.
Y no le faltaba razón, aunque sus argumentos están muy condicionados por sus propios intereses.
Y es que los bancos han tenido que tragarse activos inmobiliarios de sus clientes.
Se han visto entre la espada y la pared: si no aceptan el activo en prenda, y se limitan a exigir el pago de la deuda pueden inducir a una suspensión de pagos, lo que les acarrearía más problemas; además del solar, el edificio o los pisos se verían abocados a aceptar una quita del riesgo que mantienen con esas empresas.
Aunque resulta poco grato, es mucho más sensato quedarse con el tocho: tarde o temprano recuperará valor.
Y, por supuesto, cuanta más vivienda fabrique el ministerio, más tardarán en volver a sus precios antiguos los activos que han aparcado en el desván.
Afortunadamente, la política económica no se hace pensando solo en los banqueros y los promotores.
También se tienen muy en cuenta las necesidades de la población.
Por eso, la Administración intenta poner vivienda al alcance de la gente normal y corriente.
Pero surgen muchos problemas.
Hay jóvenes que reúnen las condiciones para acceder a una VPO, como ciertos ingresos anuales, pero ese mismo perfil les impide conseguir financiación bancaria, la hipoteca.
Es un pez que se muerde la cola: están fuera del mercado libre y también del protegido.
Vamos a ver si los tímidos pasos que contiene el nuevo plan de vivienda, como la subida del tope de la renta máxima con que se puede optar a una VPO, da algún resultado.
Sería lamentable que las nuevas medidas no satisfagan ni a banca, ni a empresas ni a particulares.
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