El abuso doméstico es un tema de salud pública.
TERESA GIMÉNEZ BARBAT, eurodiputada del grupo ALDE 11 DIC. 2018
En abril de 2018 presenté una pregunta escrita a la Comisión Europea sobre las víctimas masculinas de abusos domésticos, a la vista de la escasa atención que suscitan en los programas europeos de ayuda y prevención.
En su respuesta, la comisaria de Justicia, Consumidores e Igualdad de Género, Vera Jourová, reconocía que "los hombres y los niños también pueden ser víctimas de violencia de género", pero justificaba el sesgo actual de las políticas europeas en el hecho de que "la inmensa mayoría de las víctimas de violencia de género son mujeres y niñas".
Esta explicación no me dejó satisfecha. Por una parte, me parecía problemático que Jourová sustentara la posición oficial de la UE en una encuesta (1) que sólo abordaba la violencia contra un sexo. Por otra, contrastaba con buena parte de la evidencia científica internacional, según la cual los hombres, y por supuesto los niños y los adolescentes, además de los ancianos, también sufren abusos domésticos -incluyendo abusos sexuales- de un modo que está lejos de ser trivial.
Desde los años 70 del siglo pasado se acumulan estudios y meta-análisis (estudios de estudios) que muestran que en el ámbito doméstico hay víctimas masculinas y agresoras femeninas. Estos trabajos se basan en encuestas confidenciales y anónimas suministradas por investigadores a diferentes grupos de la población, lo que incluye a estudiantes, muestras clínicas y de comunidad. Se llevan a cabo en un intento de paliar los sesgos de los datos sobre abusos procedentes exclusivamente de registros policiales y hospitalarios, que según los expertos tienden a subestimar la victimización masculina.
Esta explicación no me dejó satisfecha. Por una parte, me parecía problemático que Jourová sustentara la posición oficial de la UE en una encuesta (1) que sólo abordaba la violencia contra un sexo. Por otra, contrastaba con buena parte de la evidencia científica internacional, según la cual los hombres, y por supuesto los niños y los adolescentes, además de los ancianos, también sufren abusos domésticos -incluyendo abusos sexuales- de un modo que está lejos de ser trivial.
Desde los años 70 del siglo pasado se acumulan estudios y meta-análisis (estudios de estudios) que muestran que en el ámbito doméstico hay víctimas masculinas y agresoras femeninas. Estos trabajos se basan en encuestas confidenciales y anónimas suministradas por investigadores a diferentes grupos de la población, lo que incluye a estudiantes, muestras clínicas y de comunidad. Se llevan a cabo en un intento de paliar los sesgos de los datos sobre abusos procedentes exclusivamente de registros policiales y hospitalarios, que según los expertos tienden a subestimar la victimización masculina.
Esta metodología, por supuesto, no carece de limitaciones (como el peligro de subestimar la prevalencia de las agresiones), pero algunas conclusiones básicas se refuerzan año tras año y década tras década: así, de acuerdo con el resumen de Medeiros y Straus (2016), las mujeres ejercen la violencia física contra sus parejas masculinas en una proporción similar a los hombres, y éstos no están libres de agresiones severas, aunque la diferencia de sexo en lesiones perjudica a las mujeres, y en el extremo letal de la agresión hay claramente más mujeres que hombres asesinados por sus parejas.
Estas conclusiones coinciden con un nuevo estudio internacional que presenté en el Parlamento Europeo la pasada semana -y que será publicado en la web del Forum Euromind- acerca del impacto de la violencia de pareja en los hombres y en los niños, elaborado por Joaquim Soares, profesor emérito de la Universidad Mid Sweden, y por Nicola Graham-Kevan, psicóloga forense de la Universidad Central Lancashire, del Reino Unido. Ambos investigadores poseen un nutrido currículum académico relacionado con el abuso doméstico, incluyendo proyectos financiados por la propia Comisión Europea, como DOVE. Los resultados de su trabajo, basados en una evaluación de 153 estudios sobre víctimas de 54 países y 151 estudios de 44 países sobre perpetradores (tanto hombres como mujeres) avalan la evidencia previa, y muestran sólo pequeñas diferencias de sexo en el promedio de perpetración y victimización relacionada con la violencia de pareja. Esta simetría general en las agresiones se mantiene, según el mismo estudio, a través de las distintas "regiones mundiales" analizadas: África, Europa/Cáucaso, Asia-Pacífico, Hispanoamérica/Caribe, Oriente Medio y países industrializados de habla inglesa. Harán falta más estudios de este tipo, y mejor dotados, para alcanzar un panorama más claro de la situación.
