Revista Epoca/Alfonso Basallo/Opine
en el Foro de Época /1.12.06
MANIPULAR cifras es la forma más descarada de mentir y también
el engaño más eficaz, dada la evidencia incuestionable de los números. Con una
condición: que no te pillen. Pues bien, hemos pillado al Instituto de la Mujer
, al ministro de Trabajo, la vicepresidenta del Gobierno y a la directora del
Observatorio contra la Violencia Doméstica del Poder Judicial.
Al Instituto de la Mujer porque esconde las cifras de muertos varones a manos de sus parejas. Según el anuario de la policía, los hombres representan el 22% de las muertes en el seno de la pareja y el 44% del total de violencia doméstica.
Y también porque concluyó que había en España 2 millones de mujeres maltratadas, cuando según cifras de la policía, no llegan a 50.000 las denuncias presentadas el último año.
Al ministro Caldera porque afirma que la violencia de mujeres sobre varones es “marginal”. ¿Marginal? Un 30% según el informe del CGPJ sobre violencia de género referido a 2001/2002.
A la vicepresidenta Fernández de la Vega porque, en declaraciones a ÉPOCA, aseguró “no conozco ninguna denuncia que haya sido archivada”, cuando el 59% de las presentadas el 1º trimestre de 2006 acabaron archivadas, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica del CGPJ. Lo gordo es que su directora, Montserrat Comas, también dice desconocer denuncias archivadas. Suena para ministra de Justicia.
Decía Jean François Revel que lo que mueve el mundo es la mentira. Y el feminismo radical es uno de los grandes camelos de nuestro tiempo. Se sustenta en dogmas delirantes, como el de Andrea Dworkin, líder feminista norteamericana (“Toda cópula es una violación”), con no menos inquietantes corolarios jurídicos (…luego el hombre es culpable o está bajo sospecha). No hablamos de EE UU, sino de España: la Ley de Violencia de Género asume el discurso feminista al establecer una pena extraordinaria para el hombre en los casos de maltrato doméstico. ¿Por qué? Porque se asume que la violencia es consustancial al hombre y es preciso corregir esa tendencia.
La igualdad de derechos es una conquista social decisiva y necesaria, lo mismo que la lucha por la dignidad de la mujer, frente a intolerables abusos por parte de varones. Pero lo que persigue el feminismo radical no es la igualdad, sino la revancha. Parte de un prejuicio marxista: aplica la lucha de clases a las relaciones hombre-mujer (opresor-oprimida) y lo que pretende es demonizar al varón y derribarlo del Palacio de Invierno. Caído el Muro, el feminismo radical se ha quedado solo con su absurda cruzada, con aliados circunstanciales (como los lobbies gays que satanizan a los heteros).
Su loco empeño no tiene futuro. Porque se basa en la imposibilidad de la convivencia de géneros (“una mujer necesita a un hombre como un pez a una bicicleta”, llega a decir Gloria Steinem, editora de MS, la más influyente revista feminista). Lo que equivale a sentenciar las relaciones hombre-mujer, y destruir el núcleo duro de la familia y, por tanto, de la sociedad.
Todo esto no pasaría de ser una suprema extravagancia si no fuera porque ciertas leyes están impregnadas de ese espíritu y tienen una traducción judicial. La española de violencia de género, ideada por feministas y de la que se benefician diversas asociaciones del lobby, es un ejemplo. El hecho de que Ana María Pérez del Campo, presidenta de la Federación de Mujeres Separadas, llegara a proponer que se le concediera a la violencia de género el mismo tratamiento que al terrorismo revela el nivel de pérdida del sentido de la realidad de quienes auspician este tipo de legislaciones.
Al Instituto de la Mujer porque esconde las cifras de muertos varones a manos de sus parejas. Según el anuario de la policía, los hombres representan el 22% de las muertes en el seno de la pareja y el 44% del total de violencia doméstica.
Y también porque concluyó que había en España 2 millones de mujeres maltratadas, cuando según cifras de la policía, no llegan a 50.000 las denuncias presentadas el último año.
Al ministro Caldera porque afirma que la violencia de mujeres sobre varones es “marginal”. ¿Marginal? Un 30% según el informe del CGPJ sobre violencia de género referido a 2001/2002.
A la vicepresidenta Fernández de la Vega porque, en declaraciones a ÉPOCA, aseguró “no conozco ninguna denuncia que haya sido archivada”, cuando el 59% de las presentadas el 1º trimestre de 2006 acabaron archivadas, según el Observatorio contra la Violencia Doméstica del CGPJ. Lo gordo es que su directora, Montserrat Comas, también dice desconocer denuncias archivadas. Suena para ministra de Justicia.
Decía Jean François Revel que lo que mueve el mundo es la mentira. Y el feminismo radical es uno de los grandes camelos de nuestro tiempo. Se sustenta en dogmas delirantes, como el de Andrea Dworkin, líder feminista norteamericana (“Toda cópula es una violación”), con no menos inquietantes corolarios jurídicos (…luego el hombre es culpable o está bajo sospecha). No hablamos de EE UU, sino de España: la Ley de Violencia de Género asume el discurso feminista al establecer una pena extraordinaria para el hombre en los casos de maltrato doméstico. ¿Por qué? Porque se asume que la violencia es consustancial al hombre y es preciso corregir esa tendencia.
La igualdad de derechos es una conquista social decisiva y necesaria, lo mismo que la lucha por la dignidad de la mujer, frente a intolerables abusos por parte de varones. Pero lo que persigue el feminismo radical no es la igualdad, sino la revancha. Parte de un prejuicio marxista: aplica la lucha de clases a las relaciones hombre-mujer (opresor-oprimida) y lo que pretende es demonizar al varón y derribarlo del Palacio de Invierno. Caído el Muro, el feminismo radical se ha quedado solo con su absurda cruzada, con aliados circunstanciales (como los lobbies gays que satanizan a los heteros).
Su loco empeño no tiene futuro. Porque se basa en la imposibilidad de la convivencia de géneros (“una mujer necesita a un hombre como un pez a una bicicleta”, llega a decir Gloria Steinem, editora de MS, la más influyente revista feminista). Lo que equivale a sentenciar las relaciones hombre-mujer, y destruir el núcleo duro de la familia y, por tanto, de la sociedad.
Todo esto no pasaría de ser una suprema extravagancia si no fuera porque ciertas leyes están impregnadas de ese espíritu y tienen una traducción judicial. La española de violencia de género, ideada por feministas y de la que se benefician diversas asociaciones del lobby, es un ejemplo. El hecho de que Ana María Pérez del Campo, presidenta de la Federación de Mujeres Separadas, llegara a proponer que se le concediera a la violencia de género el mismo tratamiento que al terrorismo revela el nivel de pérdida del sentido de la realidad de quienes auspician este tipo de legislaciones.
Una cosa es poner coto al drama terrible de las mujeres
maltratadas -brutalidad que merece repulsa y exige justicia-, y otra muy
distinta, elaborar una ley que no sólo no soluciona el problema, sino que
genera otros nuevos. El hecho de que pendan sobre ella casi un centenar de
cuestiones de inconstitucionalidad resulta muy significativo.
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