http://www.elmundo.es/especiales/2009/04/espana/ministros_de_zapatero/ministros/trinidad_jimenez.html
Trinidad Jiménez: Ministra de Sanidad y Políticas sociales
FECHAS CLAVE
1962. Nace en Málaga.
1983. Funda la Asociación Estudiantes socialistas, junto con otros alumnos.
1990-1992. Vivió en Guinea Ecuatorial.
2003. Candidata socialista al ayuntamiento de Madrid.
2006. Secretaria de Estado para Iberoamérica.
PERSONAL
Está divorciada y pertenece a una reconocida familia de juristas.
Su padre, José Jiménez Villarejo, fue magistrado del Tribunal Supremo y su tío Carlos fue jefe de la Fiscalía Anticorrupción.
Fernando Mas. El Mundo.es
La madrugada del 26 de mayo de 2003, agotada, abatida y con el cuerpo lleno de puñales amigos, Trinidad Jiménez no pudo contener las lágrimas y se dejó ir en un llanto prolongado.
Esa noche había perdido las elecciones a la Alcaldía de Madrid.
Se frenaba una carrera iniciada 1 año atrás, cuando, de la mano de una chupa de cuero, se hizo notar, pisó fuerte, dijo aquí estoy yo y se convenció de que podía ser alcaldesa de la capital.
Fue Rodríguez Zapatero, entonces jefe de la oposición, quien en 2002 le confió a Trinidad Jiménez (Málaga, 4 de junio de 1962) la tarea de recuperar la capital para los socialistas, en la convicción de que a Moncloa se llegaba ganando Madrid.
No fue sólo un capricho del hoy presidente. Fue una apuesta personal. Y la devolución de un favor. Sí, de un favor.
2 años atrás, en julio de 2000, Trinidad cobijó en su piso de la Cuesta de San Vicente a un joven diputado leonés de ojos azules que llegó a la ciudad cargado con una maleta roja.
Se jugaba por aquéllos días el futuro del PSOE, un partido desestructurado en busca de un nuevo referente tras años de convulsiones.
Las apuestas daban la victoria a José Bono, el todopoderoso presidente de Castilla-La Mancha. Optaba también a la Secretaría General la guerrista Matilde Fernández. Y Rosa Díez.
Pero la llamada Nueva Vía, formada por jóvenes practicamente desconocidos, derrotó a Bono por 9 votos.
Jiménez jugó el partido del lado de Zapatero.
No se limitó a acogerlo en su casa; se empleó a fondo para abrirle las puertas imprescindibles —entre ellas las de Felipe González— que le permitieran avanzar con ciertas garantías hasta la Secretaría General del PSOE.
Zapatero le dio un puesto en la Ejecutiva como responsable de Relaciones Internacionales.
Era su camino natural.
No en vano, ella, abogada, había intentado ser diplomática y se había casado (y divorciado) de un diplomático.
El camino no era ese, sin embargo. Meses después, y en contra de los intocables socialistas madrileños, el jefe la convirtió en candidata a la Alcaldía de Madrid.
Sus aspiraciones políticas no pasaban, en absoluto, por ahí.
Ella soñaba con ser ministra de Exteriores.
De Madrid no tenía ni la más mínima idea.
Nunca había participado en su vida política, ni en la del partido. Era una intrusa.
Y como tal fue recibida.
Sus compañeros del PSOE madrileño, con Leguina (presidente de la Comunidad de Madrid desde 1983 hasta 1995) a la cabeza, la despreciaron y detestaron desde primer minuto, le hicieron la vida imposible y nunca la consideraron... «uno de los nuestros».
Se pasó meses en la calle.
Se inventó un maratón insufrible y mediático para conocer la ciudad pero, sobre todo, para darse a conocer. Se peleó más con los suyos —enemigos implacables— que con los del otro lado.
Se fajó y lloró en soledad.
Perdió en 2003, pero entonces, la que decían sus compañeros que era una niña pija mimada por Rodríguez Zapatero se propuso demostrar y demostrarse que era capaz. Sólo eso: que era capaz. Trabajó, aprendió, resistió rebeliones y traiciones y aguantó 3 años hasta que llegó la llamada del presidente Zapatero, que en septiembre de 2006... la mandó a recorrer América Latina.
Los mismos que antes la ninguneaban porque no tenía idea sobre Madrid ni estaba preparada para aguantar un debate en el Ayuntamiento de la capital, ahora lo hacían porque ni siquiera su jefe, su amigo, la veía capaz de ser ministra y la despachaba con una absurda Secretaría de Estado.
Orgullosa, tenaz, persistente y, sobre todo, fiel, supo esperar, convencida de que ella estaba y debía estar a las órdenes de Zapatero.
El lunes 6 de abril, por la tarde, sonó su teléfono. Era el presidente.
Mañana vas a ser ministra, le dijo. Quédate en Madrid. Ella, guardó silencio.
Al día siguiente, por la mañana, se enteró de que iría a Sanidad.
¿Qué sabe Trinidad Jiménez de Sanidad? Nada. Y si se le pregunta, lo dirá.
Eso sí, también dirá que aprenderá y confiará en quien la rodee.
Pero Zapatero, y he ahí la clave de este nombramiento, le ha añadido un apellido al Ministerio: Políticas Sociales.
Para eso la ha sacado del banquillo, porque el presidente sabe que en ese terreno se juega el partido.
No sólo porque tuviera ganas de saldar una deuda de gratitud con ella.
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