domingo, 25 de abril de 2021

Alienación parental: verdades y mentiras

Jennifer Delgado, 24 abril 2021 
El síndrome de alienación parental surge en el contexto de las disputas por la custodia de los hijos. 
A mediados de 1970, los psicólogos Wallerstein y Kelly comenzaron una investigación con 131 niños y adolescentes cuyos padres se habían divorciado en el norte de California. Descubrieron que, como resultado de los graves conflictos familiares, los hijos comenzaron a rechazar a uno de los padres sin un motivo aparente. Llamaron a este fenómeno “alienación patológica”.
Más tarde, en 1985, Richard A. Gardner se dio cuenta de que el problema, lejos de desaparecer, seguía creciendo. Gardner lo achacó a 2 cambios sociales importantes. 
El 1º de ellos se refería a que la sociedad dejó de asumir que tras un divorcio la madre debía quedarse automáticamente con los hijos, solo por el hecho de ser mujer. 
El 2º factor fue la introducción legal de la custodia compartida en 1973 para brindar las mismas oportunidades educativas a padres y madres
De esta forma un mayor número de progenitores comenzaron a litigar por la custodia de sus hijos y, como resultado, un mayor nº de niños comenzaron a pagar los costes psicológicos de esa lucha de poder.
Gardner rebautizó ese problema como “síndrome de alienación parental” y lo describió como un trastorno que surge principalmente en el contexto de las disputas por la custodia de los hijos. Básicamente, se produce cuando uno de los padres inicia una campaña de difamación contra el otro para poner al niño en su contra y dañar la relación, hasta el punto de que el hijo termina formándose una imagen negativa del progenitor alienado y lo rechaza.
Con el paso de los años el síndrome de alienación parental se ha convertido en un problema cada vez más común y ha comenzado a ser usado – o mal usado – en los juzgados. De hecho, se estima que casi la mitad de las separaciones y 1/3 de los divorcios son parejas que tienen al menos un hijo menor de 18 años en común. El 20% de esos casos terminó en los juzgados con una disputa por la custodia de los hijos.
¿Cómo se produce la alienación parental?
En el síndrome de la alienación parental, uno de los padres inicia una campaña de desprestigio contra el otro progenitor, involucrando al niño. Puede recurrir a diferentes estrategias de “lavado de cerebro”. Es habitual que el padre alienante hable mal del otro para dañar su imagen, ya sea lanzando acusaciones directas o recurriendo a indirectas. También puede culparlo de las insatisfacciones del niño diciendo, por ejemplo: “si tu padre te pasara una pensión mayor podrías comprarte lo que quieres”. 
Incluso puede intentar convencer al niño de que el otro progenitor es peligroso.
También es común que limite el contacto con el progenitor alienado y que interfiera en las comunicaciones inventando excusas para que el niño hable lo menos posible con este. 
Incluso puede prohibir al niño ver fotos del otro progenitor o hablar de este en casa, todo con el objetivo de borrarlo de la mente infantil
En algunos casos, el progenitor alienante puede llegar al extremo de condicionar su amor a que el niño no dé muestras de cariño hacia el otro. Puede decirle cosas como: “si tu padre/madre realmente te quisiera estaría aquí ahora” o “soy el único/a que se preocupa por ti”, cuando en realidad no es así.
De hecho, no es raro que le obligue a elegir entre ambos, intentando en todo momento que su relación sea más especial y prevalezca. Muchos intentarán menospreciar el contacto y el tiempo que el niño pasa con el otro padre/madre o su familia, embarcándose en una especie de competición por generar experiencias más positivas en el niño, pasando por alto los límites y las reglas que todo niño necesita, cayendo en un mimo condescendiente y dañino.
Básicamente, el progenitor alienante intenta que el niño se convenza de que solo él/ella le ama y que el otro padre es “peligroso” o no está disponible. Por tanto, conservar el vínculo con el progenitor alienado implica poner en peligro la única relación que se presenta como fuente de amor, apoyo y seguridad para el niño manipulado.
Mediante estas estrategias, el progenitor alienante logra crear una distancia psicológica entre el niño y el padre/madre alienado, de modo que la relación se vuelve conflictiva y eventualmente inexistente, ya que el niño se “desconecta” del otro.
¿Cómo reconocer el síndrome de alienación parental en los niños?
- Explicaciones superficiales y/o absurdas para respaldar las críticas al progenitor rechazado. Generalmente, cuando se le pide al niño que cuente incidentes específicos que respalden sus acusaciones, no puede dar ejemplos creíbles o significativos. 
De hecho, no es inusual que en su discurso usen frases propias del progenitor alienante para relatar hechos que no han vivido o desconocen pero que forman parte de la campaña de difamación.
