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CUSTODIA COMPARTIDA : CÓMO APROVECHAR SUS VENTAJAS Y EVITAR TROPIEZOS
Por GERARD POSSIN.Espasa 2004
Primer Capítulo: Durante años, cuando se producía un divorcio, la vida de los hijos se organizaba en torno a la madre, y el padre se tenía que conformar con un papel secundario.
Pero la ley ha tenido que adaptarse a la evolución de los modelos masculino y femenino, para así proteger mejor el doble vínculo parental.
La era del patriarcado
Tradicionalmente, nuestra sociedad ha estado dirigida por varones, tanto en lo profesional como en lo familiar.
Los hijos obedecían sin rechistar al pater familias, que firmaba las notas del colegio, imponía los castigos, etc. También la madre debía someterse a su marido.
¡En Francia hubo que esperar hasta mediados de los años sesenta para que una mujer tuviera derecho a trabajar o a abrir una cuenta bancaria sin pedirle permiso a su marido!
La expresión que se empleaba para denominarlo, «jefe de familia», era más que elocuente.
Hasta 1970 no se suprimió esta denominación del código civil...
Y si la pareja iba mal, divorciarse no era una solución ni frecuente ni sencilla.
En los años 60, en Francia, sólo 1 de cada 10 matrimonios acababa en divorcio, mientras que hoy ocurre con 1 de cada 3.
Abandonar a la pareja era considerado a menudo como un desafío social.
En consecuencia, sólo existía una forma de separarse: el divorcio por faltas.
Ahora bien, las parejas que deseasen separarse, no tenían por qué lanzarse a una compleja batalla jurídica.
Es decir, por mucho que los contrayentes se hubieran casado en régimen de bienes gananciales, en Francia, hasta 1967, el hombre se llevaba la totalidad de los bienes del hogar.
Por consiguiente, la mujer tenía que tener muchas agallas para irse de casa sin dinero, a menudo sin trabajo y bajo la mirada desaprobadora de la sociedad...
Los años sesenta, la casa en plena (r)evolución
Mayo del 68 hizo saltar por los aires los viejos esquemas. ¡A la basura la corbata y el poder absoluto del jefe de familia, la jerarquía de roles en la pareja y el delantal de la mujer!
A partir de ahora todo está por reinventar.
Liberados del yugo de unas ideas demasiado rígidas, hombres y mujeres exploran los rincones y secretos de la masculinidad y la feminidad.
Al mismo tiempo, negocian una nueva forma de vida en pareja, lejos de unos estereotipos que ya están pasados de moda.
Este ciclón modifica profundamente los roles y el estatus de cada uno de los miembros de la pareja.
Las mujeres empiezan a trabajar fuera de casa: en 1968, en Francia, el 60 % de las mujeres en pareja de 20 a 59 años todavía permanecía en el hogar.
Se emancipan, consiguen independencia económica y deciden si quieren o no quieren tener hijos*.
Para muchas parejas llega también la hora de hacer balance.
Y eso a veces implicaba querer separarse del cónyuge...
Quedaba todavía por solucionar la cuestión del divorcio.
Y en Francia llegó, por fin, en 1975: la ley contempla entonces el divorcio de mutuo acuerdo, que conoce desde esa fecha un éxito continuado.
Hoy día, más de la mitad de los divorcios se realizan de esta forma.
Padres más comprometidos
Como ahora a los hombres no les avergüenza tanto expresar su parte femenina, no dudan en asumir las tareas que antes estaban destinadas únicamente a sus compañeras.
Asisten al parto, caminan kilómetros para dormir a su bebé, le bañan y le dan el biberón, y se encargan de poner una hora de llegada a los hijos mayores.
Por un lado, dejan aflorar su ternura, pero siguen estando presentes cuando los hijos ponen a prueba los nervios y los oídos de los adultos...
Van a ir modelando poco a poco su nuevo papel, para así encontrar la medida justa de comportamiento con sus hijos. Ya no son ni los padres severos de los años 60, demasiado duros, ni los papás blandos de los años 70.
Hoy día, según los datos que arrojan las estadísticas sobre el empleo del tiempo en las labores del hogar*:
a.- los padres franceses dedican 2 horas y 16 minutos de su tiempo semanal a "terceros" (principalmente a sus hijos);
b.- las madres, por su parte, un poco más de 5 horas a actividades como bañarlos, darles mimos, etc.
El reparto es todavía muy desigual, pero bastante menos que en las últimas décadas.
Casados, pero no para toda la vida
El nacimiento de la pareja moderna entraña profundos cambios. El ideal de pareja ha cambiado: se ha pasado de un esquema basado en la desigualdad de sexos a otro marcado por nuevas aspiraciones.
