martes, 18 de septiembre de 2018

Hildergart Rodriguez: La olvidada revolución sexual española

Solemos pensar que la modernización en materia de relaciones se produjo con la llegada de la democracia, pero los años 20 y 30 fueron terreno fértil para la audacia amorosa.
Las mujeres adquirieron nuevos derechos durante la Segunda República.
HÉCTOR G. BARNÉS, 17/09/2018
¿Cómo podemos extrañarnos de que la mujer tenga reacciones en el sentido histérico, si nosotros le cerramos el camino normal de la reacción? Yo sostengo, no que entronizamos el histerismo, sino que anulamos el histerismo por causas de matrimonio, cuando damos a la mujer un medio legal de destruir el vínculo legal?” Esta retórica y algo enrevesada defensa del divorcio como garante de la salud mental y sexual de la mujer fue pronunciada en 1931 en las Cortes por José Sanchis Banús, diputado socialista y uno de los grandes impulsores de la 1ª ley de divorcio de la historia de España, que se firmaría en febrero del siguiente año. 
Un hito en la historia de nuestro país en el que cristaliza un movimiento de reforma sexual que llevaba años fraguándose.
Sanchis ya había utilizado dicho argumento, según el cual muchas mujeres pagan los desmanes sexuales de sus maridos sin disponer de una herramienta legal para deshacerse con ellos, en otras ocasiones. Por ejemplo, aquella ocasión en la que, consultado como perito en un pleito de nulidad matrimonial, defendió a la mujer aduciendo que la manía recurrente de su esposo de practicar noche sí y noche también el 'coitus interruptus' le había ocasionado libido insatisfecha, ansiedad y severos problemas neuróticos. En román paladino: la buena mujer estaba –perdón– mal follada, lo que podía considerarse como una razón de peso para mandar a paseo a su marido con todas las de la ley. Desde luego, un hito histórico en la pacata España nuestra.
La élite médica y los anarquistas contribuyeron, cada uno a su manera, a revolucionar para siempre las alcobas españolas
Y algo imposible de plantear tan solo unos años antes. Como recuerda un interesante artículo publicado por los profesores del Instituto de Historia del CSIC Rafael Huertas y Enric Novella, desde los años 20 comenzó a tomar forma una modernización de la sexualidad española que terminó eclosionando durante la IIª República y su espíritu laico y progresista, y a volver a ser barrida por la moral católica más restrictiva después de la victoria del bando rebelde. Una guerra dialética entre aquella vieja guardia burguesa y los promotores de “una modernidad sexual inseparable del necesario cambio social”, de inspiración a ratos freudiana, a ratos feminista. 
La élite médica y los anarquistas contribuyeron, cada uno a su manera, a revolucionar para siempre las alcobas españolas; desde la Liga Española para la Reforma Sexual sobre Bases Científicas hasta la revista 'Sexus', por fin se podía (y se debía) hablar de sexo.
También Gregorio Marañón, que desde su perspectiva endocrinológica abordó un puñado de temas relacionados con la sexualidad en sus '3 ensayos sobre la vida sexual'. En ellos planteaba, por ejemplo, que todo ser es en origen bisexuado, y que tan solo durante la infancia un sexo se impone sobre otro. Y, aun así, no era nunca absoluto: “No es varonil sin mezcla de mujer, ni femenino sin mezcla de varón”. ¿Un guiño protoqueer que era matizado por sus opiniones sobre la mujer, como que debía ser “madre ante todo de igual forma que el hombre debe aplicar su energía al trabajo creador”? La visión de Marañón, al fin y al cabo, no dejaba ser biologicista y determinista. 
Fue una mujer que no llegó a cumplir los 20 la que nos legó los textos más rompedores de la época.
La iglesia liberadora de la Virgen Roja
Hildergart Rodríguez Carballeira ha pasado a la historia por su truculento fin a manos de su madre a los 19 años, pero bien podría haberlo hecho por obras como 'El problema sexual tratado por una mujer española', 'Profilaxis anticoncepcional' o 'Métodos para evitar el embarazo (maternidad voluntaria)' que, en lo concerniente al aborto o a la anticoncepción, se adelantaban en décadas a sus contemporáneos. Como sintetizan los autores, “para Hildegart, la maternidad no deseada 'oprime' la libertad de la mujer. En su opinión, la posibilidad de mantener relaciones sexuales sin el temor a un embarazo no deseado resulta fundamental en el desarrollo de una sexualidad más libre, y ello debe traducirse tanto en la elección del goce sexual como en la de la maternidad”.
