voz populi
Los jueces: los Faraones del reino de España.
José Penalva (04-03-2012)
El sistema judicial español, una ruleta rusa. Y al ciudadano, que no se le ocurra rechistar. El problema del sistema judicial español no es sólo de medios, ni sólo de dependencia política, entre otras. Lo fundamental es que hoy los jueces están más allá de cualquier Norma o Ley. Tienen potestad, de hecho, para hacer y deshacer con total arbitrariedad e impunidad. Cualquier Ley o Norma está sujeta a la voluntad del juez, una voluntad que se ejerce de modo arbitrario.
— «Espere», dice don Leguleyo Berengario, «todos los jueces no son iguales: existen excepciones”.
— «Solemne estupidez, señor Berengario, por mucho que se le ponga la carne de gallina.
Porque si el sistema se justifica debido a que hay excepciones, entonces hagamos el siguiente experimento: demos a cada uno de los españoles una metralleta y que la utilice a su libre voluntad.
Las consecuencias podrán ser desastrosas, pero no importa —se puede argüir siguiendo esa lógica— porque siempre habrá excepciones: siempre habrán ciudadanos honrados que no la utilizarán contra su prójimo”.
Los faraones.
El problema no es que existan excepciones en el sistema. Todo sistema tiene sus excepciones. El problema del actual sistema judicial es que el juez, de hecho, goza de un poder absoluto. Con todas las características de un poder absoluto:
El Reino de España, por tanto, encarna hoy, de facto, unos principios radicalmente opuestos al orden de la Justicia.
Es más, la civilización Occidental nació precisamente contra el reino de los poderes arbitrarios, de sistemas absolutos, de órdenes faraónicos.
¿Y, ante ello, qué salida le cabe al españolito? El españolito, ¡a callar!
Además, ¿no va toda esa realidad contra la Constitución española? Claro que sí, pero ¿quién va a ser el valiente que se atreva a corregirlo, el Mío Mariano?
Todo va a seguir igual; los intereses del nuevo Gobierno harán que la balanza arbitraria se incline un poco a favor. Pero nada más.
En el Reino de la España actual, el poder de cada juez no está sujeto a límites institucionales ni responsabilidades penales. Y nadie tiene valor a cambiar eso. Por tanto, ¡a callar!
Ese sistema faraónico representa la quintaesencia de la tendencia ancestral del español: a un español le das una vara y de seguro que la usa para fustigar a su próximo.
Y no digamos nada si le das una toga: el máximo objeto de deseo.
Quizá eso explique la fascinación que ha despertado Garzón. Por ello no creo que, por ahora, se cambie este estado de cosas. En tal estado, es fácil predecir el destino de aquellos que sólo se arrodillan ante la razón y ante la verdad, y no ante los caciques locales que corona la geografía española.
España condenada al cambio por violencia
Ahora que ha pasado esa plaga en forma de Gobierno ZP-Rubalcabra, y su estrategia de la “memoria histórica” como cortina de humo para tapar los verdaderos problemas de la realidad, no hay que caer en el error opuesto: olvidar la historia y sus lecciones.
Recuérdese que uno de los detonantes de la guerra civil española fue que se cometieron ataques violentos… y las autoridades dejaron hacer.
Ese fue el problema: no se hizo Justicia y, además, nadie intentó de verdad averiguar ni investigar esos actos. Todos miraron para otro lado.
Sin embargo, todo esa violencia ejercida de modo impune se depositó en un rencor implacable, que estalló en el mismo momento que se produjo una vía de escape.
Ahora bien, cabe preguntarse hoy: si el español no puede confiar en los tribunales, que es donde el ciudadano civilizado tiene que hacer pie para no hundirse en el pantano del vértigo social, ¿qué salida se le deja?
Recuerden, señores y señorías: todo tiene un límite.
También la confianza en la Administración de Justicia y en sus oficiantes.
— «Espere», dice don Leguleyo Berengario, «todos los jueces no son iguales: existen excepciones”.
