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Conciliación: ¿el gran imposible? (para las mujeres)
Por: Inmaculada de la Fuente /Martes, 19 de Julio de 2011
Hay quien dice que la conciliación laboral y familiar es una gran mentira. O quizás una ficción. Como mucho un laboratorio de ideas que solo practican unas cuantas empresas modélicas y algunos pocos trabajadores privilegiados. Con las cifras en la mano, así parece.
Pero tengo una amiga que se mueve entre la ficción y el pragmatismo.
Se ha empeñado en conciliar y de algún modo concilia.
No trabaja en IBM ni ninguna de esas empresas ejemplares que están abriendo caminos ni es una alta ejecutiva con capacidad para vetar reuniones a partir de las 6 de la tarde.
Tampoco trabaja en la Administración ni cuenta con el paraguas del Plan Concilia.
Mi amiga está al final de la treintena, tiene 2 hijos menores de 10 años y un marido que se responsabiliza de la crianza y atención de los chavales casi al 50%.
Ella concilia porque él concilia.
Si su marido no se esforzara al menos 2 o 3 días en salir antes del trabajo y si no se repartieran las tareas con los niños, no habría podido tener el segundo, debería pagar el doble de horas a la cuidadora y quizás plantearse una reducción de jornada.
Aunque tiene pactado con su marido que cualquiera de los 2 podría pedir la reducción de horarios en caso de apuro. De momento lo que hacen es conciliar entre ellos.
Son conscientes de que el 27% de las españolas que están en el mercado laboral solo tiene 1 hijo. Sin contar con que el 48% no tiene hijos.
Otro amigo, sin embargo, reconoce que no concilia y que mientras que sus 2 hijos, ahora entre 15 y 20 años, fueron pequeños, su mujer asumió la doble carga familiar y laboral.
Como coartada esgrime que siempre se ha ocupado de que no faltara en casa asa ayuda externa para estar más liberado.
Tiene cerca de 50 años y asegura que ni él ni su empresa saben nada de conciliación.
Hace tiempo su mujer probó durante 1 año a reducir jornada, como acaba haciendo un 23% de las trabajadoras.
Pero no le compensó, porque, además de perder derechos laborales, no siempre podía tener las tardes libres.
“Ella misma, por acabar un proyecto o algo pendiente, renunciaba a irse a las 3, por lo que no pudimos prescindir de la chica fija. Aunque mi mujer estaba más disponible para los chicos y tenía menos presión en el trabajo, porque dejó de ser competitiva, tampoco podía conciliar siempre sus horarios con los de los dentistas, o las charlas con los tutores del colegio, tareas que recaían en ella”, afirma.
Mi amigo se siente algo culpable, pero su mujer, que tiene mejor currículo académico que él, acabó remontando su situación profesional, ha recuperado el terreno, y profesionalmente están ahora a la par.
Admite que en su casa nunca se ha dado un reparto equitativo de tareas, aunque ahora que sus hijos son mayores, todos “cooperan”, incluido él.
“Mientras el mercado laboral sea como es, la solución es que los chicos crezcan y que la casa funcione entre tanto más o menos bien con ayuda externa”, declara este ejemplar masculino a la vieja usanza.
Mi amigo forma parte de esa mayoría que piensa que la conciliación incumbe solo a las mujeres.
Y en efecto, dado que muchas se encuentran solas en el empeño, les atañe de forma crucial. De hecho, se hallan en la encrucijada.
La conciliación solo puede funcionar si compromete por igual a hombres y mujeres.
Y si abarca a todos los sectores productivos.
La catedrática de Sociología María Ángeles Durán estima que la maternidad, desde el punto de vista fisiológico y de la inmediata crianza, sólo representa un 3% en la vida de una mujer. El cálculo lo hace basándose en la tasa de natalidad actual en España, de 1,4 (últimamente 1,38) hijos por mujer.
Desde un punto de vista racional así sería si se compartiera al 50% la educación de los hijos y si el padre y la madre pudieran conciliar su vida familiar y laboral.
Pero no solo entre ellos…
Ese objetivo choca contra el caos de horarios al que tienen que hacer frente en el colegio, los servicios médicos y administrativos, los comercios, los bancos…
El coste es alto: por un lado, mujeres con estudios superiores y altas calificaciones solo pueden mantener el mismo ritmo profesional de sus compañeros hasta que tienen el primer hijo (cada vez más tardío).
Ahí empieza el naufragio de buena parte de ellas en un país que carece de una política de apoyo a la familia y de solidaridad intergeneracional adecuadas.
Por otro: una generación de hijos deseados (quizá los más queridos y mejor cuidados de toda la historia), que son atendidos de forma fragmentaria por abuelos, madres y canguros, cuando no por la televisión.
No sorprende que las mujeres que tienen 3 o más hijos y que trabajan fuera del hogar solo representen el 4% de todas las trabajadoras.
Y que un 85% diga en las encuestas que quisiera tener más hijos.
Es posible que quizá sea esta la última generación de mujeres que asuma la doble o triple jornada: o las cosas cambian para la siguiente, o los hijos se convertirán en objetos de deseo solo aptos para parejas con tiempo y estabilidad laboral asegurada.
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