Colombine, periodista de guerra y columnista, abrió el debate sobre la legalización de las separaciones matrimoniales en España a principios de siglo XX.
MAR ABAD, 21 OCT 2019
Todos los días Carmen de Burgos busca un tema interesante para su columna en el Diario Universal. Piensa que el periódico es la cátedra para la multitud; una tribuna desde la que se dirige y se enseña.
Hoy, entre los papeles, ve una carta que le ha escrito su amigo Vicente Casanova. El notable escritor y hermano de la poetisa Sofía Casanova la anima a que dé una noticia. La lee, le gusta y el 20 de diciembre de 1903 publica:
"Me aseguran que muy en breve se fundará en Madrid un Club de Matrimonios mal avenidos, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las Cámaras".
El aviso es novedoso. En España jamás ha existido el divorcio. Lo más parecido fue un caso aislado, extraordinario, desconocido, que se originó un día de 1624 en el que Francisca de Pedraza recibió tantas patadas en el vientre que, allí mismo, en medio de la calle, murió el niño que llevaba dentro. Era su marido, Jerónimo de Jaras, quien le arreaba puntapiés, a lo loco, en un episodio más de una serie de palizas que comenzó el día que se prometieron amor eterno ante los ojos de Dios.
En aquel siglo XVII, las mujeres tenían 2 formas de escapar de los continuos azotes del esposo: huían del hogar (buscando mejor vida en otra ciudad) o se arrojaban a un río (buscando mejor vida en el más allá). Pero esta mujer de Alcalá de Henares, aterrada por dejar a sus hijos en manos del animal con quien se había casado, decidió tirar por el camino de en medio.
Acudió a los tribunales ordinarios y ahí le dijeron que "al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Fue entonces a los tribunales eclesiásticos y ahí, desnudándose de su intimidad y su pudor, mostró su cuerpo sin ropas. En su piel estaba marcada la sombra de las manos que tantos palos le habían dado. Los religiosos extendieron una receta habitual en estos casos: ordenaron al marido que fuera "bueno, honesto y considerado con la demandante".
El remedio fue peor que la enfermedad. Jerónimo de Jaras le metió tal jartá de palos que la dejó agonizando en el suelo de la cocina donde todos los días ella le hacía la comida.
La mujer empezó a rogar a Dios que acabara de una vez por todas con su vida aporreada hasta que, de pronto, le asaltó una idea: pediría permiso al nuncio del Papa en España para llevar su caso al tribunal universitario. Ahí, el juez Álvaro de Ayala firmó una sentencia insólita que jamás se repitió: la esposa podría vivir en una casa distinta al marido, el esposo tendría que devolver la dote y no podría volver a acercarse a ella ni soltarle un sopapo más. Ni él ni nadie de los suyos: "Y prohibimos y mandamos al dicho Jerónimo de Jaras no inquiete ni moleste a la dicha Francisca de Pedraza… por sí ni por sus parientes ni por otra interpósita persona".
A los pocos días de que Colombine publicara la noticia del club de matrimonios mal avenidos, llega a la redacción una carta eufórica a su atención. Está firmada por unas iniciales (solo unas misteriosas letras: C.V. de P.) y dice:
"La idea me parece tan excelente, que siento el impulso de manifestar a usted que ¡por Dios! nos tenga al corriente a sus numerosas lectoras de cuanto se haga respecto al asunto, porque sé de algunas señoras que, con la cabeza muy levantada, irían a formar parte de esa Sociedad, para lograr lo que en otros países ha logrado la mujer, esto es, no verse tiranizada, no ya por un hombre, sino por algo que es peor, por un contrato, que, después de todo, no es otra cosa el matrimonio. […]
Si estas líneas le parecen a ud. publicables, ya que hace ud. tanto por la mujer, yo le ruego que las publique, pidiendo a las lectoras de estas líneas que expongan su opinión acerca de este asunto, de vital interés para la mujer, y cuente ud., señora Colombine [el seudónimo de Carmen de Burgos], que, si desde este momento no doy mi nombre, es porque estoy temerosa de que por el pronto se me critique; pero como tengo la certeza de que cuando una mujer empiece a exponer ideas relacionadas con esta cuestión han de seguir muchas, aplazo para entonces dar mi nombre".
A Carmen le llama la atención y la publica en el Diario Universal del 28 de diciembre de 1903. La señora C.V. de P. no se equivoca: a partir de su escrito empiezan a llegar muchas más cartas hablando de este asunto.
En el libro que coordina Carmen de Burgos, El divorcio en España, participan Blasco Ibáñez, José Canalejas, Francisco Silvela, Raimundo Fernández Villaverde…
El periodista Francisco Durante aviva el debate. En un artículo intitulado "El club del divorcio" resalta que esta idea "ha caído entre las señoras mujeres como agua de mayo en tierra necesitada de bienhechora lluvia" y aclara que "no se trata del divorcio ilusorio admitido por la Iglesia y por nuestro Código Civil, que consiste en la separación de los cónyuges. Trátase de algo más trascendental: de lo que pudiéramos llamar jurídicamente rescisión del contrato de matrimonio, por la cual rescisión quedan en absoluta libertad las 2 partes contratantes, de volver a casarse, o mejor dicho, de contratarse nuevamente".
De lo que se habla es del divorcio de verdad, del que ya existe en Francia, Inglaterra, Alemania, Austria, Rusia y Bélgica.
Asombrado, reflexiona:
"He aquí que estas mismas mujeres empiezan a darse cuenta de que el matrimonio es un contrato cruel. De fuera vienen orientaciones en ese sentido. La mujer puede descasarse en Francia y volverse a casar. (…) ¿Por qué no ha de ocurrir aquí lo mismo? Y el deseo, que suele tener alas más ligeras que el raciocinio, se ha manifestado francamente, valientemente, por las señoras en las columnas de este mismo periódico".(....) Continua .......
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