Rosa Nelly Trevinyo-Rodríguez, rosanelly@trevinyorodriguez.com, Monterrey, 07.09.2017
Si pasar por un proceso de divorcio es difícil cuando NO existe un negocio familiar de por medio, imagínese cuando los 2 trabajan y son propietarios del mismo. ¿Acaso se puede seguir trabajando juntos?
Lo que decidan dependerá del tipo de divorcio que enfrenten, pero sobretodo de las razones de la separación. Sin embargo, hay 3 cosas que por el bien de todos: pareja, hijos, colaboradores y empresa, deben quedar claras.
Número 1: El negocio familiar no es un campo de batalla.
Las diferencias personales se arreglan de la puerta para afuera. Se dice fácil, pero el profesionalismo es lo que menos impera cuando estamos emocionalmente abatidos o enfurecidos, al punto de convertir nuestras discrepancias personales en una cruzada. Y el negocio familiar, en un campo de batalla.
Entonces, comenzamos a discutir temas personales en la oficina, a comunicar nuestras percepciones (negativas) sobre “el otro” y a crear bandos entre nuestros colaboradores. Por si esto fuera poco, llegamos a entorpecer intencionalmente la operación diaria del negocio con tal de “ganar terreno”.
¿Y la empresa familiar?... Bien, gracias; perdiendo patrimonio, competitividad y empleados—el clima organizacional está por los suelos, la visión de negocio perdida y la estrategia empresarial enterrada en los egos personales. ¿Algo más?
Número 2: El Protocolo Familiar no garantiza la paz familiar… ¡Pero cómo ayuda!
Visualizar cómo afrontar potenciales conflictos cuando todavía no se dan y dejarlo por escrito en nuestro Protocolo Familiar es un ejercicio digno de hacerse. Contestar en pareja preguntas difíciles como: ¿Qué haremos en caso de un divorcio? Y, ¿seguiremos o no con el negocio familiar?, puede otorgar “luz” y “paz” al momento de tener que decidir bajo presión. En el caso de un divorcio en la empresa familiar se pueden evaluar varios escenarios:
a)Seguir trabajando juntos en nuestros roles habituales. Si la relación de pareja es insostenible ésta opción es poco realista.
b) Sólo uno sigue trabajando; el otro se mantiene como socio y recibe dividendos, o hereda en vida a sus hijos para que lo representen y se reserva el usufructo de sus acciones.
c) Sólo uno sigue trabajando; al otro se le compra o intercambia su parte (acuerdos de divorcio). Debe existir una compensación justa.
d) Se vende la empresa y se reparten las ganancias. Cuando tenemos diferentes visiones de negocio y no logramos mediar, lo más sano es vender y repartir.
Número 3: Después de la tempestad, la calma… Y luego, los cambios.
Tomar decisiones estratégicas drásticas—un cambio de director general, un plan de crecimiento exponencial arriesgado—durante el proceso de divorcio puede ser contraproducente (actuando en contra de las verdaderas necesidades del negocio). En estos casos, la paciencia y la prudencia son los mejores aliados. Hay que priorizar la estabilidad.
Conclusión: El final de un matrimonio no significa necesariamente la muerte de un negocio familiar, no obstante, para lograr salir adelante hay que entender que hasta para divorciarse, hay que negociar: “Más vale un mal acuerdo que un buen juicio”.
Entonces, comenzamos a discutir temas personales en la oficina, a comunicar nuestras percepciones (negativas) sobre “el otro” y a crear bandos entre nuestros colaboradores. Por si esto fuera poco, llegamos a entorpecer intencionalmente la operación diaria del negocio con tal de “ganar terreno”.
¿Y la empresa familiar?... Bien, gracias; perdiendo patrimonio, competitividad y empleados—el clima organizacional está por los suelos, la visión de negocio perdida y la estrategia empresarial enterrada en los egos personales. ¿Algo más?
Número 2: El Protocolo Familiar no garantiza la paz familiar… ¡Pero cómo ayuda!
Visualizar cómo afrontar potenciales conflictos cuando todavía no se dan y dejarlo por escrito en nuestro Protocolo Familiar es un ejercicio digno de hacerse. Contestar en pareja preguntas difíciles como: ¿Qué haremos en caso de un divorcio? Y, ¿seguiremos o no con el negocio familiar?, puede otorgar “luz” y “paz” al momento de tener que decidir bajo presión. En el caso de un divorcio en la empresa familiar se pueden evaluar varios escenarios:
a)Seguir trabajando juntos en nuestros roles habituales. Si la relación de pareja es insostenible ésta opción es poco realista.
b) Sólo uno sigue trabajando; el otro se mantiene como socio y recibe dividendos, o hereda en vida a sus hijos para que lo representen y se reserva el usufructo de sus acciones.
c) Sólo uno sigue trabajando; al otro se le compra o intercambia su parte (acuerdos de divorcio). Debe existir una compensación justa.
d) Se vende la empresa y se reparten las ganancias. Cuando tenemos diferentes visiones de negocio y no logramos mediar, lo más sano es vender y repartir.
Número 3: Después de la tempestad, la calma… Y luego, los cambios.
Tomar decisiones estratégicas drásticas—un cambio de director general, un plan de crecimiento exponencial arriesgado—durante el proceso de divorcio puede ser contraproducente (actuando en contra de las verdaderas necesidades del negocio). En estos casos, la paciencia y la prudencia son los mejores aliados. Hay que priorizar la estabilidad.
Conclusión: El final de un matrimonio no significa necesariamente la muerte de un negocio familiar, no obstante, para lograr salir adelante hay que entender que hasta para divorciarse, hay que negociar: “Más vale un mal acuerdo que un buen juicio”.
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