RAMÓN AGUILÓ OBRADOR, 7 enero 2020
Los asesinatos de 3 niñas a manos de sus madres no han sido criminalizadas igual que si hubieran sido cometidas por sus propios padres.
Diciembre fue un mes terrible: hasta 3 niñas fueron asesinadas por sus respectivas madres en la provincia de Girona. El 1º asesinato tuvo lugar en el pueblo de Salitja, una pequeña localidad donde vivía María con sus 2 hijas de 5 y 6 años, a las que descuartizó con una azada antes de lanzarse al vacío por un puente y ser atropellada por un camión. María era maestra y licenciada en psicología y había decidido educar a sus hijas ella misma en casa por un supuesto miedo o desconfianza en el sistema educativo y en la sociedad en general. Al parecer, como recalcan los medios, la salud mental de María no era precisamente la idónea y además se encontraba en proceso de separación de su marido, quien había solicitado el divorcio unos pocos meses antes.
El 2º filicidio fue perpetrado a finales de mes por otra madre española, que supuestamente sedó a su hija de 10 años para luego ahogarla en la bañera. En este caso, la madre acababa de salir del psiquiátrico, donde ya había sido ingresada en anteriores ocasiones en los últimos años debido a un trastorno de conducta grave. A pesar de ello, ella gozaba de la custodia de su hija, que, sin embargo, debido al precario estado de salud mental de la madre, era cuidada por una sobrina suya. Ambos casos han sido tratados de manera análoga por los medios, que han procurado no utilizar según qué verbos para describir las 2 tragedias. Las niñas «fallecían» o «morían», no eran en ningún caso asesinadas, tal y como se reclama cada vez que un varón mata a una mujer. Como si no hubiese culpables en el caso de ellas, como si se tratase de un acto natural que requiere cierta comprensión o incluso compasión. Ellos, en cambio, matan con alevosía y porque son cerdos depravados teledirigidos por el patriarcado. De ahí que sea políticamente correcto e incluso necesario hablar de las 55 mujeres asesinadas en 2019 y muy desaconsejable e incluso nocivo recordar también que, según el Instituto Nacional de Estadística, el año pasado hubo 63 homicidios a cargo de mujeres, de los cuales 36 fueron mortales.
Todo este proceder falaz y discriminatorio tiene un solo propósito: blindar las políticas de igualdad y cimentar el dogma de la violencia de género. O dicho en palabras de Sonia Vivas, nuestra incombustible regidora de Justicia Social, Feminismo y LGTBI de Palma: «Comparar el asesinato realizado por una enferma que acaba de salir de un psiquiátrico, con el hecho de que un hombre sano asesine a su pareja mujer porque cree que es suya y está autorizado, es justificar que nos estén asesinando».
En esta oración se encuentra fielmente condensada toda esa pérfida ideología que se ha impuesto en nuestros lares que exculpa siempre a la mujer de sus actos violentos y responsabiliza a los varones de todo el mal por el simple hecho de ser varones. Matar a 2 hijas a golpes de azada no es comparable al asesinato de género porque la mujer estaba enferma.
No hace falta retorcer mucho el lenguaje para intuir que lo que persigue Vivas y todo el feminismo radical que ella representa es convertir a la mujer en víctima, impedir a toda costa que hombres y mujeres puedan compartir un terrible paralelismo: su insobornable capacidad de matar y asesinar. La impúdica clave de todo ello se halla en el hecho de que alguien como Vivas se siente capaz de aseverar que un hombre sano puede ser, a la vez, un asesino. ¿Cómo es posible afirmar tal barbaridad sin ruborizarse siquiera? Naturalmente, se trata en este caso de las necesidades propias de un discurso exacerbado y sectario que debe justificar ante todo una cosa: que las mujeres, cuando matan, están enfermas. Y que los hombres, en correspondencia, cuando matan, gozan de una espléndida salud. «La maté porque era mía» representaría, según Vivas, la lógica expresión de un hombre íntegro.
Lo cierto es que habría que preguntarle a Vivas qué entiende por un varón enfermo si de un varón sano espera, como mínimo, el asesinato. ¿Qué hay peor que el asesinato? Pocas cosas, pero eso no importa, pues lo que quiere decir Vivas no es tanto que no existen los hombres enfermos sino todo lo contrario, o sea, que incluso los hombres sanos son unos asesinos. Y no nos olvidemos del chantaje emocional que acompaña tal disparate: si ponemos en duda que un hombre sano pueda matar a su pareja estaremos justificando los asesinatos de mujeres, ya que la facultad de estar enfermo y asesinar está reservada, según parece, al sexo femenino.
Qué lástima que Vivas no se dé cuenta de que, al liberar a la mujer de cualquier culpa o responsabilidad debido a su mal estado de salud mental, para así poder distinguirla moralmente del varón, ella corre el peligro de incurrir precisamente en aquello que reprocha a los demás: justificar el asesinato de 3 niñas a manos de sus respectivas madres.
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