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DEFENSORA DE LA IGUALDAD: Nena, ¿qué quieres ser de mayor?
Cuesta ser fiel a una misma. A las niñas no las dejan ser niñas.
Les intoxican la infancia con modelos adultos y les trastocan la edad.
En la confusión, no encuentran a nadie a quien preguntar.
Domingo, 6 de febrero del 2011.Eva Peruga.Defensora de la Igualdad de El Periódico.
Cuando era pequeña, en una época de televisión en blanco y negro, las niñas hubieran contestado: enfermeras, peluqueras -de barrio-, azafatas -las más modernas-, misioneras -las de los colegios religiosos- o maestras a la pregunta sobre sus deseos de futuro.
Ahora, según un estudio publicado esta semana, quieren ser Hannah Montana.
No pienso hacer de este artículo un episodio de Cuéntame, solamente constatar que el paso del blanco y negro al color y al 3D no ha supuesto la ampliación cualitativa de los referentes para las niñas.
María Zambrano, pensadora, filósofa, poeta y maestra, concluyó:
«No tener maestros es no tener a quien preguntar, y más hondamente todavía, no tener ante quien preguntarse».
La cercanía y la concreción de los sueños infantiles de entonces se expanden mientras se diluyen en pantallas de todo tipo.
El misterio de esas niñas deja de desvelarse solo.
En los vientres despanzurrados, los nuevos oráculos ven el bienestar como valor principal, al que asocian fama, belleza y dinero.
LAS SERIES para las menores siguen estos modelos, a imagen y semejanza del que se intenta imponer también a las adultas.
Los espacios informativos, en prensa, radio y televisión, no ejercen tampoco de contrapeso suficiente. A veces, al contrario.
Los descubrimientos de las científicas, la lucha titánica de muchas empresarias en plena crisis económica, la graduación de las universitarias birrete al aire, no forman parte de la normalidad en los medios de comunicación que miran las niñas.
La peluquera ya solo sale si es de una estrella de Hollywood o si resulta víctima de algo o de alguien.
Los deportes tampoco son un referente puesto que las mujeres que lo practican no merecen atención.
Los modelos o, mejor, la convergencia de ellos en solo 2, la triunfadora mediática y la víctima, es una de las cuestiones a debatir.
Hay otra. La edad. ¿Cuándo nuestras niñas dejan de serlo?
¿Cuál debe ser la reacción de una maestra con una alumna de escasos 9 años que lleva tacones? Estos como enunciado de todo lo demás.
Dice el Diccionario de la Real Academia que la mayéutica, desde las épocas de Sócrates, es el arte del que se nutre un maestro para que su palabra vaya alumbrando en el alma del discípulo las nociones que este tenía ya en sí, sin él saberlo.
La batalla para ocupar esas almas es sin cuartel.
Los estudios confirman lo que a diario vemos y oímos: la adolescencia llega antes y tarda mucho más en marcharse.
La sociedad, a través de sus políticos, intenta definir algo de esas edades, a veces a remolque de la realidad y tarde.
Esta semana se conocía la propuesta de elevar a 16 años la edad mínima para casarse.
Bien está homologarse al resto de Europa y, si se puede, evitar que las chicas caigan en brazos de los matrimonios de conveniencia, pero la segunda parte puede ser esta:
¿debemos también cambiar el Código Penal para aumentar la edad para consentir relaciones sexuales, fijada en los 13 años?
Alrededor del 30% de las chicas mantienen su Iª relación sexual entre los 15 y los 17 años.
LA CONFUSIÓN de unos y de otras es monumental. General.
¿Nuestras niñas son niñas? ¿Son chicas? ¿Nuestras chicas son niñas?
Y esta confusión en edad pone en peligro la de identidad.
Es cierto que aquella ambición de ser peluquera de barrio no es mejor ni peor que esta de ser Hannah Montana.
Lo que sí daría aire es una mayor apertura del abanico social para que las niñas verbalicen su deseo de ser como su peluquera o su pediatra sin sentirse raras.
No las apretemos tanto. Tacones para ellas, ¡no, gracias!
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