Una vez que los políticos del PSOE fueron apartados del poder, la denominación violencia de género
perdió fuelle. Incluso nadie ha vuelto a acordarse de que los
progresistas habían inventado un delegado del Gobierno de género en la
persona de un forense, Miguel Lorente Acosta, autor de un libro con
nombre de impacto: Mi marido me pega lo normal.
Eso en Andalucía parece que habría dado en el clavo. Sin embargo, no
era otra cosa que una exageración. No hay normalidad en pegar a nadie.
El forense debería saberlo.
Cuando la política criminal se le encarga a un médico, la primera impresión es que el Gobierno da la partida por perdida. El forense siempre actúa a posteriori, para evaluar los daños. Al parecer porque la crisis económica ha influido algo, la cifra total de denuncias de mujeres por maltrato y amenazas ha disminuido. Muchas víctimas, según el observatorio correspondiente, no se atreven a denunciar por miedo a quedarse a la intemperie. Son, como puede verse, argumentos con menos base que un palillo de dos puntas.
Lo cierto es que, por uno de esos ciclos sin estudiar, pese a los muchos millones sin sumar que se han invertido en la lucha contra la supuesta violencia de género, o más bien delincuencia común, los primeros meses de este año ha habido pocos casos de homicidio por maltratadores, lo que ha hecho que algunos piensen que por fin se ha solucionado el fenómeno social descubierto por la progresía. Pero ha resultado que no.
La violencia de pareja, maltrato o delincuencia común, ha retomado fuerza y crueldad en estas vacaciones de Semana Santa. En cuanto hay unos días libres, las parejas colisionan. Solo unos días de fiesta han bastado para igualar las cifras de maltrato de años precedentes, con lo que se demuestra que ésta no es la tal violencia de género que se sacaron de la manga, y contra la cual no han podido; ésta es la violencia de dominación tradicional, el crimen pasional. Para entendernos, ahora que se han quitado por innecesarios tantos observatorios oficiales, la violencia doméstica de toda la vida.
El delincuente se atreve contra la hembra porque no teme a la ley ni a los mecanismos sociales. Eso no ha variado. El delegado del Gobierno Lorente se limitó a especular con teorías erráticas, como aquella tan memorable de que la violencia de género se pega como la tosferina, de modo que si publicas que algunos delincuentes han matado a sus parejas, eso se copia hasta la saciedad; o al menos se copia un poquito. O sea que hay nuevos muertos. No puedo precisar cuántos, porque el médico dejó el cargo sin afinar la puntería.
Para afianzar estas teorías temerarias, que se deben dejar a los aficionados o diletantes pero nunca en manos de cargos oficiales como el delegado, que debería haber procurado ofrecer las verdaderas cifras del maltrato, no hay otra que las circunstancias comprobadas. Tantos casos coincidentes y ratificados, tantos casos iguales y repetidos... Pero las estadísticas no dicen esto; son cifras primarias, poco elaboradas.
El fenómeno de la violencia de género ha desaparecido como tal sin dejar rastro. No figura en los anales de las figuras delincuentes, ni en los planes de política criminal o preventiva. Sólo está en las grandes partidas de gasto, con grandes cargos adscritos. Desaparecido el supuesto delito, quedan las leyes especiales, el gasto brutal y la experiencia fallida. Además de cargos políticos que silban con disimulo.
Recientemente, en Campillos, Málaga, como resumen de una situación creciente de muertes en familia, un padre apareció ahorcado en su casa, y su hija de 6 años, muerta encima de la cama. Parecía uno de esos tristes casos en que los pequeños vuelven a casa con quien tiene la parte fuerte de la custodia. La política oficial ha sido incapaz de convencer a los delincuentes domésticos de que este tipo de homicidio o suicidio ampliado no lleva a ninguna parte. Causa dolor a todos y solo se produce porque nadie ha erradicado el honor calderoniano. En vez de volver a los clásicos, se ha jugado a descubrir un nuevo tipo de fenómeno sociológico. A ser posible que dé votos.
Cuando la política criminal se le encarga a un médico, la primera impresión es que el Gobierno da la partida por perdida. El forense siempre actúa a posteriori, para evaluar los daños. Al parecer porque la crisis económica ha influido algo, la cifra total de denuncias de mujeres por maltrato y amenazas ha disminuido. Muchas víctimas, según el observatorio correspondiente, no se atreven a denunciar por miedo a quedarse a la intemperie. Son, como puede verse, argumentos con menos base que un palillo de dos puntas.
Lo cierto es que, por uno de esos ciclos sin estudiar, pese a los muchos millones sin sumar que se han invertido en la lucha contra la supuesta violencia de género, o más bien delincuencia común, los primeros meses de este año ha habido pocos casos de homicidio por maltratadores, lo que ha hecho que algunos piensen que por fin se ha solucionado el fenómeno social descubierto por la progresía. Pero ha resultado que no.
La violencia de pareja, maltrato o delincuencia común, ha retomado fuerza y crueldad en estas vacaciones de Semana Santa. En cuanto hay unos días libres, las parejas colisionan. Solo unos días de fiesta han bastado para igualar las cifras de maltrato de años precedentes, con lo que se demuestra que ésta no es la tal violencia de género que se sacaron de la manga, y contra la cual no han podido; ésta es la violencia de dominación tradicional, el crimen pasional. Para entendernos, ahora que se han quitado por innecesarios tantos observatorios oficiales, la violencia doméstica de toda la vida.
El delincuente se atreve contra la hembra porque no teme a la ley ni a los mecanismos sociales. Eso no ha variado. El delegado del Gobierno Lorente se limitó a especular con teorías erráticas, como aquella tan memorable de que la violencia de género se pega como la tosferina, de modo que si publicas que algunos delincuentes han matado a sus parejas, eso se copia hasta la saciedad; o al menos se copia un poquito. O sea que hay nuevos muertos. No puedo precisar cuántos, porque el médico dejó el cargo sin afinar la puntería.
Para afianzar estas teorías temerarias, que se deben dejar a los aficionados o diletantes pero nunca en manos de cargos oficiales como el delegado, que debería haber procurado ofrecer las verdaderas cifras del maltrato, no hay otra que las circunstancias comprobadas. Tantos casos coincidentes y ratificados, tantos casos iguales y repetidos... Pero las estadísticas no dicen esto; son cifras primarias, poco elaboradas.
El fenómeno de la violencia de género ha desaparecido como tal sin dejar rastro. No figura en los anales de las figuras delincuentes, ni en los planes de política criminal o preventiva. Sólo está en las grandes partidas de gasto, con grandes cargos adscritos. Desaparecido el supuesto delito, quedan las leyes especiales, el gasto brutal y la experiencia fallida. Además de cargos políticos que silban con disimulo.
Recientemente, en Campillos, Málaga, como resumen de una situación creciente de muertes en familia, un padre apareció ahorcado en su casa, y su hija de 6 años, muerta encima de la cama. Parecía uno de esos tristes casos en que los pequeños vuelven a casa con quien tiene la parte fuerte de la custodia. La política oficial ha sido incapaz de convencer a los delincuentes domésticos de que este tipo de homicidio o suicidio ampliado no lleva a ninguna parte. Causa dolor a todos y solo se produce porque nadie ha erradicado el honor calderoniano. En vez de volver a los clásicos, se ha jugado a descubrir un nuevo tipo de fenómeno sociológico. A ser posible que dé votos.
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