Diez razones falsas para casarse
Además de causas de fondo, muy fundamentales, que dificultan la armonía conyugal en el mundo de hoy, existen otros muchos motivos más concretos que constituyen la antecámara de un fracaso matrimonial.
Se trata, como suele decirse, de matrimonios equivocados desde el principio.
Entre las muchas falsas razones que podrían inducir a alguien a casarse con una determinada persona, señalamos las más frecuentes:
1. Atender sólo al atractivo externo de la pareja, o incluso al dinero, posesiones, posición y vida social, etc., olvidando o no dando importancia a aspectos más decisivos como su carácter, su personalidad, sus defectos y virtudes, los intereses comunes y su concepción de la vida. Como sugiriera Cantú, «ciertos matrimonios creados únicamente por la belleza se vician al desvanecerse la ilusión. Es preciso buscar las cualidades personales y, principalmente, las morales».
O, lo que viene a ser muy parecido, resulta prudente apreciar al novio o a la novia por lo que en realidad es, y no por lo que aparenta, por lo que hace, ni mucho menos por lo que dice o promete. «Mientras que para enamorarse no hace falta pensar, sí que es preciso hacerlo para reconocer el amor», nos recuerda Brancatisano.
2. Idealizar sus virtudes, sin caer en la cuenta de que en parte son el fruto del propio enardecimiento romántico, no del todo realista. El auténtico amor de voluntad es clarividente y nos ayuda a descubrir las notas positivas y a apreciar y comprender los defectos del ser querido; por el contrario, como venimos repitiendo, el simple amor sentimental resulta bastante ciego para los déficits y engrandece hasta la desmesura e incluso inventa las cualidades.
3. El miedo a quedarse solos o a hacer el ridículo. Aunque hoy la edad media de quienes se casan se ha elevado notablemente en la mayoría de los países de nuestro entorno, no falta quien, con tal de no arriesgarse a ser un solterón o una solterona, y con el terror a envejecer demasiado pronto, se casa en la primera ocasión con quien le sale al paso o, más a menudo, sin madurar suficientemente esa decisión trascendental.
Todos estamos obligados a tener muy en cuenta la sublimidad de la propia persona y el inmenso abanico de posibilidades de enriquecerla y hacerla florecer y dar fruto: en ningún momento de nuestra biografía deberíamos limitar el horizonte vital al de pescar a toda costa una mujer o un marido.
4. El afán de independencia respecto a los propios padres. Quien sufre por un sometimiento excesivo a sus familiares tiende a ver en el matrimonio una especie de liberación, y la decisión de formar un hogar propio, incluso demasiado pronto, puede venir determinada por el deseo de emanciparse.
5. El punto de honra de quien quiere afirmarse, ante la oposición de sus padres respecto a la elección de la pareja. Mantener la propia opción puede ser algo bueno, con tal de no hacer de ella una cuestión de victoria personal. En el objetivo de cualquier miembro de un matrimonio ha de estar siempre la felicidad y el bien del cónyuge, y no un deseo algo infantil de afirmación del yo.
6. El miedo a interrumpir un noviazgo oficial y socialmente alentado. Tal temor puede constituir una seria dificultad para quienes no posean el hábito de tomar decisiones con libertad y responsabilidad propias, sobre todo cuando la presión de los padres, parientes o amigos es intensa.
El temor a producir un grave disgusto a los familiares, entusiasmados ante un determinado partido o materialmente interesados en él, ha inducido a más de uno y de una a casarse con la persona equivocada.
7. El terror al escándalo, cuando la chica queda embarazada (y cuya respuesta jamás debería ser el hoy tan utilizado recurso al aborto). A menos que se hubiera decidido el matrimonio antes de la concepción y con plena libertad, es desaconsejable precipitarlo. Sería mejor esperar a que nazca el niño y después, con calma y con serenidad, los dos estarán mejor dispuestos para tomar una determinación ponderada.
8. Casarse con alguien por la compasión que produce su situación y pensando que de este modo se le podrá ayudar. Aun cuando la compasión es un sentimiento nobilísimo, no resulta equiparable al amor ni lo sustituye: por tanto, ese matrimonio está destinado al fracaso como matrimonio.. . y como obra de caridad.
9. Pensar que el matrimonio pudiera constituir un remedio para las propias anomalías psicoafectivas (como, por ejemplo, en caso de homosexualidad). Quien no logra superar ciertas desviaciones afectivas no debe hacerse la ilusión de encontrar en el matrimonio un talismán que todo lo cura. Por el contrario, debe considerar la eventual grave injusticia que comete contra su pareja. Recordando además que si llegara a demostrarse que el matrimonio se contrajo con dolo, también la Iglesia lo declarará nulo.
10. Buscar en el marido un padre y en la mujer una madre. Sucede esto a quienes, por inmadurez afectiva, «descubren» en la pareja la figura del propio padre o de la propia madre. Ciertamente, este factor juega a veces algún papel en la relación conyugal correcta. Pero es imprescindible evitar que semejante inconsciente identificación acarree un desequilibrio en el trato normal entre los esposos.
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