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Miembras y carne de miembrillo
Domingo, 9 Noviembre, 2008
Ala joven ministra española de Igualdad, Bibiana Aído, que pasará a los anales de la estupidez nacional por decir “miembros y miembras” en un discurso en el Parlamento, le han dado en las últimas semanas las suyas y las del pulpo, así que no quiero ensañarme.
Podría, puesto a resumir en dos palabras, llamarla tonta o analfabeta.
Supongo que, ateniéndonos a su estólida contumacia cuando fue llamada al orden por gente respetable y docta, a esa ministra podrían irle como un guante ambos epítetos. Pero no lo creo. Quiero decir que no tengo la impresión de que Bibiana Aído sea tonta ni analfabeta.
Por lo menos, no del todo. O lo justo. Lo que pasa es que está muy mal acostumbrada.
Bibiana Aído, que es de Cádiz, procede de esa nueva casta política de feministas agresivas crecida en Andalucía a la sombra del gobierno autonómico de un partido político que gobierna allí desde hace 24 años.
Un régimen ya, más que un gobierno local. Y que así, dándoles cuartelillo, las tiene entretenidas y goteando agua de limón.
Esas pavas, que han convertido una militancia respetable y necesaria en turbio modo de vida y medro, no tienen otra forma de justificar subvenciones y mandanga que rizar el rizo con piruetas cada vez más osadas, como en el circo.
La lengua española, que en este país políticamente miserable ha resultado ser arma útil en otros ámbitos autonómicos, les viene chachi.
Por eso están embarcadas en una carrera de despropósitos, empeñándose, 4 iletradas como son, en que 400 millones de hispanohablantes modifiquen, a su gusto, un idioma donde cada palabra es fruto de una afinada depuración práctica que suele ser de siglos, para adaptarlo por la cara a sus necesidades coyunturales. A su negocio.
Lo que pasa es que, en el cenagal de la política, cualquier cosa viene de perlas a quienes buscan votos de minorías que, sumadas, son rentables. Sale baratísimo. Sólo hay que destinar unas migajas de presupuesto y darle hilo a la cometa.
Así andan las Bibianas de crecidas, campando a su aire en una especie de matonismo ultrafeminista de género y génera donde, cualquiera que no trague, recibe el sambenito de machista.
Y así andamos todos, unos por cálculo interesado y otros por miedo al qué dirán.
Los doctos se callan con frecuencia, y los ignorantes aplauden. Incluso hay quienes, después de cada nueva sandez, discuten el asunto en tertulias y columnas periodísticas, considerado con gravedad si procede decir piernas cuando se trata de extremidades en una mujer, y piernos cuando se trata de un hombre. Por ejemplo.
En todo esto, por supuesto, la Real Academia Española y las 21 academias hermanas de América y Filipinas son enemigo a batir.
Según las feminatas ultras, las normas de uso que las academias fijan en el Diccionario son barreras sexistas que impiden la igualdad.
Lo plantean como si una academia pudiera imponer tal o cual uso de una palabra, cuando lo que hace es recoger lo que la gente, equivocada o no, justa o no, machista o no, utiliza en su habla diaria.
“La Academia va siempre por detrás”, apuntan como señalando un defecto, sin comprender que la misión de los académicos es precisamente ésa: ir por detrás y no por delante, orientando sobre la norma de uso, y no imponiéndola.
Voces cultas, y no sólo de académicos, han explicado de sobra que las innovaciones no corresponden a la RAE, sino a la sociedad de la que ésta es simple notario.
En España la Academia no inventa palabras, ni les cambia el sentido.
Observa, registra y cuenta a la sociedad cómo esa misma sociedad habla. Y cada cambio, pequeño o grande, termina siendo inventariado con minuciosidad notarial, dentro de lo posible, cuando lleva suficiente tiempo en uso y hay autoridades solventes que lo avalan y fijan en textos respetables y adecuados.
De ahí a hacerse eco, por decreto, de cuanta ocurrencia salga por la boca de cualquier tonta de la pepitilla, media un abismo.
Así que tengo la obligación de advertir a mis primas que no se hagan ilusiones: con la Real Academia Española y sus hermanas americanas lo tienen crudo.
Ahí no hay demagogia ni chantaje político que valga.
Ni Franco lo consiguió en 40 —y mira que ése mandaba—, ni las niñas capricho del buen rollito fashion lo van a conseguir ahora.
En la RAE, por lo menos, somos así de chulos.
Y lo somos porque, desde su fundación hace 300 años, esa institución es independiente del poder ejecutivo, del legislativo y del judicial.
Su trabajo no depende de leyes, normas, jueguecitos o modas, sino de la realidad viva de una lengua extraordinaria, hermosa y potente que se autorregula a sí misma, desde hace muchos siglos, con ejemplar sabiduría.
De forma colegiada o particular, a través de sus miembros —que no miembras—, siempre habrá en esa Docta Casa una voz que, con diplomacia o sin ella, recuerde que, en el Diccionario, la palabra idiotez se define como “hecho o dicho propio del idiota”.
Más alto se podrá decir, pero mas claro? Como siempre este grandísimo autor esta certero y agudo en su comentario, y por muchos años...
ResponderEliminarEste mismo criterio debería aplicarse a los padres... ¿cómo un niño va a querer vivir con su padre al que se ha condenado a vivir "debajo del puente"?
ResponderEliminarSi esta sentencia es justa, son injustas aquellas en las que se atribuye la vivienda familiar (único bien que habitualmente tiene la familia) a la madre, por el mismo razonamiento que se expone en este caso: las sentencias de custodia a la madre, crean una diferencia negativa hacia el padre.
La custodia compartida es la vía para minimizar las desigualdades.