Delia Rodríguez, Madrid, abogada de familia, 09-01-2020
La gran mayoría de los niños del mundo desean que sus padres estén siempre juntos, esto es una realidad.
Cualquier separación afectiva entraña una serie de cambios que consiguen tambalear el ‘sólido’ mundo de los adultos por lo que, con más razón, se podrán imaginar lo que esto supone para cualquier niño, especialmente cuando estos ponen a volar su imparable imaginación.
En estos supuestos nos encontramos ante una etapa vital que representa un auténtico torbellino de emociones, dudas y temores para las personas. Sin embargo, una separación no tiene porqué ser traumática para los más pequeños si se gestiona de forma responsable y sensata, pensando siempre en el bienestar de los niños.
Las formas de abordar una ruptura amorosa con hijos de por medio podrían resumirse en 2: de buenas o de malas.
Como abogada de familia siempre abogaré por la 1ª de ellas, y es que la cantidad de ventajas que nos ofrece la vía amistosa, frente a la opción de iniciar una verdadera batalla campal, son innumerables.
Hay que tener claro que esta es la mejor forma de cuidar a los niños, ya que son los principales afectados en estas situaciones.
A pesar de que hay quien enarbola la bandera del ‘interés superior del menor’ a la par que inicia una guerra contenciosa, la protección real de los niños debe partir de decir ‘sí’ a gestionar amistosamente la separación o el divorcio.
En este sentido, la mediación nos ofrece un método alternativo de resolución de conflictos familiares que permite salvaguardar de forma eficaz los vínculos familiares. Estos vínculos se encuentran absolutamente expuestos a daños y deterioros, muchas veces irreversibles, cuando las partes implicadas se encuentran inmersas en un procedimiento judicial contencioso.
La entrada en vigor de la ley 5/2012, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles abrió una interesante puerta hacia otra forma de abordar los conflictos de distinta índole, si bien, no es menos cierto que la cultura de la mediación no ha tenido el calado social que nos gustaría a quienes creemos firmemente en este método alternativo a los tribunales.
El espíritu de la mediación parte de principios básicos como la voluntariedad, la imparcialidad del mediador y la confidencialidad de todo lo tratado durante este proceso, ofreciendo, un ‘bálsamo de paz’ para todos los miembros de la familia.
Las ventajas de la mediación familiar frente a un procedimiento judicial contencioso son múltiples e importantes. La 1ª de ellas es que facilita que las partes implicadas sean las protagonistas de su propia historia, poniendo en sus manos la capacidad de decidir las distintas soluciones a su situación familiar, evitando así que sea un 3º quien decida sobre sus vidas.
Este traje a medida, que confeccionan los padres y madres con la ayuda del mediador, encaja como un guante en todas las peculiaridades y necesidades de cada familia. La vía contenciosa, sin embargo, nos impone soluciones mucho más genéricas que no se ajustan a la realidad y que, a veces, también resultan injustas, generándose posteriormente un sinfín de procesos judiciales. Esto se traduce en que la casuística de incumplimientos de aquello pactado amistosamente es mucho más reducida que cuando hablamos de una resolución judicial dictada por un Juez.
Además, la mediación conlleva múltiples ventajas como el ahorro en costes de tiempo y económicos. Un procedimiento contencioso siempre será mucho más costoso que la vía amistosa (los costes de un divorcio son entre 4 y 8 veces mayores frente a los costes de un proceso de mediación completo), amén de la evidente duplicidad de gastos consecuencia de tener cada parte que contratar a su propia representación legal.
Los tiempos de espera en un proceso contencioso judicial se encuentran entre los 7 meses y el año y medio, dependiendo del juzgado y de la prueba solicitada (los equipos técnicos cuentan con listas de espera de 1-2 años en muchos partidos judiciales).
A pesar de que hay quien enarbola la bandera del ‘interés superior del menor’ a la par que inicia una guerra contenciosa, la protección real de los niños debe partir de decir ‘sí’ a gestionar amistosamente la separación o el divorcio.
En este sentido, la mediación nos ofrece un método alternativo de resolución de conflictos familiares que permite salvaguardar de forma eficaz los vínculos familiares. Estos vínculos se encuentran absolutamente expuestos a daños y deterioros, muchas veces irreversibles, cuando las partes implicadas se encuentran inmersas en un procedimiento judicial contencioso.
