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CRÍTICA: TEATRO El salto atrás: "ANACLETO SE DIVORCIA"
EDUARDO HARO TECGLEN 26/09/1980
La naturaleza aborrece el divorcio, pensaron Muñoz Seca y Pérez Fernández apenas la República lo promulgó; y, para demostrarlo, estrenaron en 1932 Anacleto se divorcia, donde se ve córno la naturaleza aborrece algunas cosas más: los sindicatos, las huelgas, los comités paritarios.
Favorece, en cambio, otras cosas: la unidad eterna del matrimonio, el sentido de posesión del hombre por la mujer, el paternalismo del empresario, el progreso del obrero joven que se ve estimulado por la figura del patrono que ha triunfado en la vida, el sentido religioso del pueblo frente al laicismo oficial, hasta la posibilidad de que el obrero pobre se case con la hija del empresario, a condición de que dicho obrero rompa el pliego de reivindicaciones -menos trabajo, más salario- de sus compañeros y se marche de la fábrica, dispuesto a volver en un puesto directivo.
Siendo así la naturaleza, se ve fácilmente que es inútil que la IIª República legislase contra ella; esa legislación podría, eso sí, sembrar el desconcierto en el pueblo, desviarle de su senda trazada, darle unas ambiciones irreales: sobre todo, contando con su incultura, con su incapacidad para percibir el bien y el mal.
Pero, ya lo decían los franceses (Destouches, aunque la frase se suele atribuir a Boileau): «Chassez le naturel, il revient au galop» (de todas maneras, en la obra se aprende a desconfiar de los franceses, sobre todo de su cocina).
Y lo natural es que el matrimonio divorciado vuelva a unirse, y cada uno ocupe el lugar que le corresponde según un orden preestablecido.
Anacleto se divorcia, de Muñoz Seca y Pérez Fernández (1932).
Intérpretes: Angel de Andrés, María Rus, Pepe Lara, Rafael Castejón, Rafael Navarro, Jorge Peralia, CharoPalacio, Loreta Tovar, Sergio de Frutos.
Decorados y figurines de Emilio Burgos.
Dirección de Angel F. Montesinos.
Estreno: teatro Alcázar.
En el teatro se puede demostrar todo, a condición de huir de cualquier forma de la realidad; pero, sobre todo, a condición también de gozar de la complicidad del público.
Muñoz Seca y Pérez Fernández tenían la del suyo.
Monárquicos convencidos, conservadores a ultranza, reunían a todos aquellos que sentían lo mismo; y que, además, se divertían notablemente con las ironías, el humor, la comicidad -de todo hay- de unos autores expertos, con cientos de obras, muy seguros de su capacidad de coniediógrafos.
Ha pasado casi medio siglo, y Anacleto se divorcia vuelve otra vez a salir al escenario.
No es por casualidad.
Dentro del salto atrás que está dando en todo el teatro, tratando de recuperar el equilibrio perdido en algún punto de su historia reciente, Anacleto tiene una significación.
El divorcio está casi en la puerta -lleva años en esa puerta-, y sindicatos, huelgas, magistraturas, leyes de empleo, paternalismo frente a laborismo, etcétera vuelve a ser tema: naturalmente que con menos fuerza que en la República, puesto que la legislación es otra y más corta, pero sí con fuerza de enrarecimiento del ambiente.
Anacleto puede ser una Pieza importante en este ambiente; incluso con alguna suave, delicada modificación para su actualidad (por ejemplo, el cambio de la burla sobre el viejo saludo de «salud y república», que se convierte ahora en «salud y democracia»).
Y con esta intención y con este interés está de nuevo en Madrid.
Posiblemente por largo tiempo, porque cuenta también -como entonces- con la complicidad de un público que se siente comprendido y expresado.
Un público -hablo de la representación normal del miércoles por la tarde muy característico, vestido para ir al teatro como en otros tiempos, embelesado por los personajes y la situación. Gente mayor, muchas damas. Y muchos aplausos.
Cumplir una función
Anacleto se divorcia cumple, medio siglo después, la función para la que fue estrenada. Cualquier reflexión en este sentido tiene que ser favorable a la perspicacia de sus autores y a la de sus actuales resurrectores, pero tristísima en cuanto a la dificultad de España de que el tiempo pase verdaderamente.
Este paso del tiempo sólo presenta una inflexión interesante: la obra fue escrita para luchar contra algo que había sucedido, y su valor ahora es el de lucha contra algo que puede suceder.
La puesta en escena, la interpretación, los decorados responden muy bien a esa condición del teatro de hace 50 años.
Buenos intérpretes dentro de esa escuela, Angel de Andrés y María Rus dan todo el valor deseado a sus papeles, con los demás actores y actrices de la compañía.
Y también el público se lo premia.
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