Por lo que concierne al impacto de la violencia de pareja en los niños, estudiado por Graham-Kevan a partir de los resultados de 14 estudios realizados entre 2009 y 2018, la conclusión es que tanto los chicos como las chicas resultan adversamente afectados, a través de múltiples dimensiones de salud, con independencia de que el abuso provenga del padre o de la madre. El panorama que dibujan estos resultados resulta inconsistente con el enfoque actual de la UE y de la ONU, centrado casi exclusivamente en "mujeres y niñas". Significativamente, la misma autora destaca la falta de estudios sobre abusos específicamente cometidos por las madres contra los padres, lo cual estaría ocultando el impacto real que esta agresión podría estar causando en los niños.
En la misma presentación, celebrada en el Parlamento Europeo de Bruselas, también participó la joven investigadora española Marta Iglesias Julios, experta en agresión femenina, estudiante de doctorado en Lisboa, y una activa divulgadora científica, además de la 1ª autora española en publicar un artículo en el digital Quillette. Iglesias analizó las bases evolutivas de la agresión femenina, subrayando que ésta, aunque distinta a la masculina, no es "inexistente o inofensiva". El hecho de que parte significativa de la violencia contra las mujeres sea cometida por otras mujeres, desde el acoso escolar al laboral, debería ser objeto de mayor estudio y consideración, en opinión de Iglesias.
Es hora de tratar el problema del abuso doméstico y de género como un tema de salud pública, basándonos más en la evidencia científica, escuchando a los investigadores, reconociendo la naturaleza compleja y multifactorial del problema-como por cierto ya se empieza a hacer en los programas españoles para detectar el "riesgo homicida" que desemboca en los crímenes etiquetados como "violencia de género"- pero también promoviendo la participación y diálogo de todas las partes sociales interesadas. En definitiva, considerando el verdadero alcance de su dimensión sexista pero sin restringir el enfoque de género a un solo sexo.
Es hora, también, de expandir la empatía hacia los hombres y los niños. Particularmente en un mundo donde el sufrimiento masculino es más difícil de apreciar, y donde tradicionalmente la mayoría de la población tiende a favorecer naturalmente "las medidas políticas que favorecen a las mujeres" -como explica en un trabajo reciente la psicóloga social Tania Reynolds. Estas predisposiciones, que bien podrían ser un "universal humano" ya que se mantienen a través de distintas culturas, se basan en nuestra evolución, por lo que también pueden llegar a constituir lo que los psicólogos evolucionistas llaman un "desajuste" (mismatch) entre un pasado con sociedades menos complejas y una realidad de sociedades avanzadas que promueven una nueva igualdad y cooperación entre las personas.
Tener más en cuenta la agresión femenina y la victimización masculina no perjudica la lucha en favor de los derechos de las mujeres o cuestiona la igualdad entre los sexos. Al contrario, la afianza debido al íntimo entrelazamiento de las violencias masculinas y femeninas en el ámbito doméstico.
Estas conclusiones coinciden con un nuevo estudio internacional que presenté en el Parlamento Europeo la pasada semana -y que será publicado en la web del Forum Euromind- acerca del impacto de la violencia de pareja en los hombres y en los niños, elaborado por Joaquim Soares, profesor emérito de la Universidad Mid Sweden, y por Nicola Graham-Kevan, psicóloga forense de la Universidad Central Lancashire, del Reino Unido. Ambos investigadores poseen un nutrido currículum académico relacionado con el abuso doméstico, incluyendo proyectos financiados por la propia Comisión Europea, como DOVE. Los resultados de su trabajo, basados en una evaluación de 153 estudios sobre víctimas de 54 países y 151 estudios de 44 países sobre perpetradores (tanto hombres como mujeres) avalan la evidencia previa, y muestran sólo pequeñas diferencias de sexo en el promedio de perpetración y victimización relacionada con la violencia de pareja. Esta simetría general en las agresiones se mantiene, según el mismo estudio, a través de las distintas "regiones mundiales" analizadas: África, Europa/Cáucaso, Asia-Pacífico, Hispanoamérica/Caribe, Oriente Medio y países industrializados de habla inglesa. Harán falta más estudios de este tipo, y mejor dotados, para alcanzar un panorama más claro de la situación.
