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BOQUITAS CERRADAS: Valderas tiene derecho a pensar que si nadie protesta, a nadie ha ofendido. Patente de corso ante un feminismo humillado.
31 mar 2012/ABC (Sevilla)/IGNACIO CAMACHO.
LO peor del caso de «la de las tetas gordas» es el silencio de la de las tetas gordas propiamente dicha. Es decir, de doña Blanca Alcántara Reviso, a la sazón delegada provincial de Educación de la Junta de Andalucía en Cádiz, que hasta el momento no ha dicho esta boca es mía, o más bien que esas tetas, aludidas de forma soez y casposa por el líder de Izquierda Unida Diego Valderas, son suyas.
Ese mutismo la hace cómplice de una doble humillación: la de su presunto feminismo y la del partido de presunta izquierda al que pertenece, que prefiere callar en bloque ante el político del que depende su continuidad en el Gobierno andaluz.
A tenor de su afonía, a Blanca Alcántara parece importar más el cargo que su dignidad personal de mujer. Dame pan y dime tonta. Consérvame el puestecillo y despréciame como quieras.
Tampoco ha piado, y una semana después del rancio exabrupto es poco probable que lo haga, el lobby feminista, ese colectivo político y profesional habitualmente tan susceptible a los agravios del lenguaje.
Con las subvenciones que están en juego —tanta asociación, tantas comisiones y tanto observatorio de género—, no conviene importunar a quien está en condiciones de decidirlas.
Boquitas cerradas.
Alguna crítica leve y en voz baja o en twitter y poca cosa más, no se vaya a molestar don Diego, que al fin y al cabo es progresista; si fuese un parlamentario del PP estarían ardiendo hogueras de censura, rastrojos de condena.
Valderas es hombre de campo, y ya se sabe que la expresión rural es muy ruda.
También es de campo y de izquierdas Cayo Lara, que le reía la gracia con complicidad chocarrera.
Y como entrambos tienen la llave de la continuidad del régimen andaluz, ni toserles. ¿Machismo atávico? No, por favor, en todo caso cosas de hombres; tapadlos, no vayan a resfriarse el día de la investidura de Griñán.
LO peor del caso de «la de las tetas gordas» es el silencio de la de las tetas gordas propiamente dicha. Es decir, de doña Blanca Alcántara Reviso, a la sazón delegada provincial de Educación de la Junta de Andalucía en Cádiz, que hasta el momento no ha dicho esta boca es mía, o más bien que esas tetas, aludidas de forma soez y casposa por el líder de Izquierda Unida Diego Valderas, son suyas.
Ese mutismo la hace cómplice de una doble humillación: la de su presunto feminismo y la del partido de presunta izquierda al que pertenece, que prefiere callar en bloque ante el político del que depende su continuidad en el Gobierno andaluz.
A tenor de su afonía, a Blanca Alcántara parece importar más el cargo que su dignidad personal de mujer. Dame pan y dime tonta. Consérvame el puestecillo y despréciame como quieras.
Tampoco ha piado, y una semana después del rancio exabrupto es poco probable que lo haga, el lobby feminista, ese colectivo político y profesional habitualmente tan susceptible a los agravios del lenguaje.
Con las subvenciones que están en juego —tanta asociación, tantas comisiones y tanto observatorio de género—, no conviene importunar a quien está en condiciones de decidirlas.
Boquitas cerradas.
Alguna crítica leve y en voz baja o en twitter y poca cosa más, no se vaya a molestar don Diego, que al fin y al cabo es progresista; si fuese un parlamentario del PP estarían ardiendo hogueras de censura, rastrojos de condena.
Valderas es hombre de campo, y ya se sabe que la expresión rural es muy ruda.
También es de campo y de izquierdas Cayo Lara, que le reía la gracia con complicidad chocarrera.
Y como entrambos tienen la llave de la continuidad del régimen andaluz, ni toserles. ¿Machismo atávico? No, por favor, en todo caso cosas de hombres; tapadlos, no vayan a resfriarse el día de la investidura de Griñán.
Conste que me choca que aún no se haya disculpado en público el propio Valderas, persona decente y honesta que ojalá lo siga siendo ahora que toca el poder con los dedos.
La disculpa no se la debe sólo a Alcántara, sino a la sociedad y a todas las mujeres cuya igualdad reivindica con su radical programa ultrafeminista. Pero tendría derecho a pensar que si nadie protesta es que a nadie ha ofendido.
Y también a colegir que a partir de ahora tiene patente de corso porque las tragaderas de sus nuevos aliados (y aliadas, por favor) son muy grandes, casi tan grandes como las…. no, no, no. ¿Ven? Es lo que tiene la grosería fácil: que es resbaladiza y contagiosa.
Aún así, Diego, deberías disculparte por hombría de bien y porque has quedado como un Ozores cualquiera, y no creo que te guste el retrato.
Claro que, para retrato, el de este feminismo militante de doble cara y de doble moral que disimula y hace acepción de personas para darse por maltratado. La palabra exacta es hipócrita, que no tiene marca de género.
La disculpa no se la debe sólo a Alcántara, sino a la sociedad y a todas las mujeres cuya igualdad reivindica con su radical programa ultrafeminista. Pero tendría derecho a pensar que si nadie protesta es que a nadie ha ofendido.
Y también a colegir que a partir de ahora tiene patente de corso porque las tragaderas de sus nuevos aliados (y aliadas, por favor) son muy grandes, casi tan grandes como las…. no, no, no. ¿Ven? Es lo que tiene la grosería fácil: que es resbaladiza y contagiosa.
Aún así, Diego, deberías disculparte por hombría de bien y porque has quedado como un Ozores cualquiera, y no creo que te guste el retrato.
Claro que, para retrato, el de este feminismo militante de doble cara y de doble moral que disimula y hace acepción de personas para darse por maltratado. La palabra exacta es hipócrita, que no tiene marca de género.
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