La entrada en vigor de la ley 5/2012, de 6 de julio, de mediación en asuntos civiles y mercantiles abrió una interesante puerta hacia otra forma de abordar los conflictos de distinta índole, si bien, no es menos cierto que la cultura de la mediación no ha tenido el calado social que nos gustaría a quienes creemos firmemente en este método alternativo a los tribunales.
El espíritu de la mediación parte de principios básicos como la voluntariedad, la imparcialidad del mediador y la confidencialidad de todo lo tratado durante este proceso, ofreciendo, un ‘bálsamo de paz’ para todos los miembros de la familia.
Las ventajas de la mediación familiar frente a un procedimiento judicial contencioso son múltiples e importantes. La 1ª de ellas es que facilita que las partes implicadas sean las protagonistas de su propia historia, poniendo en sus manos la capacidad de decidir las distintas soluciones a su situación familiar, evitando así que sea un 3º quien decida sobre sus vidas.
Este traje a medida, que confeccionan los padres y madres con la ayuda del mediador, encaja como un guante en todas las peculiaridades y necesidades de cada familia. La vía contenciosa, sin embargo, nos impone soluciones mucho más genéricas que no se ajustan a la realidad y que, a veces, también resultan injustas, generándose posteriormente un sinfín de procesos judiciales. Esto se traduce en que la casuística de incumplimientos de aquello pactado amistosamente es mucho más reducida que cuando hablamos de una resolución judicial dictada por un Juez.
Además, la mediación conlleva múltiples ventajas como el ahorro en costes de tiempo y económicos. Un procedimiento contencioso siempre será mucho más costoso que la vía amistosa (los costes de un divorcio son entre 4 y 8 veces mayores frente a los costes de un proceso de mediación completo), amén de la evidente duplicidad de gastos consecuencia de tener cada parte que contratar a su propia representación legal.
Los tiempos de espera en un proceso contencioso judicial se encuentran entre los 7 meses y el año y medio, dependiendo del juzgado y de la prueba solicitada (los equipos técnicos cuentan con listas de espera de 1-2 años en muchos partidos judiciales).
Sin embargo, un proceso de mediación implica plazos muchísimo más reducidos si existe voluntad por ambas partes a la hora de llegar a un acuerdo equitativo y bueno para todos. En mi experiencia, con 3-4 sesiones de mediación de media (2-3 semanas), se consiguen resultados de éxito en 9 de cada 10 casos familiares.
Tristemente la otra cara de la moneda es que 2 sí se pelean si uno quiere, y que para poder exprimir las ventajas de la mediación familiar es necesario que padres y madres estén dispuestos a enterrar el hacha de guerra, dejar a un lado sus rencillas e intereses personales y pensar en qué es lo mejor para los hijos que les unen.
Sin duda, ello implica un acto de generosidad y amor, como tantos que los progenitores realizan por sus retoños a lo largo de su vida. La diferencia es que una mala gestión de la separación o el divorcio arrastra al caos a toda la familia, pudiendo marcar negativamente a los niños quienes son situados en el ojo del huracán en la mayoría de las ocasiones.
Confío plenamente en que en 2020 continuaremos sumando ‘síes’ a favor de la infancia, y que poco a poco iremos extendiendo, tanto profesionales como particulares, esta forma de gestión responsable y sensata de las separaciones en la que los niños y niñas son, de verdad, los principales protagonistas.
Tristemente la otra cara de la moneda es que 2 sí se pelean si uno quiere, y que para poder exprimir las ventajas de la mediación familiar es necesario que padres y madres estén dispuestos a enterrar el hacha de guerra, dejar a un lado sus rencillas e intereses personales y pensar en qué es lo mejor para los hijos que les unen.
Sin duda, ello implica un acto de generosidad y amor, como tantos que los progenitores realizan por sus retoños a lo largo de su vida. La diferencia es que una mala gestión de la separación o el divorcio arrastra al caos a toda la familia, pudiendo marcar negativamente a los niños quienes son situados en el ojo del huracán en la mayoría de las ocasiones.
Confío plenamente en que en 2020 continuaremos sumando ‘síes’ a favor de la infancia, y que poco a poco iremos extendiendo, tanto profesionales como particulares, esta forma de gestión responsable y sensata de las separaciones en la que los niños y niñas son, de verdad, los principales protagonistas.
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