Saludaré con alborozo el día en que veamos una masa de mujeres rebeldes e inquietas. Nos bastará. Será el día definitivo de la salvación de España
“Toda la producción escrita de Hildegart, independientemente de que se tratase de folletos de divulgación de obras con pretensiones más científicas, tuvo un hilo conductor común y un objetivo esencial: la libertad sexual”, recuerdan los autores. La niña prodigio concebida por su madre como “modelo de mujer del futuro” era una fuerza de la naturaleza que fue apodada cariñosamente –aunque no lo parezca– como la Virgen Roja por Havelock Ellis, el célebre sexólogo británico responsable del 1º tratado sobre la homosexualidad: al parecer, Hildegart era, efectivamente, tan virgen como roja. También una pionera a la hora de considerar la homosexualidad o la poligamia como algo natural. Y una abolicionista de 1º orden que consideraba que la prostitución se reduciría al mínimo “si las mujeres fueran totalmente libres en el amor”.
En 'Sexo y amor', Hildergart escribía: “Mientras la mujer no se preocupe de sí, serán inútiles nuestros esfuerzos. Yo saludaré con alborozo el día, que yo no espero que sea lejano, en que detrás de la reducida falange que nosotros formamos aún, veamos una masa de mujeres ávidas, de mujeres rebeldes, de mujeres inquietas. Nos bastará. Ese día será el definitivo de la salvación de España. Mientras el hombre labore revolucionariamente en la calle, y la mujer en el hogar temple sus entusiasmos con el jarro de agua fría de sus recriminaciones, la revolución no será un hecho consagrado total o indestructible en España”. Aunque sus libros no se han reeditado, desde 2014 puede accederse a una edición digitalizada de ellos gracias al esfuerzo de la Biblioteca Nacional Española, buena ocasión para reencontrarse con un sorprendente soplo de aire fresco en la sexología española.
El divorcio ha llegado
Es poco probable que la España que salía de la dictadura de Primo de Rivera experimentase un 'boom' de liberación sexual semejante al que se produjo a finales de los años 60 en la sociedad estadounidense, pero lo que sí parece claro es que en el ámbito científico y político se dieron pasos de gigante para modernizar de forma consciente las costumbres sexuales españolas. De ahí que gran parte de ese caldo de cultivo terminase cristalizando en una ley de divorcio que remaba en la misma dirección que la Constitución de diciembre de 1931, que concedía por fin a la mujer derechos civiles, políticos y sociales.
Dicha ley resultaba sobresaliente no solo por su carácter rompedor, sino por la manera en la que recogía esa soterrada reforma sexual que se estaba planteando desde los círculos médicos y científicos. Lo que nos devuelve a Sanchís Banus, asesor en materia psicológica del jurista Luis Jiménez de Asúa, encargado de elaborar el Proyecto de Ley, y quien había insistido en repetidas ocasiones en la relación entre insatisfacción sexual y trastornos mentales. El divorcio, en dicho caso, pasaba a ser una cuestión de salud de 1º orden: “En el 70% de los enfermos psiconeurósicos que he asistido he podido adquirir la convicción firme de que existía un profundo divorcio entre lo que deseaban y lo que habían logrado en materia sexual”, escribía Banús.
La traslación desde el papel hasta la ley, recuerdan Huertas y Novella, es también un paso desde lo individual a lo colectivo. De esa manera, se contemplaba que el divorcio era una herramienta de defensa para la mujer, que así podía sortear la histeria (aquel viejo lastre decimonónico) y las “conspiraciones sociales” contra los derechos de mujer en una peculiar colisión de freudismo y feminismo. La ley fue derogada el 23 de septiembre de 1939, declarando nulas todas las sentencias de divorcio, y es posible que su alcance fuese más limitado de lo que se esperaba –el índice de divorcios en España era tan solo de 165 por cada mil matrimonios–, pero su semilla florecería de nuevo medio siglo más tarde, en la Ley del Divorcio del 22 de junio de 1981, aún muy restrictiva. Los tiempos cambian, poquito a poquito.

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