Por lo que concierne al impacto de la violencia de pareja en los niños, estudiado por Graham-Kevan a partir de los resultados de 14 estudios realizados entre 2009 y 2018, la conclusión es que tanto los chicos como las chicas resultan adversamente afectados, a través de múltiples dimensiones de salud, con independencia de que el abuso provenga del padre o de la madre. El panorama que dibujan estos resultados resulta inconsistente con el enfoque actual de la UE y de la ONU, centrado casi exclusivamente en "mujeres y niñas". Significativamente, la misma autora destaca la falta de estudios sobre abusos específicamente cometidos por las madres contra los padres, lo cual estaría ocultando el impacto real que esta agresión podría estar causando en los niños.
En la misma presentación, celebrada en el Parlamento Europeo de Bruselas, también participó la joven investigadora española Marta Iglesias Julios, experta en agresión femenina, estudiante de doctorado en Lisboa, y una activa divulgadora científica, además de la 1ª autora española en publicar un artículo en el digital Quillette. Iglesias analizó las bases evolutivas de la agresión femenina, subrayando que ésta, aunque distinta a la masculina, no es "inexistente o inofensiva". El hecho de que parte significativa de la violencia contra las mujeres sea cometida por otras mujeres, desde el acoso escolar al laboral, debería ser objeto de mayor estudio y consideración, en opinión de Iglesias.
Es hora de tratar el problema del abuso doméstico y de género como un tema de salud pública, basándonos más en la evidencia científica, escuchando a los investigadores, reconociendo la naturaleza compleja y multifactorial del problema-como por cierto ya se empieza a hacer en los programas españoles para detectar el "riesgo homicida" que desemboca en los crímenes etiquetados como "violencia de género"- pero también promoviendo la participación y diálogo de todas las partes sociales interesadas. En definitiva, considerando el verdadero alcance de su dimensión sexista pero sin restringir el enfoque de género a un solo sexo.
Es hora, también, de expandir la empatía hacia los hombres y los niños. Particularmente en un mundo donde el sufrimiento masculino es más difícil de apreciar, y donde tradicionalmente la mayoría de la población tiende a favorecer naturalmente "las medidas políticas que favorecen a las mujeres" -como explica en un trabajo reciente la psicóloga social Tania Reynolds. Estas predisposiciones, que bien podrían ser un "universal humano" ya que se mantienen a través de distintas culturas, se basan en nuestra evolución, por lo que también pueden llegar a constituir lo que los psicólogos evolucionistas llaman un "desajuste" (mismatch) entre un pasado con sociedades menos complejas y una realidad de sociedades avanzadas que promueven una nueva igualdad y cooperación entre las personas.
Tener más en cuenta la agresión femenina y la victimización masculina no perjudica la lucha en favor de los derechos de las mujeres o cuestiona la igualdad entre los sexos. Al contrario, la afianza debido al íntimo entrelazamiento de las violencias masculinas y femeninas en el ámbito doméstico.
Además permite conocer de forma más precisa su desafortunado impacto en la salud física y emocional de los niños.
Urge favorecer una política más basada en la evidencia y menos en la ideología. Con un enfoque más compasivo, colaborador y eficaz, que proteja nuestro bienestar, salud y seguridad. Se lo debemos a nuestras familias, amigos y conciudadanos.
(1). Encuesta a escala de la UE sobre la violencia contra las mujeres de la Agencia de los Derechos Fundamentales.
Urge favorecer una política más basada en la evidencia y menos en la ideología. Con un enfoque más compasivo, colaborador y eficaz, que proteja nuestro bienestar, salud y seguridad. Se lo debemos a nuestras familias, amigos y conciudadanos.
(1). Encuesta a escala de la UE sobre la violencia contra las mujeres de la Agencia de los Derechos Fundamentales.
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