Detrás del valiente impulso del ministro Gallardón a
la custodia compartida se esconde un extraordinario cambio de época.
Con 2 novedades principales:
a.- el final del feminismo jurídico, que otorgaba la custodia de manera automática a la madre, y
b.- la entrada oficial de los varones en el estatus pedagógico reconocido.
En román paladino: que los padres son imprescindibles para educar.
La incorporación de la mujer al trabajo y al poder económico nos llevó por un tiempo al espejismo de que los hombres era eliminables en casa.
Ellas eran tan competentes como ellos fuera del hogar, pero ellos eran incapaces de mantener el ritmo doméstico y el laboral simultáneamente… así que concluimos que, en caso de separación o divorcio, los hijos debían permanecer con ellas.
El tiempo ha ido colocando las cosas en su sitio.
Para empezar, la ruptura matrimonial ha perdido el halo trágico y de condena social del pasado, pero, a la vez, se ha demostrado como un mal.
Es verdad que es peor un matrimonio fracasado que una separación, pero eso no hace buena la segunda opción.
Por fin se empieza a hablar de la ruina económica que trae el divorcio, los problemas de los niños, las dificultades educativas, la soledad y el desconcierto amoroso del hombre y la mujer.
Las ciudades se han convertido en hervideros de «singles» que trabajan de día y alternan de noche, sin tiempo ni ganas para la prole.
Así las cosas, en caso de ruptura, ¿por qué han de quedarse los hijos con las madres?
No es sólo que cada vez haya más hombres dispuestos a darlo todo por sus hijos –tiempo y dedicación incluidos–, es que ya está muy extendido el fenómeno de la madre que no «puede» literalmente con el chico rebelde que le hace frente y que se vuelve violento por falta de un padre que le ponga freno.
En estos años hemos aprendido que hombres y mujeres son profundamente diferentes y que, así como la madre está muy dotada para el cuidado y la ternura, el padre existe entre otras cosas para poner límites.
Con la iniciativa del ministro de Justicia se da un paso para la modernización de las disposiciones matrimoniales que, si bien no subsanará la ruptura del divorcio, sí ayudará a que los hijos se beneficien de la educación proporcionada por ambos cónyuges, al menos allí donde el juez estime que hay 2 personas equilibradas y responsables dispuestas a hacerse cargo por igual de sus responsabilidades.
Es cierto que la custodia compartida es cara.
Básicamente, exige 2 viviendas grandes, que casi nadie tiene; o la disposición a dejar el hogar a los hijos y turnarse los padres en la asistencia a la casa común, pero nadie dice ya –sólo las personas contaminadas ideológicamente– que el divorcio o la separación sean baratos ni fáciles. Son circunstancias dolorosas de las que sólo cabe esperar salir con el menor daño posible, sobre todo para los hijos.
Con 2 novedades principales:
a.- el final del feminismo jurídico, que otorgaba la custodia de manera automática a la madre, y
b.- la entrada oficial de los varones en el estatus pedagógico reconocido.
En román paladino: que los padres son imprescindibles para educar.
La incorporación de la mujer al trabajo y al poder económico nos llevó por un tiempo al espejismo de que los hombres era eliminables en casa.
Ellas eran tan competentes como ellos fuera del hogar, pero ellos eran incapaces de mantener el ritmo doméstico y el laboral simultáneamente… así que concluimos que, en caso de separación o divorcio, los hijos debían permanecer con ellas.
El tiempo ha ido colocando las cosas en su sitio.
Para empezar, la ruptura matrimonial ha perdido el halo trágico y de condena social del pasado, pero, a la vez, se ha demostrado como un mal.
Es verdad que es peor un matrimonio fracasado que una separación, pero eso no hace buena la segunda opción.
Por fin se empieza a hablar de la ruina económica que trae el divorcio, los problemas de los niños, las dificultades educativas, la soledad y el desconcierto amoroso del hombre y la mujer.
Las ciudades se han convertido en hervideros de «singles» que trabajan de día y alternan de noche, sin tiempo ni ganas para la prole.
Así las cosas, en caso de ruptura, ¿por qué han de quedarse los hijos con las madres?
No es sólo que cada vez haya más hombres dispuestos a darlo todo por sus hijos –tiempo y dedicación incluidos–, es que ya está muy extendido el fenómeno de la madre que no «puede» literalmente con el chico rebelde que le hace frente y que se vuelve violento por falta de un padre que le ponga freno.
En estos años hemos aprendido que hombres y mujeres son profundamente diferentes y que, así como la madre está muy dotada para el cuidado y la ternura, el padre existe entre otras cosas para poner límites.
Con la iniciativa del ministro de Justicia se da un paso para la modernización de las disposiciones matrimoniales que, si bien no subsanará la ruptura del divorcio, sí ayudará a que los hijos se beneficien de la educación proporcionada por ambos cónyuges, al menos allí donde el juez estime que hay 2 personas equilibradas y responsables dispuestas a hacerse cargo por igual de sus responsabilidades.
Es cierto que la custodia compartida es cara.
Básicamente, exige 2 viviendas grandes, que casi nadie tiene; o la disposición a dejar el hogar a los hijos y turnarse los padres en la asistencia a la casa común, pero nadie dice ya –sólo las personas contaminadas ideológicamente– que el divorcio o la separación sean baratos ni fáciles. Son circunstancias dolorosas de las que sólo cabe esperar salir con el menor daño posible, sobre todo para los hijos.
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