ANTONIO CABRERA - 18 Nov 2019
El denominado Síndrome de Alienación Parental (SAP) es una auténtica enfermedad mental inducida en los menores por uno de sus progenitores. Tiene como caldo de cultivo los procesos de separación y divorcio de sus padres: cuando el progenitor alienador, mediante distintas estrategias -todas perversas- transforma la conciencia de los niños con objeto de obstaculizar 1º, e impedir y destruir después, sus vínculos con el otro progenitor. Un chantaje criminal cuyo fin último, además de la venganza, es obtener ventajas en el procedimiento de divorcio.
No se trata, por tanto, que con tiempo y suerte los niños maduren y que elijan libremente, etcétera. Es algo mucho más grave; de una vileza insufrible, y siempre dramático y cruel. Es un trastorno mental, criminalmente provocado en el menor, que no cura el tiempo sino que lo agrava hasta destruir los vínculos afectivos con el progenitor odiado.
Es un lavado de cerebro criminal que transforma al niño en un pelele en manos del progenitor alienador. Un juguete roto que desarrolla un odio patológico e infundado hacia el progenitor alienado.
Y digo odiado porque eso es lo que el alienador finalmente instala en la mente del niño, de manera que cuando el proceso está concluido, el hijo, patológica e injustificadamente rechaza y odia -ya de forma autónoma- al padre alienado y a toda su familia paterna (o materna, si el alienador es el padre).Es un lavado de cerebro criminal que transforma al niño en un pelele en manos del progenitor alienador. Un juguete roto que desarrolla un odio patológico e infundado hacia el progenitor alienado, lo que tiene consecuencias devastadoras para su desarrollo físico y psicológico. Es algo realmente diabólico que llega a instalar «falsas memorias» contra el padre alienado, y que el niño asume como propias. Por ejemplo, que ha sufrido abusos sexuales por su padre (o su madre, si la alienación es paterna). De ahí la ausencia de remordimientos en el niño, de sufrimiento o de sentimiento de culpa por su conducta con el progenitor alienado; al menos en su yo consciente. Es algo monstruoso cuya única solución, según todos los expertos, es un cambio radical de custodia en favor del padre alienado. Eso si los años de alienación y la edad del niño, o su especiales características de vulnerabilidad y dependencia emocional, no hacen que el problema ya sea irreversible. Esa es la tragedia.
Solo quienes viven el drama en carne propia pueden llegar a entender hasta qué punto el SAP es una forma especialmente abyecta de maltrato infantil -quizás la peor de todas- y también de los progenitores alienados; y sentir el inmenso dolor y el daño incalculable que este crimen produce en la salud mental y en el desarrollo psicofísico de sus hijos.
Aunque el Síndrome de Alienación Parental, como la generalidad de los delitos, son propios de la condición humana y no del sexo, ideología o condición social de quienes los perpetran, lo cierto es que por las especiales condiciones familiares y sociales en que tiene lugar el SAP, la mayoría de los progenitores alienadores son mujeres. Simple cuestión estadística: los jueces otorgan a la madre la custodia de los hijos en la inmensa mayoría de divorcios -la custodia compartida es puramente testimonial-, y sin la custodia de los hijos, sin la convivencia cotidiana, la alienación infantil resulta imposible. Cosas de nuestro decimonónico derecho de familia que, por un lado, considera a la mujer un ser indefenso y débil que necesita de una especial protección del Estado, y por otro, paradójicamente, cree que es el mejor -y único- custodio para la protección, cuidado y educación de los hijos.
Pero, con todo, lo más grave es el brutal maltrato institucional -y la absoluta indefensión- de padres e hijos alienados víctimas de un Estado presuntamente protector de la infancia, que al negar la evidencia del SAP por considerarlo un ‘invento’ machista, permite y promociona este abyecto maltrato infantil, cuyas víctimas quedan sin protección alguna.
Mientras, sus verdugos alienadores -para escarnio de la Justicia- quedan impunes. Y ello por bastardos intereses partidistas y electorales de la casta política -enquistados en la execrable ideología «de género»- y plasmados en una ley repugnante e inicua: la LIVG, ley integral de medidas contra la violencia de género, madre de todas sus derivadas perversas, con el Síndrome de Alienación Parental a la cabeza.
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