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TESTIMONIO DE UNA MADRE ANÓNIMA
Reflexiones sobre la custodia compartida.
Riesgos emocionales, secuelas psicológicas e intereses dominantes ante la custodia compartida.
La separación conlleva una crisis familiar que, en la mayoría de los casos, supone situaciones conflictivas vividas por los miembros integrantes, ya sean de modo expreso o subliminar.
Cuando la convivencia se hace imposible, los hijos al igual que los adultos, lo "huelen" en el ambiente.
Todos hemos vivido en algún momento, una sensación parecida, aunque sea fuera del contexto familiar.
En este estado de cosas, parece obvio que una situación de custodia compartida, no hace sino enquistar este tipo de circunstancias.
De manera que los miembros de la familia, no sólo no ven salida a la situación, sino que además se ven obligados a revivirla con frecuencia.
Los hijos se encuentran con un trabajo doblemente difícil para desarrollar su autoestima al verse convertidos en paquetes de ida y vuelta, o pelotas de pin-pon, incrementando el sentimiento de culpabilidad e inseguridad como objetos de disputa.
Y al mismo tiempo, se ven obligados a tener una vida dividida que les impide relacionarse normalmente con sus congéneres, mermando el desarrollo psicosocial.
Si la justicia, y los progenitores, pretenden realmente favorecer el bienestar a los menores, están olvidando muchos "pequeños" detalles para conseguirlo.
Tampoco hay que olvidar que los padres, en su derecho a vivir de manera independiente, pueden sentir cierta confusión entre los intereses familiares y los personales.
De manera que finalmente, también son los hijos los que deben adaptarse a estos.
La custodia compartida, no olvidemos que es un derecho y un deber que tenemos todos los padres con nuestros hijos desde el momento del nacimiento, y no es algo nuevo cuando se presenta la ruptura de la pareja.
Como tampoco lo es el hecho de que los hijos pasen mayor parte del tiempo con uno de ellos.
La seguridad familiar con la que todos hemos crecido, implica la existencia de dos figuras representativas, pero no establece desde el nacimiento los tiempos divididos equitativamente para atender y convivir con los hijos.
Entonces, ¿Por qué obligarles a esta diferencia? ¿No estaremos fomentando una sociedad desarraigada ante tal confusión de valores?
Aplaudiría efusivamente a aquellos padres que pese a perder el amor que les unió, saben mantener el respeto debido entre dos seres, y el que sus hijos necesitan aprender.
En ese caso, este tema no entraría en los tribunales, ni en los cafés del desayuno, porque la familia seguiría siendo familia.
Y si no lo es, un tribunal no hará que lo sea partiendo por la mitad la vida de los hijos.
No se trata de ganar, ni de elegir, se trata de vivir dignamente.
Sólo soy una madre.
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