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05 de Febrero de 2010 Espido Freire: Casas frágiles
Los últimos años han traído impensables cambios en la percepción del maltrato: se detecta en el ámbito laboral, esos vampiros que conspiran entre archivos y que pueden arruinar una vida entera.
Abunda entre las intrincadas leyes de la familia, entre las mujeres atrapadas en relaciones insanas; tras años de ceguera, o de justificaciones basadas en la tradición, el qué dirán o la culpa. Se extiende la percepción de peligro.
Francia estudia negar la nacionalidad de un emigrante que impone el velo a su mujer.
Me pregunto qué tiene que estudiar: me pregunto qué tipo de reparos observan ante las ideologías contrarias a la igualdad, y si actuarían de la misma manera si se tratara de otras relaciones, o de varones.
Las tradiciones que, lejos de proteger o potenciar las capacidades humanas, trabajan en contra, deberían eliminarse sin rubor.
Delatan la debilidad femenina y las flaquezas masculinas.
En Persépolis, un padre peculiar pide: dejad de tratarnos como a obsesos sexuales: no he encontrado mejor definición.
Tan triste resulta cubrir la cabeza de una mujer como asumir que un hombre no puede controlar su sexualidad o su violencia ante los cabellos de una extraña.
España muestra un rechazo cada vez más unánime a las personas que golpean a mujeres o a niños.
Pero muestra resistencias que aún parecen invencibles a reconocer que hay muchas maneras de maltrato, muchas de abuso, muchas presiones invisibles.
Cada denuncia falsa, cada frivolización de un ataque erosiona un tejido sutil, aún delicado.
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