- Cambios de comportamiento en presencia del padre alienante. Al inicio del proceso de alienación, las manifestaciones de odio y/o rechazo por parte del niño suelen ser más intensas cuando está en presencia del progenitor alienante. Sin embargo, cuando el niño está solo con el progenitor supuestamente rechazado, puede mostrarse neutral o incluso afectuoso. A veces, cuando están con el progenitor alienado, bajan la guardia y se divierten, pero luego, como si se hubieran dado cuenta de que están haciendo algo “mal”, se ponen rígidos y recuperan las expresiones de retraimiento y animosidad.
- Falta de ambivalencia afectiva. Todas las relaciones humanas son ambivalentes y las relaciones entre padres e hijos no son una excepción. Por eso, un signo de alienación parental es que los niños describan al progenitor odiado como una persona “completamente mala” mientras que el progenitor amado es “completamente bueno”. Los niños solo resaltan las deficiencias del progenitor alienado y no reconocen o minimizan cualquier atributo o cualidad positiva. Si les muestran fotos de sucesos agradables con el progenitor rechazado, por ejemplo, es probable que finjan haberlos olvidado o digan que realmente les obligaron a sonreír en la foto.
- Ausencia de empatía hacia el padre alienado. Los niños que son víctimas de una campaña de denigración no suelen experimentar culpa ni empatía hacia el progenitor alienado. Es común que muestren una ausencia casi total de gratitud por los obsequios, los pagos de la manutención y otras manifestaciones de afecto, cuidados y atención por parte del progenitor rechazado. También es habitual que el niño rechace a la familia del padre/madre alienado, incluso a aquellas personas con las que solía mantener buenas relaciones.
Las mentiras y las verdades en el debate sobre el síndrome de alienación parental
El síndrome de la alienación parental ha sido y sigue siendo objeto de un gran debate, tanto en la Psicología como en el Derecho, ya que en no pocas ocasiones ha sido usado para devaluar el testimonio infantil, generando sospechas infundadas sobre las experiencias de los niños.
También se han lanzado críticas ad hominem contra Garner, ignorando que hace una década ya existían más de 500 estudios científicos sobre este tema y que las investigaciones de psicólogos y psiquiatras no paran de crecer. Los críticos intentan diluir el fenómeno, los partidarios intentan elevarlo a categoría de trastorno. No coincido con unos ni con otros.
El grupo de trabajo del DSM-5, el manual diagnóstico por el que se rigen psicólogos y psiquiatras, excluyó el síndrome de alienación parental como un trastorno mental. Pero Darell Regier, vicepresidente del grupo de trabajo que redactó el manual, dio la clave para comprender mejor este fenómeno en una entrevista al explicar que no lo considera un trastorno individual que puedan sufrir los niños y adolescentes sino que se trata de un problema relacional. Por tanto, puede incluirse dentro de la categoría “Problemas de relación entre padres e hijos”, en los que se hace referencia a “atribuciones negativas a las intenciones de otro, hostilidad o convertir al otro en chivo expiatorio, y sensación de distanciamiento sin motivo”.
De hecho, psicólogos de la Universidad de Roma Tor Vergata han propuesto que este fenómeno se aborde como un modelo de relación familiar disfuncional determinado por un padre excluyente o “alienante”, el padre excluido o “alienado” y el niño en medio. Por eso proponen llamarlo “trastorno del comportamiento relacional parental de tipo alienante”.
Aunque todavía no exista un consenso científico acerca de la manera más adecuada de denominar y catalogar este fenómeno, ello no refuta su existencia. Como escribiera Galileo en 1612: “Los nombres y los atributos de las cosas tienen que adaptarse a su esencia, y no la esencia a los nombres; porque 1º existieron las cosas y después los nombres”.
No obstante, en lo que sí existe un consenso académico es en el hecho de que la alienación severa es abusiva para los niños. Todo niño tiene el derecho y la necesidad de mantener una relación amorosa y sin amenazas con ambos padres. Que uno de los padres le niegue ese derecho, sin justificación suficiente - como abuso o negligencia - es una forma de abuso infantil, aunque aún no se haya reconocido como tal.
El hecho de que la alienación parental no sea un trastorno en el sentido estricto del término, no significa que no sea un fenómeno tóxico con características propias que puede dañar profundamente a los niños
De hecho, la alienación infantil se ha relacionado a una baja autoestima, falta de confianza, odio hacia sí mismo y depresión, porque los niños pierden la capacidad de dar y aceptar el amor de sus padres.