— «Solemne estupidez, señor Berengario, por mucho que se le ponga la carne de gallina.
Porque si el sistema se justifica debido a que hay excepciones, entonces hagamos el siguiente experimento: demos a cada uno de los españoles una metralleta y que la utilice a su libre voluntad.
Las consecuencias podrán ser desastrosas, pero no importa —se puede argüir siguiendo esa lógica— porque siempre habrá excepciones: siempre habrán ciudadanos honrados que no la utilizarán contra su prójimo”.
Los faraones.
El problema no es que existan excepciones en el sistema. Todo sistema tiene sus excepciones. El problema del actual sistema judicial es que el juez, de hecho, goza de un poder absoluto. Con todas las características de un poder absoluto:
- No existe más Norma y Ley que su santa voluntad. No existe límite institucional ante los desvaríos arbitrarios de esas señorías.
- La palabra de sus señorías es verdad absoluta. Y ojito con no mostrar sumisión debida cuando habla el gachó, o la gachí.
- No existe la realidad hasta que es pronunciada por el juez. Antes de ello, es presunta realidad. El faraón instaura, con su palabra, la realidad.
- Con sus mitos correspondientes: independencia, credibilidad del sistema… y otros cuentos para hacernos creer que “El Rey no está desnudo”. De ahí que cuando se cuestionan esos mitos —como el de la independencia judicial—, se les ponga la carne de gallina.
- Y el sanctasanctorum de ese poder: ese ente llamado CGPJ.
- Etc.
El Reino de España, por tanto, encarna hoy, de facto, unos principios radicalmente opuestos al orden de la Justicia.
Es más, la civilización Occidental nació precisamente contra el reino de los poderes arbitrarios, de sistemas absolutos, de órdenes faraónicos.
¿Y, ante ello, qué salida le cabe al españolito? El españolito, ¡a callar!
Además, ¿no va toda esa realidad contra la Constitución española? Claro que sí, pero ¿quién va a ser el valiente que se atreva a corregirlo, el Mío Mariano?
Todo va a seguir igual; los intereses del nuevo Gobierno harán que la balanza arbitraria se incline un poco a favor. Pero nada más.
En el Reino de la España actual, el poder de cada juez no está sujeto a límites institucionales ni responsabilidades penales. Y nadie tiene valor a cambiar eso. Por tanto, ¡a callar!
Ese sistema faraónico representa la quintaesencia de la tendencia ancestral del español: a un español le das una vara y de seguro que la usa para fustigar a su próximo.
Y no digamos nada si le das una toga: el máximo objeto de deseo.
Quizá eso explique la fascinación que ha despertado Garzón. Por ello no creo que, por ahora, se cambie este estado de cosas. En tal estado, es fácil predecir el destino de aquellos que sólo se arrodillan ante la razón y ante la verdad, y no ante los caciques locales que corona la geografía española.
España condenada al cambio por violencia
Ahora que ha pasado esa plaga en forma de Gobierno ZP-Rubalcabra, y su estrategia de la “memoria histórica” como cortina de humo para tapar los verdaderos problemas de la realidad, no hay que caer en el error opuesto: olvidar la historia y sus lecciones.
Recuérdese que uno de los detonantes de la guerra civil española fue que se cometieron ataques violentos… y las autoridades dejaron hacer.
Ese fue el problema: no se hizo Justicia y, además, nadie intentó de verdad averiguar ni investigar esos actos. Todos miraron para otro lado.
Sin embargo, todo esa violencia ejercida de modo impune se depositó en un rencor implacable, que estalló en el mismo momento que se produjo una vía de escape.
Ahora bien, cabe preguntarse hoy: si el español no puede confiar en los tribunales, que es donde el ciudadano civilizado tiene que hacer pie para no hundirse en el pantano del vértigo social, ¿qué salida se le deja?
Recuerden, señores y señorías: todo tiene un límite.
También la confianza en la Administración de Justicia y en sus oficiantes.
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