Acusado de mal padre, maltratador, alcohólico y con cierta adicción por la marihuana, el actor podría caer en la lista del desprestigio de Hollywood, acostumbrado a darle la espalda a sus ídolos.
Pitt, por su parte, parece estar colaborando con la causa. Personas de su círculo consultadas por el diario «USA Today» aseguraron que todo se ha exagerado bastante, «pero su interés se centra en hacer lo mejor para sus hijos». Sin embargo, el protagonista de «Seven» bien sabe que en un país tan dado a lo políticamente correcto estas teorías sobre su divorcio pueden hacerle un daño mayúsculo, no sólo en cuanto a la pérdida de papeles, la reducción de su caché o la asistencia a las salas cada vez que haga una propuesta cinematográfica, sino en sus causas filantrópicas y desfiles por la alfombra roja. Si no logra limpiar su nombre le espera un ocaso mucho menos plácido de lo previsto.
Casos sobran en la industria para ilustrar lo que se le puede venir encima. A Johnny Depp, por ejemplo, le pasó hace poco tras su divorcio de Amber Heard. Salieron a la luz los trapos sucios, especialmente el maltrato físico que obligó a la actriz a interponer una orden de alejamiento. Depp, que ya venía acusando un paulatino declive en la popularidad de sus cintas, ya no parece ser la estrella que era. La prueba fue el pésimo resultado de su último estreno, «Alicia a través del espejo», justo en mitad de su proceso de divorcio. «Variety», la revista con sede en Hollywood, se preguntaba hace unas semanas si el actor podrá recomponer su reputación. Para hacer frente a las acusaciones, el actor ha contratado los servicios legales de Lance Spiegel, un abogado de familia que ya ha trabajado con estrellas de la talla de Michael Jackson, Charlie Sheen o Eva Longoria.
Tampoco le vino bien en términos de imagen a Woody Allen su matrimonio con su hija adoptiva, Soon-Yi Previn, casi 40 años menor que él, un hombre admirado por su trabajo cinematográfico, pero criticado hasta la saciedad por esa unión que provocó una ruptura y un enfrentamiento muy desagradable con Mia Farrow, su pareja y madre adoptiva de Soon-Yi. El caso más sangrante, sin duda, ya con un juicio abierto que podría desembocar en la cárcel, es el de Bill Cosby. Tras años siendo uno de los comediantes más queridos y respetados de la televisión estadounidense, pasa ahora sus días encerrado en su casa de Pennsylvania, aislado del acoso de los medios. Las múltiples acusaciones de violación y abusos sexuales le han hundido la vida. Ya nadie quiere ver su programa estrella, «El show de Bill Cosby», y su imagen parece insalvable a estas alturas.
Además de los presuntos abusos a sus 6 hijos, 3 adoptados y 3 biológicos, cuya custodia aún comparte con Jolie, está el asunto de la infidelidad que le han atribuido. En cuanto se supo la noticia, las teorías sobre su relación con Marion Cotillard, con quien rodó un filme en mayo, se dispararon. Aunque ya la actriz aclaró que no está involucrada con él, de los rumores siempre queda algo, por lo que Pitt tendrá difícil sacudirse el estigma de infiel. Si fue capaz de serlo cuando estaba casado con Aniston, por qué no ahora tras 12 años de relación con la hija de Jon Voight, se preguntarán muchos.
El golpe no sólo lo es para Pitt y la percepción que tenga el público de él, sino para Hollywood en general. Con su divorcio se pierde a una de las grandes parejas que quedaban en el gremio, concebidas a la vieja usanza, de alguna manera, en un rodaje y sin que se sepa demasiado sobre sus vidas privadas, como sucedía hace años con nombres como Lauren Bacall y Humphrey Bogart o Elizabeth Taylor y Richard Burton. Parte de esa esencia que arrastraba consigo la pareja formaba parte de un halo romántico que vendía Hollywood como en los tiempos previos a las redes sociales. Brad Pitt y Angelina Jolie siempre se han cuidado de no exponer a sus hijos a los medios sensacionalistas y de no hablar demasiado de su vida privada. Ahora, sin embargo, todo lo publicado añade a Pitt, muy seguramente, a una lista de ilustres desprestigiados en la meca del cine.
Aniston-Brad-Jolie, un triángulo sin resolver
Hollywood,
que vive de mitos y rivalidades, siempre ha abanderado historias de
infidelidades y cuanto más melodramáticas, mejor. Cuando en 2005 Brad Pitt y Angelina Jolie se enamoraron durante el rodaje de «El señor y la señora Smith» y él rompió su matrimonio con Jennifer Aniston,
el público enloqueció con este triángulo de estrellas que heredaba el
morbo de otros históricos como el de Debbie Reynolds, Eddie Fischer y
Elizabeth Taylor, cuya enemistad surtió de carnaza al respetable durante
40 años. De hecho, toda la maquinaria que arrastra el cine ha
alimentado cada uno de los rumores de celos que en Angelina despertaba Jennifer Aniston,
cual triángulo amoroso sin resolver hasta el día de hoy. Jolie estaba
protegiendo a su marido de algo que ella misma conoce muy bien: hombre y
mujer que trabajan (actúan) juntos corren el riesgo de enamorarse. «Amo
a Brad y lo haré el resto de mi vida», confesó Aniston en la 1ª
entrevista tras su separación, aún tratando de superar su fracaso
matrimonial pero más rehecha de la depresión que la tuvo «durante meses
tirada en la cama y devorando kilos de helado convertida en Bridget
Jones», reconoció 2 años después del divorcio.
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