NOELIA RAMÍREZ, | 07 NOV 2021
Que la crisis del hombre blanco había llegado a las series era una realidad. Ahí están todos esos antiguos protagonistas y eje del discurso televisivo durante décadas, viviendo ante nuestros ojos su particular crisis existencial. Hombres perdidos por no ser el pilar de poder y orden familiar (The White Lotus), patriarcas mosqueadísimos y vengativos con el progreso social que pide cuentas a los poderosos (Succession) y hasta líderes de pensamiento resignados o con cierto alivio por el adiós a su hegemonía como epicentro de sus tiempos (The Chair).
No sorprende que la reacción a esta deriva de poder masculino se materialice también en la trama matrimonial, apostando por esposas a la carrera o urdiendo imposibles y asesinas vías de liberación frente a la asfixia de su domesticidad. Y lo estamos viendo con propuestas y giros de guión imaginativos, con series que o bien deconstruyen la propia narrativa y estructura televisiva de la sitcom familiar, como pasa en "Que te den, Kevin" (AMC) o que se adentran en la sátira tecno-afectiva de hipercontrol masculino vista en "Made for Love" (disponible en HBO Max).
7 décadas después de que "I love Lucy" (Te quiero, Lucy) estableciera los parámetros de la ingeniosa esposa resignada por amor y silenciada por risas enlatadas, y 20 años después de que las Mujeres desesperadas de Wisteria Lane descubrieran la mugre en las costuras del mandil de la perfecta ama de casa acomodada en las afueras; las mujeres hartas de sus maridos, de tener que esforzarse y doblegarse ante la tiranía del aguantar por aguantar, toman la avanzadilla y salen pitando de ese hogar.
"Odio a mi marido, joder"
Todo empezó cuando Valerie Armstrong, creadora de "Que te den, Kevin", escuchó un podcast sobre por qué las actrices divertidas y talentosas siempre quedaban encasilladas en papeles de mujeres orbitando sobre sus maridos en las sitcoms. Ahí se iluminó con el inicio de una posible serie: que la cámara siguiese a la esposa estereotípica de una sitcom, saliendo con el cesto de la ropa del salón mientras la audiencia reía de fondo el último chiste misógino del marido. Ya en la cocina, sola, en silencio, sin las risas de fondo y los colores vivos de la escena anterior, se la vería triste, desolada, miserable. Armstrong se la imaginó mirando a cámara y diciendo "Odio a mi marido, joder". Y así, prácticamente calcada a esa idea inicial, empieza "Que te den, Kevin" y conocemos a Allison McRoberts (Annie Murphy, ganadora del Emmy a mejor actriz de comedia por la estupenda "Schitt's Creek"), una inteligente esposa agotada de trabajar de dependienta y ejercer de ama de casa perfecta y complaciente para Kevin, un marido apalancado, un hombre que se cree gracioso sin serlo, entregado afectivamente a sus colegas del barrio y que encima se ha pulido todos sus ahorros. Cuando Allison, que soñaba con salir del barrio y comprarse una casa en las afueras descubra el desfalco, urdirá un plan para matar a Kevin y deshacerse de él.
Se podría decir que "Que te den, Kevin" son 2 series 1.
Una copia la narrativa y estructura de las series familiares tipo "Todo el mundo quiere a Raymond", donde los colores son vivos y cálidos, se impone el sistema multicámara frontal de aquellas series y todo orbita en torno al marido, en este caso, Kevin (Eric Petersen).
La otra es cuando él desaparece. Cuando seguimos a Allison en su agonía, los tonos azules y la oscuridad de series dramáticas tipo "Ozark" o "Breaking Bad" se imponen y una cámara única sigue al personaje.
Una ingeniosa estructura que deconstruye la nostalgia y ranciedad del machismo cotidiano que alimentaba aquellos chistes que nos hacían reír y que cementaron nuestra educación sentimental.
Ayuda, mi marido ha invadido mi cerebro
Si "Que te den Kevin" empieza con Allison odiando a su marido en su cocina, en el caso de "Made For Love" (HBO Max) nos encontramos con Hazel Green (Cristin Milioti) saliendo empapada de un túnel en el desierto y haciendo la peineta a un megaedificio de aspecto futurista que se intuye a lo lejos. Hazel está sangrando por la cabeza, tiene el rímel corrido, viste como si viniese de nochevieja y huye descalza. Toda distancia es poca para alejarse de su marido, un magnate tecnológico –Byron Gogol (Billy Magnussen)–, un millonario a lo Elon Musk que la ha mantenido encerrada en ese hub tecnológico desde el día que se casaron, 10 años atrás, y donde Hazel estaba obligada a puntuar sus orgasmos y niveles de felicidad "para optimizarse" y para ejercer el rol de esposa ideal.