En la adultez, esas personas serán más propensas a divorciarse, tener hijos fuera del matrimonio e incluso aplicar esas mismas tácticas de alienación parental con sus hijos. 
También serán más propensas a abusar del alcohol y otras sustancias.
Un estudio particularmente interesante publicado en Psychiatry Research realizado en más de 2.600 gemelos constató que estas personas a menudo tienen más dificultades para controlar sus impulsos, encontrar un sentido a su vida y sufren un riesgo mayor de desarrollar trastornos psicológicos. Estos psicólogos concluyeron que “la separación temprana de los padres tiene efectos más fuertes y más amplios en la psicopatología adulta que la propia muerte de los padres”.
El problema es que, al sembrar la semilla del odio hacia el padre o la madre, también se siembra la semilla del odio hacia sí mismo, lo que hace que los niños se sientan inútiles, defectuosos, no amados ni deseados y que piensen que su valía depende de su capacidad para satisfacer las necesidades de otra persona.
Por tanto, la alienación parental es un fenómeno complejo que matiza la dinámica familiar, haciendo que se vuelva desadaptativa y tóxica para los hijos. Todo intento de medicalizar, politizar o legislar de manera rígida, sesgada y parcial este fenómeno irá en detrimento de los mayores afectados: los niños y adolescentes.
¿Cómo lidiar con la alienación parental?
El mejor remedio contra la alienación es crear un entorno seguro que proporcione al niño comprensión, paciencia y presencia plena.
Ante todo, hay que separar el grano de la paja. Es importante tener presente que en los divorcios o separaciones es relativamente habitual que al inicio los niños desarrollen sentimientos negativos hacia uno de los progenitores, al cual puede culpar por haber roto la dinámica familiar. 
Esa fase caracterizada por el rencor y el negativismo no tiene nada que ver con la alienación parental.
No obstante, si realmente uno de los progenitores ha lanzado una campaña de difamación contra el otro, el mejor remedio contra la alienación no es emprender una lucha de poder sino crear un entorno que proporcione al niño comprensión, paciencia y presencia plena.
Es fundamental que los padres escuchen a sus hijos, de manera que estos se sientan cómodos para expresar sus miedos e inquietudes. Si estás en medio de una separación, crea una zona segura y sin presiones donde tu hijo pueda expresarse con libertad. Escúchale abiertamente, sin hacer comentarios ni juicios de valor. 
Absorbe lo que te dice y responde únicamente con empatía. 
Ese tipo de relación suele el mejor remedio contra la alienación parental.
También es importante que dediques tiempo de calidad a tu hijo. 
Cuando estés a su lado, intenta estar plenamente presente, lejos de distracciones como el móvil. Si tu hijo aún es pequeño, dedica tiempo al juego libre y deja que decida a qué quiere jugar y de qué modo. Esa pequeña concesión le permitirá tomar las riendas, en vez de estar guiado constantemente por un padre o una madre que le dice continuamente no solo cómo comportarse sino incluso lo que debe sentir. 
Además, el juego libre también te permitirá descubrir las emociones, pensamientos y/o traumas ocultos de un niño.
La paciencia es otro de los pilares esenciales para detener esa campaña de descrédito. Si tu hijo se muestra enojado, valida sus emociones
A veces los niños liberan las emociones negativas en los espacios donde se sienten más seguros y no en aquellos donde se está generando esa frustración. Recuerda que tú eres el adulto, así que eres el encargado de canalizar esas emociones negativas, aunque te hayan elegido como diana. Si reaccionas enfadándote o recriminando a tu hijo solo le estarás siguiendo el juego al otro progenitor.
Si tu hijo se enfada, puedes responderle: “Veo que estás muy herido/enojado/molesto. Lo lamento mucho. Quizá están sucediendo algunas cosas que te hagan sentir así. ¿Quieres hablar de ello?”. 
Tu hijo debe sentirse libre de presión y completamente aceptado. 
Ofrécele empatía, demuéstrale tu amor incondicional y exprésale tu preocupación, pero no caigas en el error de hacer una “contracampaña” y hablarle mal del otro padre o madre. De hecho, no es inusual que muchos padres o madres terminen cayendo en la alienación involuntaria dejando al niño en medio de un fuego cruzado.
Al margen de la relación con los hijos, también sería conveniente reducir el conflicto con la ex pareja. La intervención de un psicólogo podría ser muy útil para facilitar el entendimiento entre los padres y ayudar a los hijos a lidiar con un entorno potencialmente alienante. 
El conflicto extremo y sostenido entre los padres puede convertir la co-paternidad en una misión imposible. 
Los hijos de padres que se odian mutuamente suelen tener grandes dificultades para comprender cómo amar a ambos adultos. Y no es para menos.

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