Maitena
Hasta el momento de enfrentarte a un divorcio, digamos que tu plan
de vida seguía el llamado "curso natural de las cosas". Conoces a
alguna que otra rana de la que te encariñas, hasta que encuentras a tu
príncipe, ese al que aunque de príncipe tenía poco, has sabido
colocarle bien el traje.
Un primer beso tímido, una primera vez tierna,
y casi sin que te des cuenta, los años vuelan. Una casa, una boda, el
1º hijo, el siguiente, y todo apuntaba a un "felices para siempre",
donde la última página del cuento eran dos ancianitos tomados de la
mano, mientras tomaban té viendo atardecer en el porche. Las películas
nos hacen daño hasta para eso, para asumir el verdadero final que a
veces tienen las cosas.
Después de la duda, de la ansiedad, y del dolor, la tempestad
deja lugar a la calma.
Tienes claro lo que quieres y lo que no, pero
añoras en parte algunas de esas rutinas tediosas, y sobre todo, añoras
el tener a alguien con quien sentir de nuevo el calor bajo las sábanas.
Puede que en esta etapa de tu vida no necesites un hombre a tu lado,
pero quizás sí alguna compañía de vez en cuando.
Emocionalmente, has vuelto a los 15 años, a esa etapa de "me da
vergüenza", de risas tontas, y a la vez, de ganas de absolutamente todo.
Pero la diferencia entre una quinceañera hormonada, y una treintañera
desatada, es el equipaje. Que no son sólo tus hijos, sino que es
también un ex marido, sus padres, y los tuyos propios, que por muy
mayor que seas, no dejan ahora de recordarte, e incluso ahora más que
nunca, lo que debes y no debes ser, sin que apenas hayas tenido tiempo a
pararte tú misma a pensar lo que quieres ser.
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