Si la vemos huir con lo puesto no es solo porque esté harta del aislamiento y de la privación de su intimidad, Hazel corre porque ha descubierto que Byron también ha invadido su cabeza. En concreto, ha implantado sin su consentimiento un microchip para su último proyecto: el matrimonio se va a convertir en los "Usuarios Uno" de su nuevo producto, "Made for Love," que convierte a las parejas en redes neuronales unidas, con sus cerebros conectados digitalmente. Se acabaron los secretos y la privacidad de sus pensamientos: Gogol quiere controlarlo todo y hacerlos 1 para siempre. Claro que el chip solo lo lleva ella, no él. "Tenía que leer 1º tu diario para dejarte leer el mío", se justificará él.
Basada en la novela de Alissa Nutting, "Made for love" juega de forma terrorífica para decirnos qué pasa cuando unimos las tecno-utopías de progreso digital de los CEO megalómanos millonarios y caprichosos de nuestra era al patriarcado de manual. Una sátira tecnológica sobre el hipercontrol masculino y la necesidad de luchar por la independencia, personal y económica, frente a relaciones que son de todo menos sanas.
La periodista Anne Helen Petersen analizaba recientemente en su newsletter por qué cierto estrato de mujeres de hoy en día, las que trabajan y no dependen financieramente de sus maridos, aquellas que tienen estrategias económicas y redes de apoyo para salir de matrimonios fallidos, seguían obsesionadas con aguantar por aguantar. Mujeres que viven aterrorizadas frente a la idea de un divorcio, han interiorizado que para tenerlo todo en esta vida esa fórmula también incluye un marido, aunque salga mal. "A las mujeres burguesas se les ha enseñado que todo, ya sea la brecha salarial o las discrepancias duraderas en el trabajo doméstico, se puede arreglar con trabajo duro", contaba.
Si "Que te den Kevin" empieza con Allison odiando a su marido en su cocina, en el caso de "Made For Love" (HBO Max) nos encontramos con Hazel Green (Cristin Milioti) saliendo empapada de un túnel en el desierto y haciendo la peineta a un megaedificio de aspecto futurista que se intuye a lo lejos. Hazel está sangrando por la cabeza, tiene el rímel corrido, viste como si viniese de nochevieja y huye descalza. Toda distancia es poca para alejarse de su marido, un magnate tecnológico –Byron Gogol (Billy Magnussen)–, un millonario a lo Elon Musk que la ha mantenido encerrada en ese hub tecnológico desde el día que se casaron, 10 años atrás, y donde Hazel estaba obligada a puntuar sus orgasmos y niveles de felicidad "para optimizarse" y para ejercer el rol de esposa ideal.
Si la vemos huir con lo puesto no es solo porque esté harta del aislamiento y de la privación de su intimidad, Hazel corre porque ha descubierto que Byron también ha invadido su cabeza. En concreto, ha implantado sin su consentimiento un microchip para su último proyecto: el matrimonio se va a convertir en los "Usuarios Uno" de su nuevo producto, "Made for Love," que convierte a las parejas en redes neuronales unidas, con sus cerebros conectados digitalmente. Se acabaron los secretos y la privacidad de sus pensamientos: Gogol quiere controlarlo todo y hacerlos 1 para siempre. Claro que el chip solo lo lleva ella, no él. "Tenía que leer 1º tu diario para dejarte leer el mío", se justificará él.
Basada en la novela de Alissa Nutting, "Made for love" juega de forma terrorífica para decirnos qué pasa cuando unimos las tecno-utopías de progreso digital de los CEO megalómanos millonarios y caprichosos de nuestra era al patriarcado de manual. Una sátira tecnológica sobre el hipercontrol masculino y la necesidad de luchar por la independencia, personal y económica, frente a relaciones que son de todo menos sanas.
La periodista Anne Helen Petersen analizaba recientemente en su newsletter por qué cierto estrato de mujeres de hoy en día, las que trabajan y no dependen financieramente de sus maridos, aquellas que tienen estrategias económicas y redes de apoyo para salir de matrimonios fallidos, seguían obsesionadas con aguantar por aguantar. Mujeres que viven aterrorizadas frente a la idea de un divorcio, han interiorizado que para tenerlo todo en esta vida esa fórmula también incluye un marido, aunque salga mal. "A las mujeres burguesas se les ha enseñado que todo, ya sea la brecha salarial o las discrepancias duraderas en el trabajo doméstico, se puede arreglar con trabajo duro", contaba.
Son esas esposas que creen que todo se arreglará si te esfuerzas por comunicarte, por organizarte y con ir a terapia, incapaces de pensar en el éxito o la plenitud en soledad. "Cuando entendamos colectivamente que el divorcio y vivir como una persona soltera no es solo una forma de supervivencia, sino que puede ser algo generador socialmente, ese miedo continuará disciplinando a muchas mujeres para que permanezcan en situaciones que les ofrecen estabilidad financiera y posición social, pero que por lo demás las degradan", sentenciaba la periodista sobre todos estos miedos. Esas serán mujeres listas para tomar medidas y saber que sí, que hay vida más allá, y puede que más plena, cuando, como Hazel y Allison, se descubran pensando: "Odio a mi marido, joder".
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