En la actualidad, los miembros de la pareja quieren ser iguales, pero al mismo tiempo diferentes. O diferentes, pero iguales, según como se mire.
Y esto implica que las diferencias, dentro de la pareja, no deben servir para justificar la superioridad de ninguno de los 2. Pero, ¿y si es precisamente esto lo que ocurre?
En este caso, lo mejor es poner fin a esta unión.
La mayor independencia económica de la que actualmente disfruta la mujer le permite plantearse el divorcio sin tener que preocuparse demasiado por el futuro.
Y parece que, en efecto, no se lo piensan demasiado: la mujer es, por lo general, la que solicita el divorcio, y la madre, en el 86 % de los casos, es quien obtiene la custodia de los hijos.
¿Y el padre?
Lo normal es que se vea condenado a ocupar un papel secundario y que sólo tenga derecho a pasarle una pensión alimenticia a su ex mujer para la educación de los hijos, a los que verá 1 de cada 2 fines de semana y la mitad de las vacaciones escolares.
Durante años, el sistema del «1, 3, 5» (primero, segundo y último fin de semana del mes, etcétera) se ha convertido casi en una regla, que, por cierto, ha sido adoptada más por costumbre que por un convencimiento real de que éste sea el mejor modo de vida para el hijo.
La mujer, por su parte, acaba agotada por las obligaciones diarias, que desde la separación asume en solitario.
Y el hombre, convertido en «padre intermitente», busca a tientas su nuevo lugar.
A veces se acomoda a ese papel secundario, pero no siempre sucede así.
Tiene la sensación de que él es quien sale perdiendo en esta historia.
¿Y los hijos? Les cuesta establecer una relación estrecha con este padre que redescubren cada 15 días. ¿Cómo explicarle lo que les ha pasado durante los 15 días pasados sin él?
La vida diaria de un niño se compone de una infinidad de pequeñas cosas aparentemente insignificantes pero esenciales para la construcción de ese vínculo afectivo.
La paga, la primera decepción amorosa, el ratoncito Pérez, el entrenamiento de rugby...
Todos esos momentos de la vida de un hijo son difíciles de resumir en pocas palabras.
La «deserción» de los padres
Llevando las cosas al extremo, la función paterna se reduciría a mimar a los hijos durante el fin de semana a golpe de visitas al parque de atracciones y de comprarles zapatillas de deportes a 150 euros, mientras que la madre se tendría que ocupar de resolver el día a día.
Es como si la madre tuviera todos los deberes —pero también todos los poderes— de cara a sus hijos.
Y siendo así las cosas, no resulta raro que la relación padre-hijo se diluya frecuentemente con el paso del tiempo.
¿Cuántos padres infelices hay que han sido excluidos de su papel de padres por su ex mujer? ¿Cuántos padres sustituyen esa faceta de su vida «anterior» por la entrega a su trabajo o a una nueva relación amorosa? ¿Y los padres que, tras firmar la separación, desaparecen?
Los estudios no lo exponen con detalle, pero el veredicto de las cifras es indiscutible:
tras una separación, el 24 % de los hijos que viven con su madre no ve nunca a su padre, y el 18 % lo ve menos de una vez al mes*.
Dicho de otra manera, más del 40 % de los hijos de divorciados que viven con su madre crecen sin una imagen sólida de padre.
Y no es fácil construir algo bueno en torno a una figura ausente...
La paternidad compartida, una buena solución para los hijos
Pero lo cierto es que cada vez menos padres se conformaban con estas migajas de la vida diaria de sus hijos.
La presión social era cada vez mayor, y ésta acabó siendo asumida por asociaciones de padres que pensaban que las cosas, dentro del marco jurídico, no cambiaban lo suficientemente rápido.
De este modo, en 1993, el término «custodia» de los hijos fue sustituido por el de «ejercicio conjunto de la autoridad parental».
La organización de la vida del hijo se puso así en manos de los 2 progenitores; sólo en caso de desacuerdo entre ellos o de acuerdo contrario a los intereses del hijo, el juez podía fijar una residencia habitual para éste.
Esto supuso un gran avance, ya que la ley concedía a todos los progenitores, estuvieran casados o no, el derecho a educar a los hijos conjuntamente.
¿Pero qué es lo que cambiaba en realidad?
En la mayoría de los casos, el hijo seguía viviendo con su madre.
Ese derecho a la paternidad compartida acababa siendo, por tanto, algo más teórico que práctico para los padres, a quienes les seguía costando hacerse escuchar, ya que continuaban estando poco presentes en la vida diaria de sus hijos...
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