sábado, 4 de septiembre de 2010

El divorcio y los hijos

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El divorcio y los hijos

Por Jesús Aniorte
Comienzo con esto que el psiquiatra y profesor de psicología en la Complutense, Aquilino Polaino, afirmó en una conferencia:
“Quieren (los padres) rehacer su vida y no se dan cuenta de que deshacen la de sus hijos... Está comprobado que los niños sufren más con el divorcio de sus padres que con la muerte de uno de ellos. El divorcio de los padres provoca en los hijos crisis de ansiedad, que en un adulto supondría por lo menos pedir una baja laboral, pérdida de la seguridad en sí mismos o trastornos de personalidad, con consecuencias como el bajo rendimiento escolar, que supone en los niños una frustración igual a la de un adulto cuando pierde el trabajo.”

Efectivamente, ante la separación de los padres, los hijos lo pasan mal. Demasiado mal.
La separación siempre es traumática y dolorosa para todos; pero especialmente para los hijos pequeños.
Mucho más de lo que los padres llegan a creer.
Centrados en su dolor, los padres a veces no son conscientes del dolor de los hijos.
Los psicólogos con experiencia clínica afirman que el niño, ante la separación de sus padres, experimenta una verdadera crisis de ansiedad y angustia y una gran inseguridad emocional.

¿Qué será de mí y de mis hermanos?,
-me preguntaba con angustia el hijo de un matrimonio amigo en trámite de separación
- Tus padres te quieren; tú eres lo más importante para ellos – le decía yo.
Y él, llorando, arguyó: - Entonces ¿por qué se separan?

El niño, en efecto, necesita el afecto y la presencia de sus padres –del padre y de la madre- para sentirse seguro.
Por ejemplo: ¡qué destructora de la autoestima del niño es la separación de los padres!
El no comprende que sus padres le quieran... ¡y le hagan el daño que le hacen separándose!
Por eso piensa que no es importante para ellos.

El niño necesita saber y sentir que sus padres están a su lado en cualquier momento...
Mientras los padres permanecen unidos, el niño, ante los problemas, sabe que ellos están ahí y puede contar con ellos.
Cuando se separan, experimenta que se hunden los pilares que le daban seguridad ante la vida. De ahí su angustia: en adelante, ¿en quién se apoyará?

La perturbación que experimenta el niño suele manifestarse, especialmente, en el descenso del rendimiento escolar, como constatan los profesores, así como en el comportamiento con los compañeros, que comienza a ser más conflictivo y hasta violento.
Más: no es infrecuente que estas conductas conflictivas desemboquen en conductas antisociales en la adolescencia y en la juventud.
Además, el niño puede llegar a desarrollar un fuerte sentimiento de culpabilidad, que le angustia, puesto que piensa que él es el culpable de que sus padres se separen.

Sobre todo, cuando a los niños se les involucra en el problema, al buscar alguno de los padres –con una inconsciencia incomprensible- que se alíen con él contra el otro cónyuge.
Ese meter a los hijos por medio, ese querer ganárselos para la propia causa y tomarlos como moneda de mercadeo frente al otro progenitor, a quien se quiere castigar en los hijos...
¡cuánto daño les hace!

Es lo que sucedió a Rosi. Tenía ya 22 años y las cicatrices seguían ahí, muy en carne viva: insegura, con muy baja autoestima, acomplejada, con un fuerte sentimiento de culpabilidad, con una inmensa rabia y resentimiento en su corazón...
Y ¡negándose a creer que era digna de ser amada! 2 intentos de formar pareja llevaba ya, y ambos habían fracasado.
Todo empezó cuando apenas tenía 10 años.
Su padre bebía, aunque no en exceso, y a su madre la describe como una mujer vanidosa y casquivana, muy pagada de su belleza, y que disfrutaba flirteando inconscientemente con unos y con otros.

Lógicamente el matrimonio comenzó a resquebrajarse.
Sus padres se plantearon la separación. Y Rosi comenzó a hundirse.
El miedo y la angustia se apoderaron de ella. La madre, con malas mañas y falacias, logró que los hijos se aliaron con ella contra el padre. Me cuenta Rosi:
- Siempre hablaba mal de él y le echaba la culpa de todo. Me enviaba para que le dijera que no queríamos estar con él, que él tenía la culpa de todo... ¡cuando la culpa era de ella! ¡Bruja!... ¡Manipuladora!... Después me di cuenta... ¡Cómo me duele lo que hice sufrir a mi padre con lo que le decía!

Las fiestas navideñas interrumpieron nuestras entrevistas... Hoy ha vuelto.
Apenas sentada, ha dicho con rabia:
- ¡Manipuladora! ... “ ¡Ay, mi niña!” -e imitaba la voz melosa de su madre-... Mi niña... .
Con el daño que nos ha hecho a mis hermanos y a mí... Manipuladora!...
Ante mi gesto de sorpresa, a clara que su madre le había telefoneado con motivo de las Navidades, y eso le amargó las fiestas. - Sólo escuchar su voz me hace daño... -dijo y rompió a llorar.

Lo de Rosi me hizo pensar en tantos padres que con excesiva inconsciencia llegan a la separación; y en la inmensa torpeza con que -por intereses o venganzas egoístas- se comportan algunos padres en esas circunstancias, sin tener en cuenta a los hijos, o –lo que es peor- manipulándolos para ganárselos; y, especialmente, me ha hecho pensar en el dolor y los problemas con que caminan por la vida tantos hijos que han visto sus vidas deshechas, porque sus padres quisieron rehacer las suyas. Y, además, lo hicieron tan torpemente...

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