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Uso y abuso de la orden de Protección.
José Luis Manzanares 27-II-2008
La Ley contra la Violencia de Género, o su aplicación, ha sido un enorme fiasco por lo que hace al número de mujeres muertas a manos de sus maridos, compañeros sentimentales o pretendientes, pasados o actuales.
El año 2007 batió con creces el triste récord del anterior, y en lo que llevamos del 2008 la estadística no es más halagüeña.
Los Observatorios ad hoc, al igual que quienes vieron en aquella Ley una panacea, hablan poco últimamente, aunque parece remitir su acrítica demanda de denuncia rápida y a la primera.
En mi opinión —y a falta de otras iniciativas—, convendría replantearse el uso de esas órdenes de alejamiento que:
1.- despachadas con excesiva generosidad,
2.- contrarreloj,
3.- bajo una incesante presión mediática y
4.- dando ilimitada credibilidad a la declaración de la mujer,
pueden sumar a su escasa eficacia la contraproducente reacción de quien se considera injustamente tachado al invertirse la carga de la prueba.
Hay víctimas reales y hay quien miente, exagera o busca mejorar su posición con vistas a un divorcio o a la custodia de los hijos.
Una cosa es tener en cuenta la mayor debilidad de la mujer en determinas situaciones y otra entronizar el maniqueísmo entre los géneros.
En el libro "El varón castrado" de José Díaz Herrera, con prólogo de María Sanahúja, juez decana de Barcelona, encontrará el lector ejemplos escalofriantes sobre prácticas poco respetuosas con la presunción de inocencia.
Sin olvidar la injusticia legal de que las culpas del varón se agranden con las de sus ancestros conforme al ejemplo bíblico de transmisión del pecado original en cascada desde una generación a las siguientes.
La orden de alejamiento vale más como instrumento intimidatorio que como medida cautelar.
No se dispone de policía suficiente para garantizar su cumplimiento y, en todo caso, ningún potencial asesino dejará de matar por el temor a que a la pena por ese crimen se añada la propina de unos meses por quebrantamiento de la orden.
Sería interesante conocer la razón por la que un número progresivo de homicidas se suicida tras cometer su crimen.
Habría que preguntarse también si no desempeñará algún papel en ese fenómeno el sentimiento de indefensión ante una medida que se considera sectaria o desproporcionada.
Días atrás se suicidó a lo bonzo —sin atentar antes contra la vida de la mujer— el destinatario de una orden de alejamiento, en Almería.
Es un paso cualitativo en una violencia cuya explicación puede resultar molesta.
Las estadísticas suelen decirnos cuántas víctimas contaban con orden de alejamiento y cuántas no, y el comentario de turno —oficial u oficioso la mayoría de las veces— sugiere que con más órdenes habrían disminuido las muertes, a semejanza de lo que sucede en el tráfico con el cinturón de seguridad.
Cabe, sin embargo, que un estudio serio de la cuestión arrojase un resultado sorpresivo:
el de que quizás en algunos casos, dentro de tan grave criminalidad, la orden de alejamiento haya sido contraproducente.
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